Por Sorpresa, las LETRAS

Ahora resultó que soy “escritora” ¡Quién lo creyera!  Además de haber sido indisciplinada y dispersa en el colegio, el tema de la gramática me parecía tal vez lo más desapacible y tedioso del mundo. Es que palabras como pluscuamperfecto, pretérito o diptongo honestamente me parece que deberían resignarse a ser nombres de perros o de fincas. Para mí, nunca significaron nada y es la hora en la que hoy, tampoco. Advierto, que si me preguntan en este instante que significan y para que sirven, desviaría la conversación con existencialismos o con algún chiste flojo. Debió ser por eso que perdí español más de una vez en el colegio. Pero a la buenas o a las malas lo mejor que me dejó el colegio fue a escribir como debe ser. Es que, que sufridera me dieron las letras, su ortografía, su estructura  y el manual de instrucciones que las acompañaba.

Ahora, el don de la palabra es otra historia, con eso si fui bendecida. Desde que tengo memoria hablo hasta por los codos (cosa que ha sido motivo de desespero para más de uno). ¿Pero qué hago si cuando tengo algo que decir no puedo guardármelo? me salen letreros. No importa el tema, el lugar o la persona, me brota verso, rima, prosa, o hasta partitura. Quienes me conocen saben que hasta me invento palabras y dichos con tal de hacerme entender. 

Durante décadas gran parte de lo que digo ha generado polémica. Hablar sin tanto filtro tiene sus aliados, pero hacerlo sin ninguno hace “enemigos”. Antes, la polémica venía desde la ignorancia y la terquedad, pero a medida que he ido madurando mis argumentos son menos aleatorios y con bastante más profundidad. Soñé desde chiquita con ser abogada, política; y lo más increíble presidenta de este país. No se si nos salvamos de que el diseño se cruzara en mi camino en el justo momento de escoger mi destino. Fui rebelde, “peleona”, me erizaban las injusticias, me seducía el liderazgo. En fin, absolutamente mandona. Sin ninguna duda en esta área salí igualitica a mi papá.

Mis cuentos, mis anécdotas y ese: “¡No sabe lo que me pasó!” están contagiados de genuinas historias resaltadas con el más fosforescente marcador. Puedo conmover, convencer o enfurecer a quienes las oyen. Han sido cautivadoras o por su humor o por lo irónicas o por lo absurdas. Y aunque honestas, suelen doblar las realidades y las verdades con tal de entretener. Realmente, en el fondo son igualitas a las de todo el mundo, sino que ese “don” de la palabra las vuelve más magnéticas; algo hechizadas.

 Pero es muy cierto eso de que la palabra dicha no tiene reverso y a mí si algo me ha metido en problemas es hablar de más y perder la elegancia de la “forma”; todo el “fondo” pierde valor cuando eso pasa. Me habría encantado como dice Cat Steven que: “From the moment I could talk I was ordered to listen” porque peco mucho por interrupción; pésima maña. 

Pero bueno, me devuelvo a cómo llegue acá, a las letras en blanco y negro y a enfrentarme a un papel con o sin inspiración. Realmente lo he hecho desde chiquita, bien fuera escribiendo carticas de origami a mis amigas o notas de cariño a mis papas. Ensayos obligatorios o cartillas de caminatas, y cuando estaba inspirada o mi vida sufría un cambio, ensayos de admisión a colegios de todos los estilos. Cuando en mi adolescencia me enamoré, las cartas de amor me brotaban como hojas en primavera; la primera me acuerdo fue una carta de despedida con las 100 razones por la cuales estaba tan embrujada de amor. Cuando el corazón se me apachurraba, en cambio, también escribía. Cartas y notas pidiéndole perdón a mis papas por mis pilatunas o por mis “maldades”. Incluso alguna vez que me suspendieron del colegio mi papá de castigó, me despertó a las 5 am y me puso a escribir un ensayo sobre el David de Miguel Ángel. (si, en mi casa no había consecuencia que pasara desapercibida). Para el “aniversario” de un mes de muerto de mi papá también escribí para el periódico una palabras amorosas recordándolo. Después vino toda mi “enfermedad”, la incomprensión y la desesperación que viví y supongo que la prosa se convirtió en un vehículo para comunicarme conmigo misma, para sacar de mi cabeza todo lo que se movía en mil direcciones sin restricciones de velocidad.

Así que sin darme cuenta, practiqué empíricamente el arte de comunicarme; bien o mal pero sin duda con ánimo terapéutico. Es que escribiendo, a diferencia de hablando puedo editar, corregir, hacerme entender mejor. Alcanzo a masticar mis ideas y mis sentimientos para filtrarme y no pecar por “fondo” tanto. Es mi forma de conversar aun cuando estoy en silencio o en soledad.

Ahora pienso, que era inevitable terminar en estas, en un blog para compartir, para hacerme oír, con cariño, con intensidad, con mi genuino instinto de comunicar que tengo una voz. Lo hago como mejor sé, HABLANDO PENSAMIENTOS, con ritmo, seduciendo con el sabor y el color de las palabras y esperando con un sin fin de comas y con el último punto bajarle al volumen a todas esas voces en mi cabeza, que sólo comparto con la almohada. Aunque escribo para mí y nunca tuve ninguna intensión de que fuera más que eso, mis palabras y mi esfuerzo han tenido más valor ahora que alguien me lee y a ratos me responde. Escribir es tan chévere como recibir comentarios, todo lo reciproco es más valioso, más espumoso y sobretodo más motivador. Espero que la sopa de letras que trae el afán de cada día, siga siendo tan desordenadamente ordenada y que la memoria no se pierda entre el ruido de un mundo con tanta regla lingüística, gramatical y ortográfica. 

Esto ha sido una buena forma de practicar esa “horrografía” y pésima puntuación que nos ha dejado tanto chat y tan poca lectura. Para que engañarlos con textos perfectos que no estoy preparada para construir. Más bien prefiero entregar lo más auténtico que tengo: el mejor esfuerzo por corregir y editar, con los errores humanos que podría tener una persona que ha tenido una formación buena pero no profunda de la letras. Ahí les dejo esta prosa en primera persona con probablemente algún diptongo involuntario, pretéritos imperfectos y verbos que bailan al ritmo del tango con un millón de mis palabras favoritas; los adjetivos.