Derrumbes de Arena, Castillos de Cal (Parte 2)

Mientras mis corotos viajan de vuelta a Bogotá, la única maleta que me acompaña se posa en la puerta esperando a que nos reciban. Desde que entro el trato es exigente, inflexible e individual. Presión mil. Me muestran mi cuarto; uno que compartiré con otra niña, me dan instrucciones de las labores que tendré durante mi estadía y lo más importante me imponen el “curfew”. Me presentan a mi trabajadora social una mujer adorada y finalmente nos avisan que mi mamá tiene que irse, que puede volver mañana a las horas estipuladas. Con lágrimas en los ojos, nos despedimos y me quedo pensando ¡Estos gringos son demasiado cuadriculados! Creo que me va a dar mamitis.

Esa primera noche fue de adaptación y al día siguiente empezó la presión a acumularse. Para el segundo día, quiero largarme y le digo a mi mamá que no puedo más, que no quiero más. Miramos mis opciones; al fin y al cabo no es una obligación quedarme. Pero inevitablemente me doy cuenta que no tengo a donde ir. Ya no tengo casa en San Francisco ni en Bogotá. Mi vida está volando en el aire; si no es esto, no es nada y realmente de no ser por eso probablemente habría sido nada. Me invade una sensación de un sin salida, de derrota y de resignación. Sin saber en ese momento, que esa sensación sería mi aliada y mi motivo para comprometerme a trabajar en mí sin excusas.

Entonces, desesperada llego a mi cita diaria con la persona que maneja mi caso y le digo que quiero renunciar. Con paciencia y serenidad me da un sabio consejo que me ha servido desde ese día en tantas situaciones de donde he querido huir; me dice que los primeros 5 días son los más duros, que al menos le de la oportunidad a esos y que si después de eso definitivamente me quiero ir, es lo que debo hacer. Vencida, acepto mi destino y sin darme cuenta, con eso, ya empecé el tratamiento; logro controlar la primera de muchas emociones con cabeza fría sin impulsividad. Cualquiera que me conozca sabe que eso para mi es un avance del cielo a la tierra. Tal cual como me lo dijo Denna al quinto día ya estaba “acomodada” y el esfuerzo ya parecía más factible. Así que mi mamá, con un inevitable nudo en el estomago y seguramente dándose la bendición, cogió su camino rumbo a Bogotá con la ilusión de que esta fuera la respuesta que me trajera tranquilidad. Yo por mi lado lo tome como si fuera una nueva universidad y con ese estilo controlador que me caracteriza me adueñe del proceso y de la nueva cotidianidad que tendría durante semanas. Ya untado el dedo…

Las semanas eran ocupadas y agotadoras, inicialmente llenas de sentimientos desmedidos y de impulsos mal manejados, luego sin darme cuenta, fui refinándome en mis manejos emocionales y dominando mi salud mental. Los fines de semana en cambio eran aburridos, sin ninguna estructura y sobretodo solitarios. Es que de las 12 mujeres que estábamos en la casa la única que no recibía visitas era yo, la geografía me separaba de los míos. Por ahí tenía un ángel de la guarda en la cuidad, de esos que caen del cielo y que fue una compañía a ratos fundamental. Pero bueno eso también me ponía menos presión externa y me obligaba a buscarme momentos de distracción y espacios donde pudiera poner en práctica esa nueva versión mía que se estaba cocinado a fuego lento.

Pero me devuelvo un poco y les cuento como funciona un maravilloso “manicomio” como lo es McLean, particularmente Hill House. Empiezo por decir que no es un “manicomio” como uno se lo imagina. El campus donde está es de postal, con edificios para todas las especialidades, cada uno más bonito que el otro. El lugar, tiene historia. Paisajes tranquilos que para mí fueron cruciales para no sentir el más mínimo sentimiento de encierro, incluso sentí todo lo contrario. Eso sí, como todo lo gringo, el formato se basa en la estructura y en las normas y de alguna manera, curiosamente hasta en estos casos, también en la estandarización. La estrategia de encajonarme y de ordenarme era justamente para que pudiera tener algunas cosas en mi vida que fueran confiables, estables y controladas. Una persona como yo tiene tantos pensamientos y sentimientos andando a millón, que lo primero es crear un ambiente de vida con buenas rutinas, donde al menos no me tocara lidiar sino con lo realmente importante. Para una mujer rebelde y desafiante, que me dijeran cómo y qué hacer era un reto, pero que me dijeran que no hacer, un martirio. Pero funcionó a las mil maravillas. Para que se den una idea el proceso del DBT es como el Yoga, no se ven los cambios inmediatos, pero el día menos pensado y sin darse cuenta se convierten en parte natural de uno, se vuelve automático.

