Una de las injusticias emocionales más grandes que hay en el universo, es la tusa del perdedor. Digo “perdedor” porque siempre que una relación termina, quien la termina habiendo perdió el amor, de una u otra forma es un “ganador”. Para ser más clara, casi siempre está el que rompe y a quien le rompen el corazón. Eso a simple vista, porque a la hora de la verdad muchas veces quien cree que salía perdiendo en realidad SE SALVÓ. Yo he sido, no se si por de malas o por que me lo busco, de las segundas, las que se vuelven expertas en recoger pedacitos de alma y de historia con escoba y recogedor. No siempre con resignación, pero siempre con esa cruda realidad de no querer ver entre líneas, ni crear falsas ilusiones, sino por el contrario darme duro para ver si ese capítulo termina rápido y le abre espacio a una ilusión fresca, nueva y si estoy de suerte definitiva.
Mientras esa realidad de “me salvé” y el pajazo mental de “él perdió más que yo” se me imprimía en el alma, el tiempo hacía de las suyas con un vaivén de sentimientos y de ironías “injustas” que prometían ser catárticas, pero más que nada fueron indescifrables. Ya han pasado 2 años desde que “perdí” y aún hoy, no entiendo como es que ese fantasma de lo injusto sigue rondando mi vida. Me gusta ser realista y positiva y ver todo lo que tengo y no lo que me falta. Pero cada día me doy más cuenta que es como comparar peras con manzanas y ¿porqué? Tener salud, familia, trabajo, amigos, fortuna... bueno, todas estas cosas por las que estoy inmensamente agradecida en la vida y que cuido como si fueran peligrosamente finitas, no tienen porque compensar el hecho de que no tengo pareja.
Sumándole a eso mí esfuerzo y mí convicción por no ser vengativa, ni rencorosa, pero sobretodo para no caer en la tentación de buscar justicia divina en el otro, sino mejor, justicia divina para mí. Pero es que la vida también, tampoco. Uno haciendo el máximo esfuerzo durante días, meses, y para hoy, ya años, de dejar el pasado en el pasado y reconstruirse para ser merecedor de las cosas del amor presente, y el ganador, parece estar tan pancho andando por el mundo recibiendo premios, elogios y lo más envidiable, compañía. ¿Pero a mí que me importa la vida del otro, además que voy a saber, puras conjeturas, sobretodo cuando ya para mí, tuvo divina sepultura, y se inmortalizó en el pasado? Realmente la que me preocupa es la mía, mi vida, mi futuro, mi compañía. Aunque quisiera, me es difícil no compararme en fortunas del amor, sería inhumano pensar que puedo hacer la vista gorda a tan acomodada vida o al aparente bajo precio que dejó mi paso por ese mundo de años atrás. Pero créanme lo intento y gran parte del tiempo lo logro; hoy más bien... creo que no.
Cada vez que me permito quejarme por esa situación o que quisiera tranzar algo de lo que tengo como precio por el amor, una vocecita interna (cultura maldita) me prohíbe darle tanta importancia y regreso a esa inminente gratitud por todo lo demás, dejando así ese vacío de estar enamorada entre un closet, porque “el amor llegará cuando tenga que llegar…” bla bla bla. No voy a hablar de Dios ni del destino, porque de solo pensar que me tengo que convencer de que alguno de los dos existe me hierve la sangre de ira. Ahora resulta que con existencialismos me toca entender que la mala suerte que tengo en el amor es justificada y sobretodo un “regalo”. ¡Pues no! ¡No lo es! Porque tendrá muchas ventajas estar solo, yo si que las he aprovechado, no solo porque puedo, sino porque es lo único que me separa de mi último final “feliz”. Pero imposible seguir visualizando la vida a esta velocidad, tan llena de felicidad y de ilusión, así, SOLA. No es consuelo tenerlo todo, si lo tengo que tener sola; de eso estoy segura.
Es que, ¡ya me mamé de tanto esperar! sobretodo cuando el karma en esta ocasión debería estar de mi lado. Quiero permitirme maldecir y reprochar mi soledad y la frustración de no dar con lo que me hace falta y que realmente deseo y sobretodo lo creo que merezco.
Y sí, sin duda me salvé, no era para mí y mejor haberlo sabido pronto. Pero más que tenerme disponible, eso no cambia mi hoy, estando acá salvada por haber “perdido” pero sola y sobretodo sin ganas de ganar, sino más bien de empatar. Me niego a pensar que el amor es guerra. Más bien lo que quiero es un compañero con quien compartir, no con quien competir a ver a quien se le acaba el amor primero o quien se merece más tranquilidad.
Como oí por ahí el otro día, lo mejor del amor duradero es que nunca se está desenamorado al tiempo y entonces siempre hay uno dispuesto a luchar mientras la racha de volumen de cariño vuelve y se nivela. Eso es lo que quiero, ¿será mucho pedir de justicia divina para mí? Este cinismo de la vida que he tolerado todo este tiempo ya me sale a deber y como el que no pide y no busca no encuentra, acá entre emociones con tildes les dejo lo sincero del deseo del amor y una queja para el buzón de sugerencias que es la ironía de perder. Porque con mayúsculas, en esto, si que ME NIEGO ha ser un buen perdedor.