Derrumbes de Arena, Castillos de Cal (Parte 1)

Hace unos 5 años, mi vida dio (nuevamente) un vuelco de 180 grados. Me enfrenté a uno de los momentos más difíciles de mi vida y sin ganas, tocó sacar fuerza de donde no había para enfrentar mi lado más oscuro. Lo irónico, es que pocos meses antes, había trasladado mi vida a la cuidad de San Francisco y creí (sigo creyendo) que había encontrado mi lugar en la tierra. Lugar donde no me sentía diferente, donde todo parecía que no tenía edad, ni tiempo, ni imposibles. De repente, en medio de ese momento tan ideal, todo se salió de su cause, no se cómo y no se porque.

Desde mis 19 años cuando me diagnosticaron con desorden bipolar de la personalidad mi vida se “definió” y mi inestabilidad aunque justificada, marcaba con cada caída, un hito mental, físico y social. Probé todo tipo de medicinas, algunas con éxitos momentáneos, cocteles de todos los estilos a los que renuncié una y otra vez, a causa de sus efectos secundarios. Mil modelos de terapias, algunas más frustrantes que otras y muchas que sólo tocaban la superficie. El psicoanálisis fue lo único que me mantuvo más o menos bien. Pero lo mío era más profundo, más de fondo, de más estructura; definitivamente algo nunca encajaba del todo. Aún ya diagnosticada; que en mi opinión es lo más importante, todo seguía siendo muy inestable. Durante años probamos de todo, desde el cariño más profundo, hasta la imposición inflexible de quienes querían lo mejor para mí, la famosa mano firme. Entonces cuando mi nueva vida, tan prometedora y feliz se derrumbó, me convencí que de eso tan bueno no daban tanto y aunque para mí no era suficiente, para el destino parecía que si.

Todo empieza con unos meses de manía, ruido, alharaca y con eso entro en “self destructive mode”. Así que me niego a afrontar esto una vez más y decido que “la vida es ahora”, que las consecuencias dan lo mismo. Típico síntoma de que las cosas andan bipolares por definición. Tarde o temprano me alcanza el otro lado, el agotamiento, y entro en una profunda y difícil depresión, donde ser autodestructivo es un poco más peligroso. Estoy lejos de mi casa, de los míos, de quienes conocen y entienden cómo y qué está por venir. Estoy en manos de unos amigos que me adoran, pero que están confundidos, cansados y sobretodo sin contexto. Me doy cuenta entre ojos de otros, que no puedo seguir así, que necesito ayuda, respuestas y con un grito de auxilio, y con 30 años, empaco con inmenso dolor mis maletas y cojo rumbo a Mclean Hospital una vez más.

El proceso de “re diagnóstico” dura 3 semanas, estoy en un lugar conocido, con antiguos médicos pero ahora más madura. Cada examen, cada cita, cada prueba psicológica la afronto con un poco de apatía; desconfiada. Con el paso de los días y entendiendo en detalle todo sobre mi mente y mi cuerpo, me apropio de lo mío y espero con expectativa y seguridad el diagnóstico. Me advierten de todas las formas posibles, que el día de la junta, donde cada doctor da su parte médico, es imperativo que alguien me acompañe. Yo con una falsa “omnipotencia” y con una momentánea tranquilidad consecuencia de algunos días de sueño planificado, buena alimentación y terapia contenida, hago caso omiso a la sugerencia y simplemente confío en que las comunicaciones virtuales serán suficientes.

Llega el día, (nunca se me olvidará lo duro que fue) y entre el consultorio de Dr. V se reúnen los cinco médicos que están en mi caso, con mi hermano y mi mamá al teléfono, cada uno desde un lugar más lejano. Y entonces, empieza el “juicio final” Nos explican el tipo de bipolaridad que tengo, cada detalle de mi personalidad, de mis malos hábitos, de lo difícil que es para una de las doctoras tratarme porque la atropello con el poder de la palabra en cada cita. Porfín me explican que por esa bipolaridad de años he desarrollado una personalidad limite, he estado obligada a unos pésimos manejos emocionales; una cosa ha desencadenado la otra. Con esto, me hacen ver que lo que a destruido en línea punteada mi vida no es la bipolaridad necesariamente, sino este otro desorden de personalidad; mi Border Line Personality.

Mientras todos discuten sobre mí, yo con los ojos clavados en mi médico preferido mi defensor y protector Dr. Choras, estoy sentada en una poltrona que poco a poco recibe mi cuerpo sin espíritu y me hundo entre el cojín para no llorar, para tratar de aislar todas esas verdades que me romperán el corazón y sobretodo para evadir el cambio que sé que se viene; al que no me quedará de otra que hacerle frente. Oigo a  Dr. V con esa soberbia y falta de tacto que lo caracteriza sugerir un tratamiento de DBT durante 6 meses interna. El tipo es un genio toca decirlo, pero se me vino el mundo abajo, 6 meses en una clínica psiquiátrica, ¡que locura! (literalmente) ¡No quiero! ¿que hago? ¿Donde está mi mamá para que me saque de acá? Por unos instantes vuelo a ser tan vulnerable como cuando era niña y con esperanza pregunto si hay algo menos extremo y sobretodo más corto. Entre lágrimas, manos temblorosas y palabras ásperas me cuesta aceptar la realidad. La respuesta es que hay opciones, pero que esta es la mejor. Sin embargo me recomiendan 2 lugares y me sugieren que me tome un par de semanas para investigar y tomar la mejor decisión posible y así sucede.

Me dan de alta y vivo 2 noches sola en Boston, de las peores de mi vida; asustada, ansiosa, como pez fuera del agua, no encuentro refugio en nada ni en nadie. Porfín voy de vuelta a mi casa en San Francisco a encontrarme con mi mamá. Sabíamos que tocaba empacar las maletas y renunciar a los sueños californianos para escoger alguna opción que me "gustara" y sobretodo que me sirviera, pero que indudablemente, pondría en pausa mi vida. Igual, era consciente de que estaba paralizada, así que cualquier cosa era moverme para adelante.

Un par de semanas después de mucho  discutirlo, de gritarle a mi mamá con desesperación durante días y de pensar hasta el cansancio. Decidimos volver a Boston y escoger la segunda opción. Hill House. Una residencia solo para mujeres con una terapia llamada Dialectical Behavioral Therapy ( DBT). En cuestión de días entendería que esas siglas me cambiarían la vida para siempre.