¡El HELENAZO!

Durante días, he querido escribir sobre el primer episodio que cambio radicalmente mi vida, pero es difícil describir, recordar y sobretodo reconocer, errores de esos que avergüenzan y duelen. Acá, mi mejor intento por reportar un momento de humillación, de arrepentimiento y de aprendizaje como ningún otro.

Desde que nací, llegué al mundo con voz de mando, con volumen de baúl de “twincam” y una intensidad enceguecedora. Creo que nacemos con unos rasgos marcados y con inclinaciones profundas y el tiempo, la historia y el contexto, nos van moldeando y nos ponen a escoger como vamos a construir esa marca irrepetible que es nuestra personalidad. Yo creo que nací buena, alegre, pero terriblemente dominante y mi mundo me puso a prueba para ver cual de esas tres características marcaría la parada en mi infancia; mi libre albedrío. El liderazgo, creo que fue lo que más influencia tuvo. No se cómo, ni porqué y creo que nunca lo sabré, pero a mi corta edad ese impulso interior, se mezclo con un lado cruel e inseguro y desde chiquita fui, aunque me avergüence decirlo; “bully”.

Aunque creo que siempre tuve buen ejemplo en mi casa, la burla y el humor negro han sido desde que tengo memoria, una constante entre nosotros. Es bueno, porque no nos tomamos tan enserio la vida, pero por otro lado nos acostumbramos a que es válido burlarse y restarle importancia a situaciones o personas que no deberían tomarse tan a la ligera. No todo chiste está exentó de ser malintencionado y no siempre es bien recibido. Pero bueno, hoy soy consiente y aún cuando los hábitos se vuelven parte integral de cada uno, cambiarlos es posible así sea un poco; poco siempre es mejor que nada. Creo que esto es lo único que pudo haber influenciado, a nivel familiar, en mis relaciones cuando niña. Los niños constantemente ponemos a prueba los límites y si nada ni nadie nos frena, el instinto animal es ir más lejos. Le medimos el aceite a nuestro entorno, sin realmente darnos cuenta que herimos por el camino. Al menos creo que así fue conmigo.

El primer recuerdo de crueldad que tengo fue un Club de Piquis que me inventé cuando estaba en kínder. “Club” que llevaba mi nombre y al cual sólo yo aprobaba sus miembros. Que tal esa belleza, ¿ah? Excluyente, selectiva y agrandada, y con sólo 7 años. Ahora bien, solo se es agrandado cuando hay “seguidores” o cómplices y yo tuve varios durante mi infancia y mi juventud. Ellos tendrán su propia versión y sobretodo sus propias culpas y cicatrices. Con el paso de  los años, con la fuerza, vino ese falso poder que le permite a todo matón, continuar quitándole la paz a esos que por miedo, nobleza o inseguridad les cuesta más defenderse. Pero bueno, me estoy pintando como un monstruo y ¡tampoco! Era niña, estaba aprendiendo, no sabía mejor, nadie me recriminó lo suficiente para hacerme ver, que con lo poco que hacia, mucho transformaba el diario vivir de otros. Cada cual aprende a su tiempo y el mío estaba por llegar.

Entonces, a mis 12 años, viví por fín el amargo sello de la moneda. Mis amigas y cómplices, sin saber porque, un día, se me voltearon. Por primera vez, fui víctima de mi propia medicina. No sé cuales fueron los entre telones del plan, que un martes cualquiera cambiaría mi vida para siempre, pero sé, que sin duda lo tuve merecido. Nadie es mejor que nadie y ningún ser humano deber ser maltratado por ningún motivo. Si esta era la forma como yo aprendería, así tenia que ser.

Me acuerdo que me subí al bus tan temprano como siempre, con esa vecina a la qué atormente mucho de chiquita, y cuando fui a sentarme en mi puesto, una mirada fría y un rechazo colectivo, me dio la primera señal de que algo andaba mal. Eran sólo un par de amigos, y pensé queapenas llegará al colegio, todo volvería a la normalidad. Pero para sorpresa mía, desde que entré al salón, me encontré con el silencio tóxico y masivo de TODOS; absolutamente TODOS los niños de mi curso, ¡Oh por Dios, anarquía!. Nadie me hablaba, ni me miraban. Esa sensación, ¡jamás se me olvidará! Humillación, soledad, miedo, rabia, tristeza, culpa; un salpicón de sentimientos que me pincharon el globo y me aterrizaron. Para el recreo, recibí una chiflada y una “linchada” infantil, que confieso me perforó el corazón. Sin embargo, recuerdo hacerme la fuerte; la soberbia ese día, me serviría como un escudo. Anulada, decidí esconderme entre un closet a tomarme las onces para evitar lidiar con mi realidad. El día pasó de igual en igual y para el almuerzo me acuerdo estar sentada detrás de un árbol; escondida, sola, llorando y viendo desde lejos a los míos burlarse y con la satisfacción de haberme dado mi merecido. Todos envalentonados, con sed de “venganza”. Entonces, con miedo, terminé en la oficina del vicerrector pidiendo ayuda y porque no, algo de misericordia; que honestamente no me merecía.

Fue tal el dolor y la humillación, que cuando llegué a mi casa no conté, fue el colegio el que llamó a mi mamá a relatarle el día más amargo de mí infancia y mirando hacia atrás; el más transformador. Al día siguiente, como todo lo mío, con mucha “bulla”  y sin pasar desapercibido, todo el curso fue citado en el “aula torreón” para un llamado de atención masivo que yo no presencié. Creo que el efecto shock borró los días que siguieron, aunque sí recuerdo un desazón horrible y las ganas de tener una segunda oportunidad.

Esa oportunidad vino años después cuando la humildad, y ese lado bueno con el que estoy segura nací, resurgió para reivindicarme con la vida, no pidiendo perdón, sino valorando a las personas por lo que SON y no por lo que yo NO era. La burla y la crítica, no les miento, siguen arraigadas en mí, ojalá pudiera haberlas erradicado por completo. Pero eso si, hacer daño ¡nunca más!

De esos hace muchísimos años, hasta hoy, se lo mucho que marca esa insensibilidad infantil que muchos viven. Fui víctima y victimaria, viví la inocente crueldad de la infanciay aunque como víctima, sufrí, como victimaria siempre me quedará esa responsabilidad de sufrimiento ajeno, más conocida como culpa.

Hoy, me encantaría entender porque existe el matoneo, no sé si sea una cuestión de selección natural, de experiencia social o de pronto una oportunidad para sacar callo. Lo que si es clarísimo, es que las consecuencias del bullying deben verse, oírse y sobretodo sentirse, solo así serán transformadoras y cuna para segundas oportunidades. Como equivocarse es humano y corregir divino, vale más la pena contagiarnos de solidaridad humana y menos de complicidad ciega. Como adulto, pasar por alto hasta el más mínimo rasgo de crueldad, por inocente que sea, puede significar un daño difícil de reparar y la posibilidad de caer en cualquier lado de la moneda.

Hoy por fortuna, con mis amigos lo recordamos con humor; aunque yo siempre con un poquito de dolor eso si. Pero con el ánimo de darle un toque de ligereza y de dejarlo en el pasado, lo bautizamos EL HELENAZO y quedará en mi libro de historia, como un capitulo con esa nota de pie de página que por fortuna me acompañará siempre.