No de lunes ni de martes, sino de jueves. Fantasmas y monstruos de fantasía que me atacan con yunques de plomo mientras todos mis ángeles luchan con razones, objeciones y ejecuciones para que no me hunda. Pero así así, poco a poco, me resbalo y las uñas no me alcanzan para cogerme fuerte y salir triunfante.
Siempre me he considerado valiente, o por naturaleza o por obligación, y siempre me he batido a golpes con mis miedos para sobrevivir en mis propias condiciones. Muchas veces he coronado pero muchas otras la angustia me ha derrotado hasta la intensión de desaparecer.
Racionalizar el miedo, aterrizarlo, entenderlo y aceptarlo ha sido la estrategia para sentirme en control y con el poder suficiente para no dejarme consumir. Pero hace un tiempo tengo miedo y no he logrado saber bien a qué o por qué.
Mis días pasan sin impedimento, pero con un pequeño vacío arriba del pecho que silva bajito palabras de angustia y ansiedad que rápidamente se convierten en negación para sobrevivir. No quiero repasar razones, ni explicaciones porque que miedo que le tengo al miedo. Pero inevitablemente el silbido se ha vuelto más fuerte y ha llamado a las lagrimas a hacer parte de un juego que me aterroriza y próximamente estoy segura me paralizará.
Sin rodeos hago otra de mis listas diarias, pero esta es más de jueves; ese día que promete un final pero que todavía exige de más, cuando ya el peso de las responsabilidades se ha posado sobre mis hombros y mis intensiones de distensiones se juntan con la ansiedad de romper con la rutina, buscar un plan y compartir un lado de mi soledad. Esta es diferente, brota desde lo que siento, las una y mil opciones que ansiosamente se han ido aferrando a mis días; a mi vida. Y sí, la soledad lo encabeza todo. Esa palabra que así no más, pareciera superflua y fácil de combatir, pero que sé que a la hora de la verdad si no le rasguño la superficie jamás poder encontrarle una salida. Hablo de una soledad laboral, social, amorosa y material. Mis independencias de miércoles se me volvieron soledades de jueves.
Y este es miedo de los miedos, ese que tiene aristas y algunas luces, pero cero claridades; uno que me hace rebotar por las paredes hasta que respiro y trato de dejarlo pasar, pero sobretodo me esfuerzo en archivarlo para no doler de susto. Con éxito temporal lo dejo en el cajón para no afrontarlo para negarlo y mantener mi externa tranquilidad que a veces se viste de felicidad.
Siempre termino igual: ocupándome, distrayéndome entre mis paredes, mis verdes, mi familia y mis mañas, gozándome la soledad que de a pocos no me preocupa pero que a la larga me atormenta. Mi vida laboral me llena cada centímetro del alma, me efervesce en un millón de sensaciones y me hace feliz, pero sé que dejar a un proyecto permearlo todo por delicioso que sea, es poner todos los huevos, las gallinas y los gallos en una misma canasta. Y si la canasta se me cae, se me pierde, se desgasta ¿qué será de mí?
¿A quién acudir? ¿Quién sabrá contenerme? ¿Para dónde cojo y con quien? ¿Por quién me preocupo? ¿Con quién comparto? Dibujo las opciones y coloreo mis mareos y sólo quiero huir de esto que me rodea, de este mundo en el que me figuró nacer, al que no tuve mas opción que pertenecer y que sin razón aparente me cosquillea la intolerancia y el juicio. “Odios” que me aíslan y que me encapsulan en la magia de los desconocidos que me comienzan a rodear. Pero ellos vienen y se van, me transforman y se van, me conmueven, pero siempre se van.
Ahora a mi alrededor todos y todas parecen haber caído en sus puestos, en sus islas, con su gente, con sus vidas. Y lo que antes nos unía hoy está en pausa; en medio de un cambio de mando, de rumbo, de prioridades y he quedado en un olvido involuntario y en una caja inevitablemente sin techo y con paredes de hormigón.
La autosuficiencia, la independencia, las responsabilidades y las conversaciones sólo por mi y para mi, sin consejos, ni co-responsabilidades, ni equipos, es todo para una y una con todo. Así transcurren día a día las felicidades, las ilusiones, las angustias y mi miedo, sin encontrar interlocutor mucho menos un polo a tierra que me recuerde que entre compañía no estoy sola.
Entonces si el lunes o el martes quiere ponerme a prueba puede que todo lo que caiga un jueves estalle por mi bien hacia un botón de re-set, de re-start un botón de rescate.