El día sin reglas

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¿Quién no ha querido romper todas las reglas alguna vez? ¿incluso quién no ha querido hacerlo más de una vez? Comer lo que quiere, levantarse cuando quiere y ponerse de ruana todas las pequeñas normas de higiene o de protocolo que inundan nuestras semanas día tras día. Estoy muy a favor, de vez en cuando, de romper las reglas, de hacer un alto en el camino y ser “libre”, voluntarioso y hasta caprichoso; y premiarnos con lo que todos los días nos contiene y nos rigüe. Recargar la pila y en el proceso porque no, divertirse. Todo siempre y cuando no se confunda, romper las reglas, con la mala educación.

 Por eso, hace como 10 años en una tarde de viernes de desparche colectivo, con un gran amigo y mis 4 sobrinos mayores, convertimos la aburrición en una oportunidad creativa de pasar el tiempo. Yo, con mi alma de tía universal y queriendo darles gusto a los niños, salí con una idea que resultó siendo mágica por lo “prohibida”. Decidimos hacer una noche sin reglas, sin pensar en nada más que pasar felices. Entonces, fuimos en busca de una película; cuando todavía tocaba ir a un establecimiento para alquilarla, y para acompañarla nos decidimos por unos antojadizos perritos calientes y unos brownies que nos esperaban en la casa. Pero claro, rompiendo reglas, si no, ¿qué gracia? Salimos caminando por Bogotá tan campantes, todos enpijamados, rumbo a Blockbuster. La gente nos miraba y con cada mirada todos entonábamos una risita de picardía que nos quitaba la pena y nos ponía en una realidad burbujeante; mágica. Una aparente bobada que sin saber a que hora le dio magia a la noche. 

 Para los niños, que un par de adultos se pusieran en las mismas y desafiaran el deber ser, era tan extraño que se volvió entretenido. Sobra decir que la noche entera fue deliciosa. Era como una pijamada con ese ingrediente de satisfacción, como cuando uno hace alguna pilatuna y se sale con la suya. Nunca me habría imaginado que una cosa tan sencilla y tan trivial se convertiría en un momento absolutamente feliz, mucho menos en una tradición que nos uniría todos los años. Fue así como nació ese día; el DÍA SIN REGLAS. Cada año algo lo hace distinto, cada uno de los niños (hoy varios adultos) está en otro momento, con otros intereses, otra edad, otros cuerpos y yo cabe resaltar que también. Entonces, así también, cambian los planes. Hace años lo importante era comernos el postre antes de la comida o no lavarnos los dientes por la noche o desayunar sin tanta bandeja en la cama. Todo lo que con papás no se podía y que en la casa de la tía “Kelen” sí. Hoy más bien nos quedamos con pruebas de obstáculos y time capsulesque quedarán escondidas para un futuro recordar. 

 Entonces, hace algunos días hicimos la versión 2017 en mi finca, Manqúe, era la primera vez que todos se quedaban a dormir en ese, mi rincón del universo. Fue felicidad completa tener a todos mis preferidos en mi lugar perfecto. Este día sin reglas empezó como muchos otros, parando en el mercado a que cada uno, sin censura, escogiera lo que quería comer. Por supuesto que el carrito se fue llenando con alarmantes cantidades de azúcar mientras yo me aferraba a mis bolsillos para no censurar nada de esa nutrición de dicha descerebrada. La regla a romper este año con mis divinos millenials fue no andar pegados al celular, al fin y al cabo, el objetivo y el esfuerzo que hacemos para reunirnos ese día es para compartir y divertirnos entre nosotros y Snapchat, WhatsApp y o Facebook, sin duda “get in the way”. 

Dejando los teléfonos escondidos por unas horas entre algún jarrón inalcanzable de la casa, salimos al jardín y montamos una pista de obstáculos muy al estilo de competencia Dávila, nos dividimos en tres equipos y sin importar la edad o la destreza empezó la cosa corriendo a punta de carcajadas. Algunos volando en escoba, otros haciendo barra a pulmón herido y otros colando una que otra zancadilla. Cada equipo le puso su sentido de la moda a esas camisetas que escogimos comparar para sentirnos como una bancada, como cómplices y como la familia que somos. Pero cada cual, rompiendo, rasgando, cortando y amarrando según su identidad y su valía. 

Lucho, María, Santi y Valen saben lo fantástico que fue vivir con inocencia esos días de años anteriores, que se enfocaban en meterle importancia a lo divertido y lo trivial. Ellos mismos habían sentido lo que era vivir un poquito fantasía en lo más mundano, con felicidad, sin que nadie pudiera decirnos que nuestra realidad escogida estaba equivocada. Está vez debo admitir que fueron los sobrinos mayores quienes le metieron la magia al día para que los chiquitos que todavía y no por mucho tiempo más, disfrutaran de la felicidad de romper con las reglas y dejarlo todo en la cancha. Para mi felicidad, los cuatro mantuvieron el encanto para Natalia y Luisa que todavía mantienen inocencias ininterrumpidas y no dejaron que la edad los alejara de un momento que nos hacia sonreír al unísono.

 Este día más que nada ha sido para mi una oportunidad de crear un vinculo y una complicidad inquebrantable con 6 personas que me dan más de lo que yo pudiese darles nunca. Les impregno un poco de este lado vital y alegre que me caracteriza y les promueve a ser incluyentes y muy creativos a cambio de eso a mi me dan oxígeno y muchísimas ganar de quererlos. 

 Romper las reglas y crear tradiciones a sido para los siete una manera de sentirnos vivos, de tomar distancia de cada una de nuestras rutinas, no sólo para compartir y gozar sino para saber complacernos de vez en cuando y de cuando en vez. A mí por lo menos cada uno de esos días se me quedará grabado como un tatuaje en la mente y en el corazón y espero que a ellos se les quede no sólo como recuerdo, sino como prueba que alguien los quiere con locura y que rompería hasta la ultima regla para tenerlos cerca, para protegerlos y sobretodo para verlos sonreír. 

 Pero como toda felicidad, el día sin reglas es especial porque es finito, incluso se acaba también con intensión. Porqué, aunque parezca absurdo, hasta a los más rebeldes y a los más retadores ¡qué falta que nos hacen las reglas! Siempre volvemos a la casa con ganas de orden, higiene y por supuesto justicia.

 Hasta el próximo encuentro repolluelos…