Llega otra vez Mayo con sus celebraciones y obligaciones y por suerte tengo todavía a mi mamá tan vital, tan sana, tan positiva y tan “intensa” como siempre. Aunque estos días comerciales me desesperan por ser obligatorios, también me parecen una oportunidad para hacerme consciente de que debo celebrarla. Su vida, su impacto, su ilimitada fortaleza y en especial ese corazón que la hace la MÁS y la MEJOR mamá del mundo.
Como a mi mamá le gusta rebelarse contra el capitalismo y la manipulación de las masas, estoy segura de que prefiere que mi regalo sea un escrito único y no una bolsa de Zara o lo que sería peor, una de CHANEL. Así que me amarraré las manos para no comprar nada y soltaré los dedos para dejarle algunas letras que le hagan honor a sus 47 años de maternidad.
No quiero hablar de todas las cualidades de mi mamá, o de lo entregada que es a sus hijos, o de lo dedicada que es a su familia, o de lo incluyente e influyente que es en cada cosas que hacemos. Mucho menos, quiero mencionar su gusto por hacer cada evento inolvidable, con sus millones de ideas de integración familiar o de los detalles únicos e intransferibles que tiene con sus nietos y desde luego con nosotros también. Es que ni les hablo del librito que les hace cada navidad, para que lleven un registro de como crecen y como cambian o de esa filosofía que tiene de no darles regalos efímeros, sino planes inolvidables. Eso sí, con la única condición de que los compartan con ella. Ha dormido en casas en los arboles, se ha refugiado en carpas de lo más glamurosas, ha nadado en los Galápagos, bajado en rapel de lugares perdidos, un sin fin de planes que jamás se borrarán de la memoria de los niños. Es abuela como ninguna.
Pero sobre todo, no quiero contarles lo activa, lo inteligente, lo creativa y lo recursiva que es. Siempre buscándole la comba al palo y encontrando razones que le den contexto a las personas más oscuras o a las situaciones más injustas. Es optimista de profesión y generosa de corazón. Siempre, tarde o temprano lo prueba todo, aún con sus “no” y sus “si”, hay campo para cualquier cosa, maneja una tolerancia de lo más elástica.
Tampoco quiero hablar de sus ataques repentinos de risa hasta el llanto o de su llanto arrugado en discursos practicados. Mucho menos quiero contarles del secreto reciente que me ha enseñado mi mamá. Ese que me hizo ver lo importante que es encontrar espacios para las amigas, o para sus primas Pombo y disfrutar esa compinchería femenina que no debe tener edad. Pero más importante aún, su insistencia de la importancia de prepararse joven, para una vejez independiente y llena de vida. Para ella nunca es tarde para empezar algo nuevo y aprender nunca pasará de moda. Con sus 65 orgullosos años, sus líneas de expresión con historia patria y su descomplicado andar, mi mamá va pal cielo y va cantando.
Por eso, prefiero dejar para registro del sumario todos los viajes por el mundo a los que me ha llevado o acompañado, caminatas interminables, conversaciones sin fin, llenas de mi voz y plagadas de su atento silencio. Mejor no recordar todos esos consejos acertados que me enfurecen o la paciencia infinita que ha tenido cada vez que le saco las uñas. En especial en esos momentos, en los que genuinamente tiene el alma partida de verme sufrir, pero el corazón sólido para no dejarme vencer. Ni se diga de toda la magia que hace a punta de Fe. El Dios de mi mamá, aunque me cueste aceptarlo, gran parte del tiempo, le cumple.
Y aunque en la casa de Doña Lina usualmente solo hay calado con mermelada y bocadillo con queso, siempre hay hambre de sueños e impulso para hacerlos realidad. Siempre hay un té para calmar la angustia y un abrazo un poco aparatoso para volver a la realidad. Por eso, es que no quiero contarles todas las cualidades de mi mamá, porque dicen por ahí, que cuando uno habla tan bien de alguien, de pronto se lo roban y mi mamá, les advierto, está bajo llave y reservada solo para nosotros. Se las comparto por tiempo limitado, porque sé que la vida de cualquiera es mejor después de que mi Madre Superiora hace de las suyas.
Ahora bien, de lo que sí quiero contarles sin ninguna censura, es que si termino siendo la mitad de parecida a mi mamá, me doy por bien servida. Ella tiene mucho de lo que yo no tengo, mucho de lo que necesito y al final de cuentas, mucho de lo que envidio. Mi madre adorada, es ante todo ecuánime, equilibrada y sensata. No se abalanza con los ojos cerrados a nada, no guarda ningún rencor y parece suiza a la hora de emitir algún tipo de juicio; si es que por casualidad tiene alguno. Pero lo más admirable es esa juventud profunda que tiene para todo. Me disculparán pero, como dijo el “poeta” de Arjona: “ Señora, no le quite años a su vida, póngale vida a los años, que es mejor”. Pareciera que mi mamá se tomó esa frase, de himno; porque que VIDA!
Por fortuna, últimamente, veo que nos parecemos más y más, somos absolutamente apasionadas, intensas y aceleradas y solo entre nosotras encontramos ese desdichado desequilibrio, cómico, útil y sobretodo desvelador. Madre monte, espero seguir obsesionándome contigo muchos años más y que sigas dichosamente, disturbándome la paz! Solo se puede ser tan buena hija, teniendo semejante MAMÁ!
Te quiero.