Un piccolo cane en l´Italia

Recorrimos Italia en carro de sur a norte y de este a oeste, esquivando conductores enloquecidos, evitando, seguramente con poco éxito, hacerle el quite a las trampas policiales que acechan las carreteras italianas. Nadie se va de este país sin su multa escondida futura. Perdimos toda la paciencia buscando inexistentes parqueaderos, mientras abandonábamos el vehículo a su suerte para mejor caminar a los lugares de la magia. Escogimos áreas rurales y muy pocas ciudades, yo ya había tenido la buena fortuna de haber conocido varias en el pasado, así que no me interesaba mucho repetir.

Pues bien, si de cosas majestuosas y culturales se trata, Italia le gana con creces a cualquier otro país. Acá el hombre se ha lucido por su capacidad de creaciones espectaculares, no hay discusión, es para mí el país más rico culturalmente que hay en el mundo. Además, todo lo que tiene para ofrecer y lo que hay para ver está desparramado por todo el territorio, cada sitio, cada región, cada rincón tiene su algo. Así que este imperio romano se lleva, en eso, todos los aplausos. No en vano los italianos no viajan mucho fuera, acá hay para todos los gustos. Además, su comida, ¡oh por dios su comida! aparte de que es una cocina fácil y amiga de todas las edades, es una gastronomía que nunca cansa, es de fácil paladar, a ellos nada se les debe parecer. Me encanta el idioma, su ritmo, sus ademanes, tienen carácter y personalidad cosa que gusta y asusta todo al mismo tiempo. Acá Eugenio es Euyyeeeniio, en otras palabras, Eugenio acá es canción.

 

Pero no nos digamos mentiras Italia es caótica, desordenada, un poco sucia, incluso a ratos vi matices que me transportaron a casa. Es muy llena de gente y es caliente por decir lo menos y yo con este termostato corporal dañado; que me hace sudar hasta en Bogotá que es la ciudad con climita de aire acondicionado, acá no tuve escapatoria; y eso que viajé a mediados de sept y parte de octubre. Pero para mí caminar entre millones de personas, cualquier cosa por encima de 15 grados me parece un hervidero. Yo sé que parece que exagero, pero si me vieran como me goteaba la cara, me creerían. En Italia me es imposible ser sexy, el clima no está de mi lado.

 

Para mí, que las multitudes me agobian, me ahogan y me espantan, realmente, este no es el país más ideal, al menos en el verano, en temporada alta. Me imaginaba en agosto como serían las cosas y que valiente quien viaja a Italia en agosto, me le quito el sombrero. Porque si bien entiendo, el verano es una locura, pero honestamente creo que el resto de año también se camina en fila. Si se pudiera soplar tan fuerte como el tercer cerdito y desaparecer 70 por ciento del capital humano, de repente sería más para mí. Eugenio, por supuesto, en algo salió igual que su mamá, y sufrió las inclemencias de hacer turismo entre millones de gigantes despistados pasando por uno que otro pisotazo. Aunque de todos los países donde he estado este es el país más amigable con los perros, este no fue el favorito de Eugenio. Entre las estampidas, sus aventuras náuticas y su pánico de dormir en una cueva, el pobre llegó a la toscana dichoso de pensar que ya estábamos en tierras sin mar, en espacios abiertos, en temperaturas controladas, con libertad de nuestro espacio personal y en hoteles con ventanas y camas a las que de un brinco podía subirse en medio de un susto.

 

En cuanto a la hospitalidad, a su gente, mi impresión es que es un poco tosca. Digamos que los italianos son como un huevito Kinder, no sabe uno con que sorpresa saldrán, es que hasta su forma de hablar puede hacer sentir un insulto, canción.  La verdad es que no los culpo, tienen que sentirse invadidos, la población flotante y el turismo es arrollador en el significado más literal de esa palabra. Si yo fuera de acá quisiera que se inventaran un cupo máximo, porque que locura, además si se le suma el duro reto de la inmigración forzada, tiene que ser difícil. Pero del turismo viven, así que no hay mal que por bien no venga. Pero eso sí, debo decir que agradecí el lugar donde vivo, que aun con todo y lo caótico, no toca caminar en fila casi en ninguna parte, bueno, con excepción talvez de Transmilenio, pero de eso no me ha tocado mucho, o casi nada, para qué les miento.

 

Contrario a Escandinavia, en donde no hay avisos, ni supervisión, porque la gente natural e intuitivamente sigue las normas, a Italia no le cabe un aviso de prohibición más, puede que eso sea una medida del nivel desarrollo en el que se encuentran, porque hay aviso para todo o más bien, contra todo; dudo que sirvan pa’ mucho pero ahí están.  Ahora bien, si nos vamos aún más allá en la “cadena alimenticia”, donde indiscutiblemente no ubicamos nosotros, pues la conclusión, es que nosotros, ni seguimos instrucciones, ni nos alcanza para tanto aviso, cosa que de pronto nos hace reyes de la improvisación y el rebusque; algo que no encuentro del todo malo.

