Ya me estaba sorprendiendo de que con todo esto que está pasando últimamente, mi mente que se caracteriza por tener muy baja resistencia a la presión, no hubiese colapsado como inevitablemente le correspondería. Es cierto que la madurez, la experiencia y los esfuerzos me han aportado una buena cuota de control mental que ha probado ser efectiva en mi búsqueda del equilibrio.
Llevo meses con mini- desesperos, haciendo y deshaciendo, creando y transformando a ver si lograba esquivar golpes, huecos, y bolardos circunstanciales. Todo, para ver como vivir en esta burbuja en pausa que no hace parte de la realidad que conocía, ni es muestra de lo que me espera. Me siento suspendida en un limbo de suposiciones, de incertidumbres, de una vida con planes que solo se proyectan al día, al minuto. Con el peso del pasado y la angustia de futuro, latente y constante.
Hoy ya me aproximo a volver al “pasado”, a retomar mis actividades a medias y entre obstáculos; de los lógicos, pero sobretodo de los absurdos. Estaré condicionada a cambios que no reconozco, y que ni porque siga instrucciones voy a poder planear con anterioridad. Y yo soy una persona que planea, que organiza, que se prepara; para mi ¡es imposible vivir así! Me adaptaré supongo, porque hasta ahora he sido flexible, aunque tambalee, pero honestamente no me provoca seguir en este formato de miedos, de imposibles, de exageraciones, para poder lidiar con todo lo que nada tiene que ver con mis conocimientos, mis habilidades o mis intereses.
Entonces lo que estaba pendiente de pasarme la cuenta, siento que viene en camino a alcanzarme sin ninguna clemencia. Este previo aviso de hoy, cuando el mundo juntó lo mas insignificante, con la sensación de “abandono masivo”, de recursos con limites y exigencias llenas de complejidades y arandelas; exigencias que no entienden de pasivos ni de horarios.
Esto es como si para poder sobrevivir, yo tuviera que ser todo, parte y quien reparte. Tanto tiempo que he trabajado para poder no perder mi vida por el trabajo y cuando ya por fin estaba lista para gozar la vida y saborear mis construcciones, se reversa todo. Ahora vuelvo a perder cada segundo y cada espacio de mi vida por unos pesos, por otras personas, por responsabilidades y presiones que no le importan a nadie mas. Me espera el síndrome de las 20 horas laborales.
Esta circunstancia no hay manera de manejarla con mesura. Mi salud mental, que me preocupa muchísimo mas que la física, me asusta sentir que puedo perderla. Es aterrador creer que perderé todo el gusto por lo que hacia en épocas de ilusiones, sueños y satisfacciones. Me perdonarán, pero ¡quiero mandar todo para el mismísimo infierno! Quiero poder apagar, empacar e irme y dejar de ser responsable, y mas bien ser responsabilidad de alguien. No quiero seguir cumpliendo con expectativas absurdas del deber ser, o de los principios éticos y profesionales que me autoimpuse y que he ido taladrándome con los años. Pero si quiero que lo mío tenga alguna posibilidad de salir al otro lado de la tempestad.
Lo que es más angustiante, porque lo he sentido antes, es esta sensación de derrota y de ahogo, de sentir que la tierra es plana con horizontes con final y con caminos que ninguno conduce a Roma. Sé que está permitido quejarse, frustrarse y equivocarse, pero siento que no vale la pena ni siquiera buscar salidas de ahí, pareciera que es mejor inyectarse una dosis de negación y apatía que se confunden con positivismos imposibles. Solo así podre pasar de un día al otro, idealmente tan rápido como sea posible. Porque este confinamiento, mas que físico es uno mental y parece tener cadenas de las perpetuas. Todo es un desgaste, TODO. No hay nada que sea ni suficiente, ni definitivo, y las recompensas están perdidas entre planes que parecen no llegar.
Aún cuando he tenido momentos de lucidez, de realismo, de innovación, de distracción, de aprendizaje, y hasta de narcisismo, es evidente que nada cierra el circulo con satisfacción y siempre todo está pendiente. Entonces, es tanta la presión que la olla en algún momento tiene que pitar.