Un Domingo Cualquiera

Haciendo uno de mis planes preferidos de ocio, ordenar, me topé con un librito que nos escribió mi papá justo antes de morirse. Siempre lo tengo en la mesita de noche pero gran parte del tiempo simplemente está ahí como parte del mobiliario. En ocasiones como hoy, me saltó a la vista y cayó nuevamente entre mis manos para releerlo. Una tarde lluviosa y nostálgica, una tacita de té, una foto, buena música y hago los honores de volver a oírle sus palabras en blanco y negro para tenerlo una vez más presente, vivo y acompañándome.

Es que cuando lo sentenciaron, con un cáncer de páncreas terminal y se apuntó a un tratamiento casi peor que la misma enfermedad, mi adorado padre decidió plasmar sus pensamientos, sus dolores, sus batallas y su inminente derrota, entre esas páginas divinas. Sin duda para que nunca lo olvidáramos y para que sus consejos se inmortalizaran en caso de que quisiéramos echarles mano algún día. Cada vez que lo leo, salpico el papel con lágrimas, me toca el fondo del corazón “oírlo” vulnerable, “leerlo” con ilusión y con angustia. Aceptando su destino pero desafiándolo con cada palabra y cada anécdota. Pues bueno, hija de tigre sale pintada; palabras en papel, con sentimientos exorcizados y cariño desbordado. ¡Que gusto sentirme parecida, literalmente manchada de su ejemplo y su gusto por las palabras! 

El libro es corto y comienza con unas “cartas” absolutamente personalizadas, dirigidas a cada uno de sus hijos, con sus consejos y su despedida. Al leerlas no sé que vino primero, si ¿el POLLO o el huevo? Lo que nos dice a cada uno describe exactamente en lo que nos hemos convertido. Laura es solo amor y generosidad; Alejandro, intachable y responsable; Yo, auténtica e imparable; Tito, gran deportista, sensible y amoroso. Todos solidarios. Hasta hoy caigo en cuenta que esas palabras de hace veinte años seguro se nos grabaron por osmosis y veo que nos convertimos en lo que mi papá siempre quiso que fuéramos. Increíble, no se si leía el futuro o si solo con ponerlo en papel nos forjó un destino obligatorio pero natural e intransferible. Nada que envidiarle a Walter Mercado, lo vió clarísimo. 

Lo más bonito es que cierra esa parte inicial con una carta a mi mamá y una frase que para mí es el significado del amor en pareja. Acá se las dejo: “A mi adorada Lina, que tanto ha hecho por mí y por mis hijos, no quiero dedicarle unas cortas palabras. Quiero dedicarle los días que me quedan por vivir…” Si eso no es amor del bueno no sé que es, sobretodo porque no se quedó sólo en palabras; fuí testigo y solo con leerlo puedo sentir la ternura, el vínculo y el equipo que eran ellos dos. Aun cuando literalmente era la muerte la que estaba por separarlos, ¡como los envidio! Me pusieron el listón demasiado alto, ¡grave! 

Luego siguen páginas de sus pensamientos y vivencias, de unos meses de montaña rusa en lo físico, en lo espiritual, en lo sentimental y en lo familiar. De su amor por su mamá y sus hermanos. Por mas de que está escrito a computador, puedo leer la letra temblorosa en sus momentos débiles y sus letras resaltadas en sus instantes de momentánea ilusión. Muy valiente dejarnos algo así, tan sincero, sin tapujos, tan desesperado y a la vez tan conmovedor. Definitivamente me reafirmo que mi papá lo mejor que tenía, era su humanidad y por desgracia también su mortalidad. 

Lloro, pero no de tristeza sino más bien de empatía, con un poco de rabia, con ganas de verlo, tocarlo y oírle más de sus muy acertadas palabras y reflexiones. Me hace falta para compartir mi presente, este mundo nuevo del que se ha perdido todos estos años y a los que su prematura despedida les cambió el tumbao.  Presente que me trajo hoy a leerlo como una y mil veces y a enorgullecerme del papá que tuve, de su desenvenenado duelo y de la hija que indudablemente con querer, todavía marca y cría con su calor intenso.

Y aunque no encuentro, ni siquiera entre líneas, ese sentido del humor latente y constante que lo caracterizaba, con cada punto aparte queda diluida la esperanzadora promesa de un capitulo más. No lo culpo, es que todo tiene su momento, su tiempo y su lugar, y yo que viví en carne propia esa época de meses nefastos, se que hubo pocos sábados felices y más domingos de dejémonos de vainas. Así que las carcajadas para otro momento. 

Este librito de cajón, hoy me deja algo distinto: un consejo que en 20 años se disfrazó de melancolía. Me hace mirar desde este balcón del más allá y ver a un hombre en un drama, en un momento sombrío, contra reloj y sin embargo no siento sus palabras negativas sino por el contrario positivas y constructivas. Veo un hombre enorgullecido con su familia, afortunado con sus amistades y sus oportunidades, pero más que nada, agradecido hasta con el demonio que quiere arrebatarle su vida y sus sueños. Estas paginas encuadernadas son la prueba fehaciente de que aprovechó hasta la ultima oportunidad para querernos y para aferrase al deseo de seguir celebrando su vida.

Entonces que quede registrado que no quiero jamás escribir con ánimo negativo, otro buen ejemplo que me deja mi papá. Mi misión en cada escrito quiero que sea siempre encontrarle esa comba al palo. No para ver la vida color de rosa, sino para ver las espinas, los miedos, la ira y la frustración con color de vida.