 

Tal vez lo más especial y significativo de Italia, fue el pedacito que compartí con mi mamá; la gran María Lina. Once días de compañía que llegaron en un buen momento, cuando ya el agotamiento de la autosuficiencia me invadía. Creo que probablemente todos los que la conocen estarán de acuerdo con que mi mamá es una mujer increíble y que mis hermanos y sobrinos y yo tenemos un ejemplo incomparable justo en casa. Mi mamá tiene una energía envidiable, un espíritu que supera el mío con creces, es siempre inquieta a veces incluso demasiado; como San Vito; y me lleva 31 años y me quejo más yo que ella. Siempre con hambre de ver cosas bonitas, de vivir experiencias infotografiables. No es la más gastronómica, nunca hemos compartido eso, y aunque mi mamá es desconfiada, y pregunta incansablemente todo una y mil veces para tener certezas, al final a las buena o a las malas se arriesga a todo, con conocimiento, pero sin miedo. Durante la vida hemos viajado muchísimo juntas, diría que aparte de Eugenio ella la única persona con la que puedo hacerlo por tiempos largos, sin que necesariamente nos matemos. Fue chévere recordar eso, que mi mamá siempre es buena compañía, y siempre me consiente a su manera. Además, yo tenía temas que resolver y de repente ese tiempo juntas venga con una estela positiva que me lime varias de mis desesperaciones.

 

De la costa Amalfitana; aunque suene impopular mi comentario, debo decir que me pareció sobre valorada e inexplicablemente cara, si, bonita, si uno logra extraerla de la multitud, pero ya está “prostituida”, que pesar. Capri que salva, pero no tienen lógica sus precios, y de allá lo más especial que me llevé, fue la celebración interminable del cumpleaños de Eugenio a manos del espectacular hotel donde nos quedamos. Hasta me dio pena de lo “sobreactuado” que fue, pero secretamente me puso muy feliz. Continuamos camino a Puglia, que en cambio fue una linda sorpresa, vale toda la pena. A mi hoy en día teniendo tantas fotos en mi mente de sitios maravillosos del mundo, confieso que me cuesta sorprenderme de mandíbula caída. Alberobello y Matera, fueron lugares e imágenes nuevas para mi archivo mental, incomparables a nada que ya conociera. Se me cayó la mandíbula. Un par de imperdibles en Italia en mi opinión; el highlight.

 

Regresé después de 5 años a la toscana, ya nuevamente en dupla, que para mí es lo mejor que tiene Italia. De repente es que sus paisajes son los que paradójicamente más me recuerdan a Francia; país al que le adjudico una belleza difícilmente comparable. Pero es que esa luz color amarillo quemado que ilumina la toscana es irrepetible, los cipreses enfocan la mirada, hipnotizan, mientras los viñedos y olivares estampan las montañas. Un lugar tranquilo, fácil, contemplativo; delicioso. Nos dedicamos a estar no a turistear. Por último, estamos disfrutando del Lago Como, que me ha encantado, tiene ese sabor a Suiza que tanto me gustó y el clima está porfin ¡espectacular! Acá no sudo sino un poquito.

 

Así que me voy contenta. Vine, vi, viví, comí, no bebi realmente, no me provocó, sudé y viajé.  Pero Italia ya me quedó vista, con este y los viajes anteriores creo que si no regreso ya fue suficiente. Pero me habría encantado estudiar en Milán, haber vivido un año para aprender italiano en Florencia, haber venido a montar en bicicleta por la toscana en mis épocas ciclísticas, y que George Clooney me invitara a su modesta casita en Como para unas vacaciones.

 

Con el fin de Italia ya se aproxima lo último, ya el reloj empieza es a descontar el tiempo y con ello me ha invadido en los últimos días una ansiedad de esas que susurra no sé bien que, que no me deja del todo dormir, y que como siempre me pone a pensar. No sé si es por tanta cosa que ha pasado en el trabajo o si tengo miedo de volver, retomar, y caer en lo mismo de lo que hace unos meses hui. Eso si como toda colombiana que se respeta, añoro de Bogotá, mi dentista, a Angela que me cuida mis horrorosas uñas, a Maya y nuestras mañanas de piscina, a mi Manqué, a mis sobrinos y confieso que a mi Elisa más que a todos (perdón sobrinos es la nueva). Mientras sé que Eugenio extraña a su Sara y a Raquel para que le quiten la ronchita producto de la garrapata noruega o para su latonería y pintura con consentimientos de horas. Además, extraña su trabajo, sus amigos y su propia recepción, porque acá a cada hotel que llegamos lo primero que hace es meterse a la recepción supongo que buscando trabajar.

 

Portugal estoy segura será el perfecto cierre. Tengo ilusión de conocer, de repente de encontrar una que otra oportunidad laboral o personal, voy con otros ojos y otras intensiones, incluso me hace feliz incluir a mi Valen al paseo y consentirla como mi sobrina-ahijada unos días. Ya quiero ir a ver cerámica y linos de punto de cruz, y llevármelo todo a casa.

 

A partir de hoy estamos a 43 días de volver.