Sin credo pero sin miedo

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En unas cuantas semanas estaré conociendo al Papa. Sí, yo, la incrédula. Esa que frente a todo lo religioso ha sido escéptica e inflexible. Yo, la que de niña se crió católica, con bautizo y primera comunión, pero que de joven lo rechazó todo con rabia y decepción para decidir que ni confirmación, ni matrimonio, ni santos oleos estarían en su destino. Pero, aun así, tan atea como me tildan en mi familia, conocer al Papa me emociona y desde luego me intriga. 

Entonces aprovechando esta visita que se avecina, creo que es oportuno sacar un par de trapos al sol y hablar de religión. Hago la salvedad de que la única religión que verdaderamente conozco y que he practicado de alguna manera ha sido la católica. Sin embargo, me ha tocado por propiedad transitiva estar expuesta a otras desde la silla de espectador, y lo que concluyo de todas, es que buscan lo mismo, quieren lo mismo y erran por lo mismo. Confieso que siempre me ha generado fascinación la devoción y la fe. La devoción por el lado humano y su factor de veneración que la hace tan poderosa y la fe por su ausencia de duda y su voluntaria resignación. 

Me fascina ver como mueve a uno o a muchos y me alegra darme cuenta que en el caso de muchos de los que me rodean, los arrulla, los contiene y sobretodo los motiva. Mi mamá que siempre ha sido espiritual y “devota” pero jamás fanática, ni intransigente en cosas religiosas, tiene su “fe” intacta, sin cuestionarla porque es sólo de ella. He visto como es guía y sobretodo un espacio único y exclusivamente para ella. Mi mamá se siente protegida y guiada por “su” Dios, el que ha escogido respetar y en el que ha querido confiar, entregándose de forma voluntaria a sus dogmas y su historia. Y la verdad a mi me encanta ver que tiene eso, esa fe que yo jamás podre tener porque jamás he podido tragar entero y mucho menos creerme lo increíble o confiar en lo masivo. Pero a ella, a ella le da sentido y eso es suficiente para saber que, aunque no comparto, si agradezco que haya algo que no sólo la “obligue” a ser bondadosa, generosa y exigente, sino que también la haga tener confianza en ella, en el destino y en el amor. A mi mamá que cree y que practica en su silencio y su privacidad, nada la aísla, ni le impide aceptar o incluir lo que otras creencias o ritos puedan ofrecerle para fortalecer su fe. Sabe que la protege más de un ángel, porque disfruta creer en la vida eterna, en que el alma perdura y en que la fe mueve montañas. 

Tan es así, que la he visto dejar de comer chocolate o pan (sus debilidades) para ofrecerle a su Dios un sacrificio cuando se siente perdida, o levantarse e ir a misa para pedir por sus hijos justo antes de un viaje o esconderme una medallita en cada rincón de mis sueños para que me “proteja” y hasta darme la bendición en su imaginación para no incomodarme, pero si para que ella pueda protegerme de alguna manera. Ahora, en pocos días va llena de emoción a hacer una peregrinación siguiendo los pasos de apóstol Santiago en Compostela y sin saber a que horas o porqué, su hija, la más escéptica, la más agnóstica, la más rebelde, por cosas de la vida le ha conseguido llaves para conocer a su Papa y lo mejor de la mano de sus hijos. 

Así que al hablar de religión siempre me debato entre dos lados. El del Dios de mi mamá y el de mi intransigente razón para estar fuera del molde. Una razón que sólo cree en forjase su propio destino, una razón que me hace imposible creer en que hay algo todo poderoso y omnipotente que lo cobija todo para lo bueno, pero que desaparece para lo perverso con la excusa del libre albedrío. Una razón que me hace absolutamente imposible darle crédito a un “algo” de mis suertes; las buenas y las malas por igual. Yo en cambio, creo en la suerte, y creo que hay momentos en los que estamos en el lugar adecuado en el momento adecuado y también a ratos todo lo contrario. Creo que cada uno toma su suerte y según su contexto, su historia, sus intenciones y su genio, la transforma en lo que quiera. Acepto ya radicalmente que mucho no es justo pero que así es la vida y que la energía buena o mala se convierte y nunca se desaparece; esa más bien es mi definición de “alma”. 

Hasta el momento me he referido a la creencia individual y a las Santas escrituras. La parte humana, los dogmas, los paradigmas y las tradiciones son otro tema que me genera enormes contradicciones, pero a hoy creo que sé separarlas. Sobra decir que no resisto el fanatismo, ni el “generoso” aporte de bendiciones ajenas no pedidas, (con excepción de las de mi madre) ni la intensión pasiva de convencerme de lo inconvencible. Pero sí, como en todas las culturas, religiones y mundos confieso me gustan encontrarles tradiciones diferentes y relevantes para adoptarlas, más que por su significado intrínseco, por el que yo misma le doy para hacer mis propios ritos y de paso divertirme como con tantas otras cosas de la vida. 

Así que me considero Atea porque no creo en lo sobrehumano y agnóstica porque no pienso que ningún credo religioso tenga algún poder sobre mi destino, mucho menos sobre mi comportamiento. Odio profundamente el concepto del pecado y de la confesión, como si por miedo debiera ser buena y como si otro ser humano pudiese con un par de penitencias limpiarme de “culpa”. También por eso creo muchísimo menos en la CULPA ; ese por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… me ha estremecido el cuerpo siempre y sus golpes de pecho ni se diga. Ahora bien, en lo que sí creo es en hacerme responsable de todas y cada una de mis decisiones y acciones por buenas o malas que sean. La verdad, yo más bien me quedo con el mas acá que con el más allá para que las recompensas y los castigos sean en vida y así el ultimo día de mi vida si alguien escribe mi obituario sólo podrá darme crédito a mí o a los míos de mi historia. 

Es por eso que en lo que más creo; no sólo como concepto, sino como una practica constante, es en la GRATITUD, en reconocerla y sobretodo en manifestarla. Agradezco tener una familia que me ha dado siempre libertad de creer en lo que me ha parecido y agradezco ver que mi familia de fieles tenga sus creencias para ayudarles y guiarlos. Mientras hagan el bien y estén bien por mi, esta bien. Porque para mi, los sentimientos no caen del cielo, más bien se practican para que se arraiguen. Entonces, vamos a ver si Francisco, el mortal, el humano,el creyente me trasmite un poco de su buen liderazgo como humano imperfecto, pero como persona bien intencionada e inspiradora, Amen.