Durante años he perfeccionado el arte de estar sola. Ojo, vivo rodeada de la gente más maravillosa del mundo; una familia singularmente especial, unos amigos que me pintan la vida con un millón de colores y con formas que nunca se repiten. En el trabajo, gente que me reta y comparte mi cotidianidad. Sin embargo me gusta el tiempo que estoy “sola” en este mundo tan ruidoso y tan lleno. Me gusta mi compañía porque con el tiempo, me gusta más y más la persona en la que me he convertido. Una que aún estando sola, tiene grabado en la piel la responsabilidad de convocar o de buscar espacios con los míos, para escoger cuales espacios de soledad, puedo convertir en espacios de compañía. En vez de esperar, he escogido mover las fichas para conservar y sobretodo para disfrutar de mi actividad favorita; COMPARTIR.
No me da miedo estar sola, tampoco me desespera, pero a ratos si me frustra. He aprendido a distraerme, a consentirme, a cuestionarme, y a vivir sola con un ingrediente muy importante, la tranquilidad. A ratos esa tranquilidad la he perdido, pero he tenido la inmensa fortuna de haber compartido mi mundo, mi espacio y el corazón con parejas que he querido mucho y que me han movido de la “incomoda comodidad” de la vida individual, a mundos que siempre me han dejado marcas.
En otras palabras: estoy y he estado llena de gente, rodeándome y dándome cariño. Entonces estar SOLO así no más, parece que es una ¡maravilla! Igual mejor ver el vaso medio lleno, que medio vacío ¿no?
He oído todos los clichés. Dicen, que para poder compartir bien, hay que estar bien en soledad. Que se debe perder el miedo a no tener pareja, aprender a tomar decisiones solo, aprender a hacerse una vida de la cual estar orgulloso sin estar dependiendo de nadie. ¡¡¡Todos!!! Sin duda ciertos, pero ya hoy por hoy ninguno me aplica, todos ya… ¡Check!
No dependo de nadie, de nada. Mi vida ha estado en mis manos y la he construido de forma tal que está llena, es generosa y no le tiene miedo a las sorpresas que me reparta el futuro. Pero de un tiempo para acá, después de despertar del embrujo de un corazón partido y pudiendo ser objetiva en el recuento de lo que sigue después de esa relación. Seré honesta. He quedado iniciada y sobretodo asustada. Pero más que nunca convencidas de que mi deseo es "ser pareja", sobretodo con ese bagaje que puede aportar de esta vida que he construido sola.
Todo esto es muy romántico, la realidad al final de cuentas es que ya el haber “triunfado” en el arte de estar sola, lo que poco a poco me esta trayendo, es la angustia y los primeros rasgos infames de la SOLEDAD. Esa que si duele, que si inquieta, la que sólo puede llenarse con la complicidad o la intimidad de una pareja. En donde se comparte “todo”, incluso esa responsabilidad de vivir solos y revueltos. En donde mi mundo no es solo mío y por consiguiente todo lo que lo altere ni recae, ni lo sufro, ni lo disfruto sólo yo. Hay otro doliente acompañándome.
Y entonces como todo en mi vida, ¿qué hago? ¿Cómo lo resuelvo? ¿Cómo obtengo lo que quiero? En cualquier otro contexto la respuesta seria: organícese, empiece y ¡búsquelo! nada de excusas. Pero, salir a buscar AMOR, ¿cómo es eso? sobretodo más ahora que el amor parece que se esconde detrás o debajo de las piedras. No como en mis veintes que estaba ahí, en todos lados para escoger. Hoy, ¿a dónde salgo? ¿En donde están los que me están buscando a mí? Esto parece un pica pala de parejas y poco a poco todos fueron escogidos y quedamos unos pocos esperando el turno. Los separados que hagan fila, que cojan un turno, no pueden saltárselo todo. Eso si los demás estamos, con la cabeza arriba, la sonrisa y la seguridad intacta, más maduros, más listos pero sin embargo, ESPERANDO.
Así que con esto, hago un llamado a las piedras para que empiecen a rodar y rodar, rodar y rodar, a ver si debajo de alguna de ella aparece el REY, porque realmente no me le estoy escondiendo a sol, pero poco a poco estar sola se me está convirtiendo en soledad.