La Mamá Gallina

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Desde pollita he cantado pío, pío, pío, no solo cuando he tenido hambre o cuando he tenido frio, también cuando he necesitado una carcajada, un refugio o ese “safe heaven” que solo existe en la familiaridad de lo propio. Ese llamado tan agudo, siempre mueve a una gallina putativa a meterme bajo sus dos alas y con su amor desinteresado siempre me ha prestado abrigo.

Laurita nació mamá. Mamá de sus muñecas, de sus hermanos menores, de sus alumnos de colegio de garaje casero. Simplemente, nació mamá. Era cuestión de encontrar al papá de sus hijos y de tener la edad adecuada para poder no solo tener hijos putativos, sino de los propios. Esos que se volverían todo y parte; imprescindibles, arraigados y sangre de su sangre.

De esos tuvo tres, y con que naturalidad se le daba alzarlos o darles de comer o mantenerle sus mil bolas en el aire con gracia; todavía soy testigo que tiene una habilidad digna del “cirque du soleil” para mantener a todos en orbita. Bueno es que haber tenido tanta práctica, no le hizo nada mal. Son incontables los “lonches” temáticos, con ponqués en moldes de figuras de todos los estilos, o sus manualidades y clases de preescolar que daba en sus vacaciones de mitad de año, o todo el “babysitting” que le tocó hacer con sus hermanitos chiquitos. Fue así como perfeccionó el arte de la maternidad y creció para hacer familia y para dedicar su energía y el corazón completo a sus hijos y a ese esposo que le completa la vida.

Y es que para ella, familia, no son solo los que viven bajo su techo, también lo somos todos los que la llamamos a punta de pío, pío, pío. Para ser buena mamá, no hay duda que hay que haber sido buena hija. Tan buena hija ha sido, que durante nueve meses se dedicó de lleno a mi papá, aun cuando le acababa de llegar la hora de ser mamá, y con que ilusión esperaba ese momento. Siempre con una sonrisa y ese humor tan rápido y precisó que la hace Laura, bajo sus dos alas acurrucadito durmió  nuestro Pollito. Debe ser por eso que mi papá se fue sonriente. Es que la generosidad no se improvisa y la solidaridad muchísimo menos.

Además esta “pollita”, que nunca parece entrar en años, a desplumado con sus ocurrencias todo tipo de acertijos y rompecabezas. Se ha sabido despelucar contadas veces; algunas contra el timbre y otras veces dándose a la fuga en carro ajeno a tierra templada. Porque de pollita, aunque joven se casó, también alguito si se divirtió.

Los demás pollitos que andamos por ahí la tenemos de mamá prestada. Esa mamá que lo tiene todo y que si no lo tiene se lo consigue. Un anfitriona que sabe que siempre será mejor que sobre y no que falte. Nunca hay un No, todo es posible y todos son bienvenidos. En cualquier urgencia, se le hecha agua al ajiaco o a la bisque pero nadie se queda por fuera. Si toca, ya sabemos quienes somos las que nos servimos de ultimas para que todo alcance; sanduchito siempre habrá en la cocina.

Para mí en particular, mi hermana mayor ha sido: primero mamá, luego amiga, más adelante colega y por estos días cómplice y en parte un pedazo de la mujer que yo quisiera ser cuando “grande”. Laura y yo nos batimos en juventud y aunque en blanco y negro podríamos hacernos pasar la una por la otra, al final del día yo la inspiro y ella me contiene.

Con ella, las presiones y los derrumbes jamás gobiernan, y además es imposible por más que refunfuñe, gruña o proteste mantener una cara seria, ella no pasa oportunidad de un apunte genial, irónico y oportuno que aligera la realidad de un mundo eternamente complejo. Cada día es una nueva anécdota acompañada de un infinito cacareo que me tumba hasta el mareo; risas por doquier. Llegará el día en que nos destornillaremos la cabeza de la risa para un final digno, en especial, de primera pagina de prensa rosa.

Entonces como Laurita no ha hecho más que buscarme maíz y trigo y prestarme abrigo seguiré siempre durmiendo bajo sus dos alas, acurrucadita, hasta el otro día.