En mi casa San Valentín a sido siempre muy importante pero no precisamente por el tema del amor, así que hoy aprovecho esta buena excusa para escribir una historia que no tiene flores pero que tiene amor. ¡Qué la disfruten!
Hace algunos años me llegó el amor, así de esa manera como cuando uno no se da ni cuenta. Realmente era un viejo conocido, empacado en nuevas galas, con algunas canas y con otros accesorios. Pero en fin, llegó, me sedujo y me acompañó durante unos de los años más felices de mi vida y con sus trapos y arrapos y dos guapos se fue de mi vida, así también como cuando uno no se da ni cuenta y no tiene la culpa.
Pero lo que me hizo acordarme de ese personaje especial de mi vida hace unos días, fue un mensaje que recibí. Tal vez el más dulce que he recibido desde que nos “despedimos”. Bueno para que les miento, desde que me “despidió”. Pero por un momento difícil por el que supo que yo atravesaba supongo, lo mandó. Cuando lo leí tarde en la noche, entre ojos borrosos, un cuerpo apaleado por una semana de pésimo semblante y entre una siesta “rehidratante”, una palabra de su bonito mensaje, hizo que saltara una imagen de inmediato. ¡MI CALAVERA!
Cada pareja crea sus propios mundos, sus propios encuentros y tradiciones, y sin darse cuenta comienzan a moldear cotidianidades paralelas, que en ocasiones como esta se quedan para siempre, aún cuando cada uno ha cogido su camino. Esta es una de esas historias que capturan un pedacito de uno de mis mundos fabricados en pareja de hace algunos años.
Recuerdo un día en mi carro llorando a mares por algún desespero emocional muy femenino, por la angustia de la “posibilidad” de perder todo lo bueno que había construido los últimos años con respecto a mi salud. Me estaba sintiendo vulnerable a romperme nuevamente, sentía síntomas de intranquilidad emocional que me ponían bandera roja. Y además, ¡¡¡joder!!! 3 años perfecta... Imposible no pensar: ¡de esto tan bueno no dan tanto!
Con el ”corto” tiempo que llevábamos juntos, moría del miedo de confesarle no sólo lo asustada que estaba de que mi vida pudiera venirse para abajo sin ninguna justificación lo suficientemente ”trágica”, sino que además me torturaba pensar que lo perdería si le tocara llegar a lidiar con una situación de esas. Era realmente la primera vez que tenia algo mío, de mí, por mí y para mí, valioso que perder.
Haber sabido que igual el me iba a “perder” por otras razones más adelante me hubieran ahorrado un poco de llanto ese día. Sin embargo, valió toda la pena por lo que vino después, y por la historia de hoy.
Muy a su estilo me aterrizó. ¡HELEN! ¡NO! ¡ESO NO! No me acuerdo de cada palabra, pero después de oírme parte del berrinche, me propuso una “tradición” muy original y sin darse cuenta por unos minutos y en un espacio quedo como “héroe” en la vida de alguien más. La mía.
Algunos meses atrás, en un viaje a México que hizo y conociendo mi gusto por las artesanías que tienen allá, me trajo una calavera mexicana que me menciono varias veces durante el viaje. ¡¡¡Ojo!!! México es México y todo es de infarto, pero un hombre comprando artesanías, puede ser capaz de dar con un artefacto emblemáticamente espantoso, este mío, no era la excepción. Sin embargo, me sorprendió gratamente y de las dos que compró la mía, la colorida, la de chaquiras, reconozco es la MÁS divina del mundo mundial. La que se compró para él es otra historia pero bueno, no viene al caso. Lo interesante de la calavera, siempre fue el humor que trajo, luego vendría el simbolismo que realmente hoy es lo más importante.
Esta era hueca, colorinche, ojos saltones, del tamaño como de un mango y quedo en la sala de mi casa desde el primer segundo. Al día de hoy siempre da de que hablar en cualquier reunión. Nunca pasó desapercibida y ahora que tiene historia mucho menos.
En el carro esa noche, su sugerencia en busca de tranquilizarme, fue hacer unos papelitos escritos con todas esas cosas que uno no se dice todos los días, pero que a veces necesita que le recuerden, o recordarse en momentos difíciles. Para metérselos a la calavera y que estuvieran siempre a la mano y a la vista pero “escondidos”. Cosas como “acuérdese que esto pasa, nada es para siempre”, “acuérdese que usted es solo color y la adora su familia”, “acuérdese que ya pasó por acá antes y siempre ha podido”, “acuérdese que sus sobrinos no pueden vivir sin usted”, “acuérdese que su mama la adora”. Todas frases que en un momento de inminente duda o de crisis yo les pudiera echar mano para que no me olvidará, de que yo misma me lo creí cuando lo escribí. Lo propuso para mí, pero con el tiempo lo pensó para él y sus hijos también. Algo que pudiéramos pensar juntos. Terminó como un concepto de racionalidad propia, encapsulada, para momentos de desespero.
Toca admitir que en 20 años o más de terapias y de skills training, jamás nadie me había dado una sugerencia tan práctica, tan paralizante del miedo, tan auto constructiva y sobretodo tan amorosa. Como creo es claro, la desenamorada no fue fácil. Pero hice buen uso de los papeles para salir de esa también, porque“acuérdese que de amor no se muere nadie” . Realmente nunca llegamos a escribir los papeles físicamente, eran como virtuales, pero con la calavera presente se hacían reales sin estar ahí. Es una lastima no tener las frases de ese momento, están solo en mi imaginario; pero la verdad las importantes siempre son las mismas.
Por supuesto desde ese día, las calaveras para mí, cambiaron todo su significado. Mi casa, mi ropa y mi mundo tiene calaveras, las busco constantemente por su simbolismo y para recordarme que están por ahí dándome su mirada. Para que el día que las necesite y me toque mirarlas de vuelta o hacerles pistola o mentarles la madre, me hagan parpadear y acordarme que lo más importante es que aún con cara de muerta, jamás puedo a perder la razón porque eso es una cuestión de decisión!
Entonces hoy, 14 de febrero, como el amor viene de así de esta manera voy a hacerlo que tenga horario y fecha en el calendario y no perder la oportunidad de hacer mi lista corta pero concisa de los papelitos REALES que tendré desde hoy en mi casa, en mi Manqué, y ahora más que nunca en mi próximo rincón donde quiera que sea.