“Se dulce, muy dulce, muy suave”. Mi abuela paterna y mi adorado padre me repetían esa frase desde que tengo memoria. Por supuesto, cualquiera que me conozca sabe que de suave no tengo sino la almohada. De dulce, tengo mis momentos de estrellato pero son una excepción a la regla y no la regla. Aunque me gusta como soy, debo confesar que un poquito de suavidad y de dulzura no me habrían hecho ningún mal. Es más, hoy me tendrían aún más empoderada como mujer y mas empapada de lo que creo hoy son las nuevas masculinidades femeninas.
Para explicar un poco mi lado femenino hago un recorrido por mi historia desde niña y todo lo que ha impactado mi forma de ser y mis comportamientos. Yo nací en una familia de 4 hermanos; soy la segunda niña y la numero 3 en total. Con dos papas trabajadores y muy echados pa lante. Mi papá, un hombre supremamente masculino y con ideologías machistas; como todo latino de su época que se respetaba. Era protector, proveedor y muy cariñoso, y aunque las niñas de la casa teníamos parámetros un poco más tradicionales y conservadores, siempre nos hizo sentir muy capaces y muy importantes. Incluso a ratos ser mujeres nos hizo más importantes. Era un época con roles más definidos por la sociedad y creo que aun cuando ese pasado era más rígido era más sencillo.
Expresiones como “no sea nena” o “sea macha” o “no me chille!!!, se usaron en mi casa constantemente, a ratos para abrirnos los ojos y ratos para provocar. Hubo siempre mucha exigencia para que todos probáramos de todo, aprendiéramos de todo, comiéramos de todo; buenas herramientas para la vida realmente. Los 4 por igual. Creo que también parte de eso eran las ganas de mis papas de compartirnos en carne propias pasiones de ellos y sueños frustrados. Aunque a veces a la brava, agradezco hasta el llanto que venia con que me obligarán a ser valiente y arriesgada, porque hoy, ninguno nos quedaríamos varados en ninguna situación y tenemos un mundo de opciones más amplio de donde escoger. Sin importar genero, edad o preferencias.
Pero además, me crié con una mamá que para su generación rompía algo el molde y aunque emocionalmente era muy dependiente de mi padre, en sus realidades profesionales, sociales y familiares siempre fue muy independiente. Mi mamá ha sido la muestra de una mujer empoderada y de armas tomar, pero con un lado femenino sensible y vulnerable que con el tiempo y los cambios ha ido transformándose en algo que no demuestra debilidad sino por el contrario; fortaleza. Como digna hija de mi abuela, mi mamá, siempre ha estado divinamente presentada, sobria y sencilla pero siempre elegante y apropiada para cada evento; no la describiría como vanidosa sino exquisitamente descomplicada.
Además me crié entre fincas y caballos y rodeada de unos primos cómplices de travesuras. Así que la comodidad y la practicidad eran vitales pero inevitablemente masculinas. Por eso, siempre me encantó ver a mis papas salir a una fiesta. Mi mamá sacaba su lado femenino a relucir. Me acuerdo alguna vez, verla con un vestido largo morado bajando las escaleras; tan divina, y mi papá guapísimo, oliendo como todo hombre debe oler cuando se pone un smoking. Eran una pareja tan WOW! Cada cual con su rol, mi mamá de MUJER y mi papá de GALÁN.
Paralelamente, me eduque en un Colegio mixto en donde siempre primó la“igualdad de genero” (expresión que hoy odio!). Todos estábamos expuestos a lo mismo, se nos exigía lo mismo, éramos personas; no hombres ni mujeres, así que cada cual brillada era por sus logros. Un concepto muy chévere pero algo confuso. Es que crecimos en una generación donde las mujeres no solo estaban obligadas a ser profesionales y trabajadoras sino que el feminismo, en mi opinión dañino, las obligaba a igualarse a los hombres en todo. Empezó a cambiar ese modelo de la mamá ama de casa, a la mamá que también proveía. Y ni se diga el vueltón que sufrió el concepto del “sexo débil”, paso de ser retador a volvernos mujeres terriblemente competitivas. Por eso creo que mi generación asumió un comportamiento muy único y muy curioso, por lo menos en mi colegio y en mi circulo cercano. Entre nosotras mismas las expectativas de las niñas era ser guerreras, muy masculinas. Competíamos con los hombres en temas deportivos y físicos como iguales. Y entre nosotras generaba rechazo la niña vanidosa, vulnerable o femenina. Las niñas “light” Las veíamos como unas “princesas” y estaban sujetas a la burla, incluso al “bulling”. En cambio, entre más masculinas, más amigos hombres tuviéramos y más rompiéramos el molde de niña, nos admirábamos más.
