La Sorpresa Portuguesa

A Portugal llegué cansada, sobre estimulada supongo. Europa ha sido una locura de experiencia llena de incontables fotos mentales, cosas geniales, sabores, luces, colores, estilos, personas, naturalezas, climas, paisajes; bueno, cuanta cosas se les ocurra. Entonces no era de sorprenderse que después de meses de alimentos para el espíritu y para cada uno de los sentidos, el alma pidiera menos glotonería cultural, y experiencial.

 

Durante más de 5 meses casi 80 % del tiempo mis días consisten en conocer algo o a alguien nuevo, de romper el hielo, de caminar caminos nuevos, de aterrizar en territorios desconocidos, una rutina de novedad casi que diaria. Lo compararía con el primer día de colegio o de gimnasio o de trabajo, sólo que, en este caso, es algo de todos los días. Las pocas veces que he permanecido en algún sitio tiempos más largos, mi rutina es abrir los ojos y hacer un feliz “esfuerzo” por disfrutar ese nuevo día, es que no por ser feliz deja de ser un “esfuerzo”. Así que, aunque se aproxima a toda velocidad mi regreso no lo siento del todo negativo, pero si siento que aun cansada tengo que encontrar alguna manera de poder seguirme masticando cada cosa que se cruce en mi camino en los días que me quedan porque esta oportunidad es única e irrepetible. Por otro lado, vivir de una maleta ha tenido su límite, tal vez es lo que más me desespera en la cotidianidad, si me toca volver a desempacar y a empacar o a cambiar de estación y de clima, creo que voy a botar todos mis chiros a un rio y escoger indiscutiblemente la desnudez.

 

Venía con muchísimas expectativas de Portugal, además con unas ilusiones diferentes a las del resto del paseo. Recuerdo hace unos 6 años empezando Casa Legado, en medio de mis investigaciones, leí en varias oportunidades que Portugal y Colombia para ese entonces eran los dos países de crecimiento de turismo más significativos de la época. Eran los países con potencial, lo que se estaba poniendo de moda. Ambas cosas resultaron ser ciertas. Así que siempre por alguna razón vi a Portugal entre competencia y un lugar para emprender, pero lo veía lejos de mí, estaba concentrada en lo mío, pero siempre lo tuve en algún cajoncito de mi mente presente.

 

Lo tenía inexplorado, no tenía ni siquiera mucha idea, ni reales expectativas, había venido antes con mi amigo Nicolas a Lisboa y a Sintra pero fue un viaje medio relámpago. Y aunque recuerdo cosas, no vivimos mucho la ciudad para hacerme una idea aterrizada. Este viaje me enfoqué en una zona particular; El Alentejo la región más grande de Portugal, pero también la menos poblada. Una región agrícola, con playas increíbles y un campo de esos que se siente infinito. Algo así como una combinación entre nuestro llano, nuestra Villa de Leyva y curiosamente también nuestra sabana. Kilómetros y kilómetros de poca gente, de mucha agricultura que sobre todas las cosas no ha atropellado la naturaleza hasta el momento. Mi travesía fue en carro, por carretera en perfecto estado, carreteras con cero pretensiones, pero como deben ser: buenas. Todas llevan del punto A al punto B, en tranquilidad, rápidamente y con paisajes a lado y lado que distraen y seducen la mirada. Acá lo que debe ser “básico” está cubierto y eso da tranquilidad y sobre todo infraestructura para el progreso. Pero hay muchísimas restricciones. Es que alguien tiene muy claro que este país “inexplorado” hay que mantenerlo “inexplorado. Hay que abrir oportunidades, pero mantener esa magia de poca gente, de poco tráfico, de poco comercio, de desarrollo con la justa medida para una buena vida.

 

El Alentejo hace unos años se convirtió en una región prometedora para el turismo, y poco a poco las “garras” de las oportunidades han ido abriendo camino y poniendo de moda lugares que toca reconocer son de solitud, de naturaleza y de recogimiento, da un poco de susto que lo destruyan en un abrir y cerrar de ojos. Honestamente, me encantó, aun cuando pensaba: si viviera acá me aburriría, no hay mucho movimiento. Unas por otras.

