Un duchazo a ver si se me desacelera el corazón, un té, apagó la luz y me siento a escribir a ver que sale y como sale. Prosa maravillosa que podría ayudarme a soportar la punzante felicidad que probablemente me tendrá chupando techo toda la noche.
¡Este es el momento más feliz de mi vida! ¿Será? Realmente en los últimos años he dicho esa frase muchas veces, ¿cómo puede ser? ¿Será más bien una falsa realidad? ¿Pero cómo? Si parece que el corazón quiere salirse casi al vuelo del pecho a pegarse una trotadita triunfal. No Helena, ¡tranquila! esto está tan sobrecogedor que puede tumbarte así sea de ilusión. Así parezca bueno ¡control por favor! Faltan meses todavía para ver tus sueños hechos realidad y si hoy estas así, ¿cómo vas a manejarlo cuando todo se materialice? De pronto hasta me toca una escapadita pero rumbo al “manicomio”. ¡No, ni muerta! a respirar y no confundir gozar y disfrutar con el desenfreno emocional. ¿Será que me atrevo a compararlo con la felicidad de la maternidad? Si quiera no quiero tener hijos porque los espicharía tan fuerte y con tanto amor que los dejaría sin aire, morados. ¿Y mi mamá sobrevivió la felicidad de 4 hijos? ¡Que fuerte!
¿A quien llamo? ¿A quien le cuento? ¿Quien se aguanta esta felicidad tan amarilla y esta intensidad de 220 voltios ? Pucha, como me hace de falta el partner de almohada para contarle todo, para desendemoniar tanta dicha mental y para celebrar tanta vibración física. Para volverlo loco con lo inquieto del alma y del corazón. Alguien que me baje el volumen, incluso que se atreva a ponerme “mute”. Un abrazo que apacigüe tanta delicia, por favor, uno espichado y contenido que me ponga la piyama a rayas y me obligue a caer en un sueño reparador. Sé que cualquier conversación en este momento sería una lluvia tan desviada que terminaría siendo acida y agotadora. Pensándolo bien, hasta mejor estar sola y no tener una víctima de este jolgorio maniaco. No me quiero imaginar, además de estar tan dichosa, estar enamorada. Estaría más bien escribiendo irónicamente algo más parecido a un obituario consecuencia de una abrumadora gratitud.
Parece increíble que esta insoportable levedad del ser me haga “quejarme” de felicidad, pero es que hay felicidades tan poderosas que dan miedo, que cansan, que quieren riendas. Enceguecen, nublan la realidad y parecen más bien un momento de magia negra.
En definitiva lo mejor es el equilibrio, la vida en tibio, al clima, con algunas subidas y otras bajadas, cortas y mezcladas. Tanto anhelo de ser feliz y nunca cuando soñé o “pedí” felicidad especifiqué que término. Que de mañana en adelante me sirvan si es posible un steak que ni muy muy, ni tan tan. Término medio, con adición de picante y que no falte el postrecito de chocolate con pimienta rosada. Específico mejor el detalle del deseo, porque pareciera que Aladino se tomó todo muy literal.
Que no me tilden de malagradecida. La búsqueda constante del mundo es esa felicidad que no es justo desperdiciar. Pero no esta, no la desenfrenada que se apodera de todo. Por lo menos en mi caso, si es justo e imperativo cuestionarla y con cuidado desarmarla, no va y sea que mañana después de la desvelada de hoy, tanta alegría me arrebate eso de lo que no dan tanto. ¡Que viva la feliz felicidad!