Nalgas que valgan

35.jpg

Corriendo el riesgo de tocar un tema aparentemente superfluo y superficial, he estado analizando mi posición frente a la apariencia física, la belleza, la delgadez y en especial mis varias inseguridades. Entonces en vez de hablarlo desde el banquillo voy a desnudar la verdad detrás de la forma que tiene este tema en mi vida y en mi realidad. Les confieso que ha sido un reto porque aunque no lo parezca, es otro de mis talones de Aquiles y de las únicas cosas hoy en día que me hacen sentir “odio”.

 

Siempre me he jactado de ser auténtica, sincera, sin filtro y segura. Hoy le haré honor a eso así me cueste y me “contradiga”, pero como para todo el mundo, hay algunas normas sociales (aun cuando las oculto) me tambalean la vida y hasta a ratos me desarman y me controlan. La verdad es que ser bonita y flaca y perfecta, igual que a muchas mujeres, me trasnocha.

 

Nací en una sociedad donde ser rubia, oji-verde y blanca, para algunos, significaba “belleza”, nunca de chiquita me percate que eso era un “plus”, por el contrario mis papás y mis hermanos poco o nada le han dado importancia a las apariencias físicas, entonces, en esos temas fui ingenua. En mi casa, lo importante era ser activo, competente y sobretodo FELIZ!

 

Pero aun así, me acuerdo desde chiquita de compararme con mis amigas y sentirme menos “linda”, sentimiento que me acompañó hasta mi adolescencia. No se si es que tuve amigas divinas, pero yo sin duda nunca, me sentí la más. Ahora bien, los cambios de vida, de alimentación, de país y haber abandonado mi disciplina deportiv (más) joven, transformaron mi cuerpo por primera vez. Entre hormonas incompresibles, metabolismo en construcción y deliciosos chocolates, me subí rápidamente de peso y por primera vez entendí lo que era cambiar de talla y tener que esconderme de un pantalón. Pero cuando regresé a mi vida original, "literalmente" me “desinfle” y rodeada de bonitas; a las que tanto invitaban a salir, mi autoestima también se transformó. Transformación que se juntó con el caos de ansiedades terriblemente poderosas de esos años. Entonces por esa época opte por vestirme como un niño; mecanismo de defensa que se hacía pasar por seguridad o irreverencia voluntaria. Viendo las fotos, fue una época donde parecía que me vestían y me peinaban mis propios “enemigos” la verdad. Un bronceado y un buen corte de pelo no me habrían hecho ningún daño.

 

Y bueno los cambios de humor y los cocteles médicos que trajeron consigo años de bipolaridad, cambiaban mi peso tanto como mi comportamiento. Curiosamente los momentos duros y tristes para mí, era cuando me sentía más orgullosa de mi cuerpo y cuando la posibilidades infinitas de la "moda" y de la conquista, me seducían. Perdía peso por temas de salud mental y eso irónicamente era lo poco o lo único que me subía el ánimo.

 

Eso sí, debo decir que durante años de los pocos comentarios recurrentes que he recibido de mujeres de todas la generaciones es: "!como te has adelgazado!" Como si eso realmente reflejara una felicidad o una belleza intencional. Incluso a ratos me acuerdo de pensar"¿Juemadre, será que era una ballena? “Les confieso que todavía rato estoy esperando oír esa frase y por eso mismo es que hoy detesto oírla. Esa si que me parece dañina y malsana; que me digan lo bonita que estoy o cualquier otro piropo, pero ese, ese, me enferma. Será que no se dan cuenta que cuando dejan de hacerlo me hacen consiente de lo “gorda” que estoy. Por fortuna mi mamá piensa igual y jamás lo refuerza. Es que mis momentos de "anorexia emocional” son momentáneos pero indicadores de que algo anda mal, no de que todo está bien.

 

Es por eso que justo cuando me recupero de algún tropezón y me reinvento, tanta felicidad me “infla”  y no solo el alma, sino también el cuerpo. Cuando porfín estoy sana y feliz, por alguna razón dejo que se me amargue tanta dicha por unos kilos de más. Solo peso entre 58 y 60 kilos, ¿cómo puede ser eso un problema? ¿Cómo pasar de 54 a 58 puede debilitarme y permitirme  juzgarme tanto y tan duro? ¡La verdadera demencia!

 

Evidentemente mis estándares entonces son realmente absurdos, innecesarios y sobretodo distorsionados, porque cuando veo las fotos de tan solo meses atrás, nunca me veo tan mal como me vi en el espejo. Sé que el mundo que me rodea desfigura las realidades y las prioridades físicas, pero para mí el universo no tiene la culpa, sin duda ayuda, pero mí distorsión, es solo mía.

 

Claramente jamás he tenido ningún desorden alimenticio; de esos tan duros y tan humanos que demandan de mucho más que palabras para ser dominados. Mi sincera admiración para quienes los dominan, o para quienes luchan por hacerlo. Pero sí en cambio, me alimento con muchísimo desorden. Me enseñaron a comer rápido, saboreando de afán, como si me fueran a robar la comida o como si una porción normal no fuera suficiente. Me encantan los sabores, los olores, la gastronomía y mi mente sin duda, al desayuno ya está pensando en que almorzar. Vivo para comer, no como para vivir. Sería injusto entonces decir que mi metabolismo es lento, por el contrario, creo que es bastante agradecido. Mi nivel de actividad no es bajo, más bien a ratos exagero y me muevo más de la cuenta. Súmenle a eso deporte, o baile, o cualquiera que sea mi pasión por ese momento.  ¡Yo simplemente cómo de más!

 

Cuando estoy ansiosa, hiperactiva o aburrida, la comida me llena vacíos, me invade la mente y siempre me congrega con mis seres queridos, entonces en un gusto fácil de consentir. Pero además no me gusta tener escoger, por alguna razón yo pienso que escoger es perder, entonces siempre querré, uno de cada.

 

Entonces cuando me sobreactúo con la glotonería siento un “odio individual” el más injusto y el más absurdo de todos y todo por escoger unos simples “bocaditos”. Es que el peso transforma el cuerpo, la respiración, la piel, la agilidad, TODO y a mí no me gusta ver a una persona distinta en el espejo. Sobretodo una persona que ya no puede aplicar lo que le gusta predicar: que la belleza y la vanidad son esenciales para “auto-valorarse” y divertidas para reinventarse, pero que no deben ser un impedimento para la felicidad y mucho menos para la tranquilidad. 

 

Acepto con dificultad, que en lo físico, quisiera no querer validación ajena para reforzar la propia, pero soy humana y por ende dichosamente IMPERFECTA. En definitiva, me gusta quien soy por dentro y más veces que no, como soy por fuera. Para mí la salud está primero, el cuidado personal y la belleza me encantan y me permiten trasmitir cosas que solo pueden entrar por los ojos. La delgadez no me seduce, pero la pretina de pantalón de vez en cuando me aterra, aun en un país, donde se admiran las nalgas de 14 quilates.