 

Con mi suerte, esa que conecta las coincidencias con el deseo y mi buena maña, me “incomodé” y pregunté por el dueño del hotel a ver si lograba conocerlo. Asumí que un lugar así de grande tenía un dueño de unos 60, no sé por qué. Como yo tengo 41 siento que las cosas más grandes son de gente más grande. Pues resultó ser un hombre de 44 años; Pedro, quien sin pestañear me invito a cenar para charlar. Un tipo fascinante, intenso, obsesionado genuinamente con las economías sostenibles y circulares, es tan ambicioso su proyecto, que la vida no le alcanzará para hacer todo lo que tiene en la mente, pero dejará sin duda un camino abierto. Además, con toda generosidad me contó cómo funcionaba el hotelería en Portugal, lo difícil y burocrático que es, las restricciones dificilísimas que enfrenta cualquier emprendedor acá y al final terminó contándome que su real profesión; que había dejado de lado, pero no del todo, era ser abogado especializado en turismo y en licencias hoteleras. ¿A quién le pasa eso?, a mí. No habían pasado ni 3 días y ya tenía un contacto, que con la mejor intensión me ofreció, que, si me aventuraba, el me ayudaba. Eso terminó en una fiesta con él y su equipo y me sentí como cuando yo celebro con el mío en Bogotá, cuando los co-equipero se vuelven amigos. Fue una noche también con un poquito de excesos en todo caso, pero qué más da. Pedro me pidió cambiar mis planes, quedarme unos días más para compartir con su equipo mi experiencia como hotelera y como huésped. Siendo empresarios con mentalidades muy parecidas de equipo y de propósito, con habilidades y pasiones distintas, reconocimos el uno en el otro un amor por lo que hacemos que nos conectó creo que para siempre. Días después me paré frente a 60 personas y compartí con orgullo y nostalgia sobre CASA LEGADO, y que falta me hizo mi equipo. La cereza en el pastel fue conocer a un hombre portugués que, trabajada con Pedro, Carlos, una de esas personas que tiene una magia y una energía dentro, tan generosa, tan amorosa, tan positiva, tan envidiable. Una persona única, algo así como Jhan, un hombre maravilloso que trabaja conmigo hacer años y con quien su presencia me hago mejor persona.  En Craverial me sentí como en casa con los míos.

 

No contenta con esta suerte, más adelante conocí tres mujeres increíbles, de esas que hacen como yo; que no tienen las cosas en planes sino en desarrollo. Dos de ellas ya con un proyecto en curso del que podía existir la posibilidad de hacer parte, algo distinto a mí, pero en sintonía con lo que yo sé hacer. Eso está en pendiente y si de ahí sale algo, maravilloso, si no, pues tengo tres nuevas amigas fantásticas y como siempre venezolanas. Cosas de mi vida. Ese mismo día que las conocí, Eugenio no corrió con la misma suerte, en medio de nuestra investigación por el campo portugués mi pequeño fue atacado por una pastora alemán tamaño extra grande, un susto que para que les digo mentiras, casi se me para el corazón. Pero como es rápido y sagaz, logró refugiarse después de un revolcón debajo de un camión, mientras yo intentaba de todas las formas posibles alejarle a la fiera. Una de sus paticas sufrió las inclemencias de la violencia territorial y cuando por fin lo alcé con el corazón a mil revoluciones, sin darme cuenta mi chaqueta estaba llena de sangre. La primera vez que le veía su sangre azul aristocrática. No pasó a mayores, duró cojo un par de días y su uña esta negra y su dedo morado. Pero igual que yo, el man se salva.

 

Entonces, me voy con los bolsillos llenos de contactos y varios amigos de esos que son tesoros en medio de este tiempo pasajero. Sé que los mantendré para unas u otras. Me voy con la posibilidad y unos caminos más claros por si decido buscar otras oportunidades. Ahora tengo varios hilos de donde halar.

 

Continúe mi recorrido a mi segundo destino; Comporta y ahí apareció Valentina mi sobrina/ahijada número dos con quien comparto alma. Ambas tenemos un fuego poderoso por dentro que, aunque en cosas nos hace distintas, en el fondo un poco gemelas. Mis sobrinos siempre son un motivo de inmensa felicidad y amor indescriptible y compartir con ella, fue una oportunidad de conocer a Valen con otros ojos. Como una mujer, y ¡qué mujer! con tantas cosas y virtudes que me le quisiera robar, una fuerza y una fragilidad fundidas en tantos planes, ilusiones y cosas que quiere conquistar. Ténganse con cuidado, Valentina es y será una mujer que no sé cómo, ni donde, dejará una marca importante, y aunque no sé cómo, ni donde, si sé el porqué; estará tan preparada y tan lista, que cuando llegue la pasión, la cogerá por los cuernos. Valentina es una “gran noticia en desarrollo”.  No veo la hora de verla hacer lo suyo, me sentiré vieja, pero sintiendo que algo de mi está por ahí rondando de una forma u otra. De nuestros dos encuentros conversamos mucho, bueno yo hable 80 % más que ella, seguro ya quería ponerme off, pero después de estos meses y este año tan difícil, yo tenía mucho que decir, y debo reconocer que una de las arrugas más difícil que tendré que planchar cuando llegue, ella me la hizo ver con otros ojos; con más nobleza y perspectiva y quedé más tranquila. Con un pedacito de ese dolor sanado, después de este paseo, estoy en deuda con ella y ella ni debe saber por qué.