Creo que durante toda mi infancia y gran parte de mi adolescencia la presión de ser mas “macha” estaba ligada a la pésima semántica de esa expresión. Que la valentía el coraje y la capacidad estaban ligados directamente a la masculinidad femenina. Creo que por eso fui equivocadamente, durante una época larga, feminista total. A mi pocas veces me pagaban una invitación, no tocaba recogerme. Me perdí del encanto de la caballerosidad, de que me consintieran y que me cuidaran; que me sedujeran y lo que es peor de que me enamoraran. Mi fuerte era la iniciativa, la independencia, la actitud de “yo me cuido sola”. Pero en el fondo del corazón, lo contradictorio en realidad era que: que delicia que me cuidaran y me quisieran y que me trataran como también se dijo siempre en mi casa “como con el pétalo de una rosa”. Además porque querer quitarle a los hombres el placer de cuidarme, de protegerme eso no me hacia débil sino por el contrario afortunada. Hoy no lo entiendo.
Todo ese discurso, empezó acambiar cuando las hormonas adolecentes comenzaron a marcar la parada. La frustración de que mi primer “crush” me veía como otro “compadre” y no como una niña, así que desde luego yo era invisible. No fui de las que invitaron mucho de adolescente y creo que al que le gustaba, era por esa personalidad fuerte, arrolladora y muy masculina, que eventualmente anulaba. El baldado de realidad vino la primera vez que me invitaron a salir. Emocionada de ponerme bonita como mi mamá, hice todo el proceso y la producción que correspondía. Pero cuando llegó mi date a recogerme venia algo borracho, en uniforme de colegio, con la corbata de bandana y con su parche como si fuera cualquier plan . Que chava me sentí!!! Ser niña vanidosa ese día me reafirmo que tocaba ser más “descompilada” y más “verraquita” y no mostrar el interés jamás!
La madurez eventualmente me sacó de ese ciclo, de que ser mujer era una desventaja y una debilidad. Dejé de querer competir como una igual y más bien competir por lo diferente que me dio la vida; la dicha de ser mujer. Le he sido fiel a mi lado masculino claro, porque además es un motor muy poderoso. Pero ahora las cualidades femeninas y “delicadas” me dejan disfrutar de la magia que tiene la estética femenina. Vestirme por fin como una mujer segura de su sensualidad y con gusto por sentirme linda; sentirme mujer. Inclusive me dejan también aprovechar mi lado maternal y receptivo; el de la creación, que viene con la naturaleza de toda mujer. El lado suave y dulce del que mi papá y mi abuela tanto me insistían.
No puedo decir que soy la niña más niña y todavía me cuesta encontrar un termino medio entre la “princesa frágil protegida” y la mujer poderosa que va hombro a hombro con los machos Alpha. Tanto cuando se trata de evaluarme a mi como a otras mujeres. Pero reconozco que ese sería el equilibrio ideal, porque cada genero tiene un encanto, por eso es que nos vemos atraídos unos a otros. Entonces, que viva esta deliciosa desigualdad femenina! Además sería un esfuerzo perdido, no podría ser igual ni porque quisiera, ya físicamente vengo empacada así. No creo que sea mutuamente excluyente a la hora de coquetear con la felicidad de tener pareja, ser fuerte e independiente pero suave y dulce. Es que, definitivamente es una “MACHERA” ser mujer!