 

Acá me encontré un rincón qué es como me imagino el Cielo. Una playa escondida a 15 grados centígrados, con olas poderosas que arrullan con su sonido, mientras una brisa fría con rayitos de sol calienta la piel mientras se invade el ambiente con ese contraste. Una arena sedosa y una montaña con pasto sabanero que se funde como algo inexplicable. Era como estar en Manqué caminando y de repente después de una pequeña loma aparecía el mar, infinito, “uspoiled”, ¡que tranquilidad! Un lugar al que caminamos con Eugenio mientras él corría con efervescencia y desenfreno, con felicidad canina contagiosa, hasta llegar a una pequeña banca de tronco en el lugar perfecto para sentarse, contemplar. Estaba tan alucinada que pude no pensar, apagué mi mente, estaba simplemente ahí, presente, maravillada.  Si pudiera tener un segundo rincón en el universo esta sin ninguna duda sería mi esquina. Nunca se sabe que encuentre algún día alguna manera, soñar es gratis. Ese lugar me sorprendió porque me resolvió ese dilema con el que vivimos todos y en especial yo en este momento, esa dualidad entre ser libre y querer tener raíces, quise estar ahí anclada, mientras disfrutaba de una inmensurable libertad.

 

Luego vinieron las ciudades que son un contraste, aunque en todo Portugal tuve siempre una palabra que me lo unía todo; Potencial. Potencial por todas partes, en el verde y en el cemento. Un potencial seductor magnético. Mi cerebro soló maquinó durante 20 días ideas y más ideas, ilusiones y realidades.

 

Mirando a nivel del ojo las ciudades se pierden entre el ruido visual, el mugre y una dejadez que va más allá de la típica europea, pero al inclinar la cabeza unos 30 grados hacia arriba aparecen como joyas, los azulejos en incontables fachadas, que se unen con los balcones ornamentados de colores con esos detalles que solo Europa tiene. Todo en Porto y en Lisboa es un tesoro por descubrir. Si bien las cuidades me parecía como que estuvieran “ahumadas”, como que si pasaba el dedo por una baldosa revelaría una belleza incalculable, también tenía claro su encanto, por eso muy a mi estilo, me provocó limpiarlo todo para poner esas cuidades a lucirse. Es que yo soy una buscadora de tesoros, mi sentido visual debe ser talvez el que más desarrollado tengo, veo cosas escondidas que otros no ven y les encuentro su encanto, las capturo y busco siempre formas de darles su valor y ponerlas a brillar. Cosas geniales. Es una sensibilidad especial y creo que no solo lo hago con cosas, sino en ocasiones también con las personas. Me gusta descubrir a otros por sus talentos, sus arrugas y sus cualidades únicas, y sacarles el jugo y ponerles en su adecuado pedestal.

 

Estuve justo en el quiebre donde comenzaba el otoño. Cuando el clima destiempla y se ve la transición de la energía. Un poco de alivio por el fin de un verano largo y una expectativa del invierno liberador. Las estaciones siempre me encantan. Con este cambio de estación también hubo un cambio en mí, ya no percibo a Lisboa como una ciudad más, sino como una cuidad menos. Ya a estas alturas del partido, esta es la nueva realidad y es un indicador claro de que se acercaba el final y de que, si al principio creía que todo destino al que llegaba era un destino más, ya con el pasar del tiempo la moneda cae en la otra cara.

 

Aunque nuestro viaje termina en Madrid y todavía nos faltan aventuras de logística y papeleo. Lisboa era el cierre de nuestra travesía. Disfrutaré estos últimos días a mi Eugenio y nuestro quality time, mientras empiezo a poner la mente en orden para el final y el nuevo comienzo.