No los aburro con el detalle de que como es el tratamiento exactamente pero puedo resumir en 4 conceptos lo que aprendí y que me cambió la vida completamente. Lo primero fue ha ser efectiva en cualquier interacción interpersonal, hablar y decir lo que se necesita sin manipular, sin herir y sobretodo saliendo con altura de cada conversación por difícil que fuera. Lo segundo y para mi un poco más difícil, a regular emociones para que no cojan vuelo y se transformen en imposibles. Lo tercero a tolerar el estrés y sentarme con él mientras pasa la ola aceptando radicalmente lo que es, sin tanto juicio y por último la que nunca he logrado dominar, el mindfulness, el acá, el ahora y el estar presente. Todo se ve muy teórico, pero es increíble como con el paso de las semanas comparándome con personas que eran recién llegadas notaba el cambio. Me identificaba con ellas días atrás y entendía lo absurdo que eran esos impulsos para mi tan familiares. Pero este tratamiento era solo para el Border Line Personality, la bipolaridad no hay que inventar, esa primero que nada con medicación. Esta terapia sin tener eso controlado no sirve para nada, porque a la hora de la verdad la bipolaridad gana sobre cualquier herramienta por arraigada que esté. Paralelamente trabajaba en ambas cosas y sobretodo me encargué de enterarme de cada minucia de mi enfermedad, de mi condición, de mis detonantes, de mis fortaleza y de mis debilidades pero en especial de mi cuerpo y lo conectado que esta con la mente. Creo que salí con un doctorado en el tema y por eso puedo ser la dueña de mi vida, con todas sus verrugas y no al contrario. Aproveché el lugar al máximo, no se me quedó una pregunta o una duda sin resolver.

El caso es que por fin, después de mucho esfuerzo, me dijeron un día, que ya estaba “cocinada y en mi punto”  y con eso nuevamente empaqué mis maletas, esta vez camino a casa, con la columna vertebral alineada y hasta ansiosa por ver cuanto tiempo duraría esta vez.

Si el proceso en la clínica fue difícil, reintegrase al mundo; cosa que advierten, es tremendo. Estar en un espacio controlado, contenido y con ayuda inmediata, es muchísimo más fácil y lo valoré mucho más estando fuera. Era una falsa realidad y el siguiente paso es la cruda realidad; al principio si que es cruda. Pasar de la idiosincrasia puntual, estricta e inflexible gringa, al desorden, al rebusque y al folclor Colombiano me resultó muy duro. Puso a prueba lo aprendido y no siempre con éxito. Por supuesto que salí con un protocolo para continuar con mis terapias, mi medicación y con los buenos hábitos. Pero nada lo prepara a uno para aceptar una vida que dio la vuelta sin escogerla y a armar sueños nuevos sin mucho impulso. Yo tuve siempre la buena fortuna de tener una familia que se interesó por cada paso del proceso y también que se alistó para acompañarme y hacerme la vida un poco más amable mientras cogía nuevas rutinas. También, esta vez con mucha cabeza y sin ninguna vergüenza, desde que me interné le conté a mis amigos el paso a paso de lo que iba viviendo; su amiga “loca” nunca antes había estado tan cuerda. Siempre estuvieron pendientes. ¡Es que yo si que tengo buenos amigos! Siempre se han merecido la verdad y sobretodo como alguno me dijo; ¿porqué quitarles la oportunidad para quererme y apoyarme? Quisieron conocerme para quererme.

Igual salí de allá cambiada, diciéndole NO a algunas cosas que en el pasado eran un Si rotundo y en medio del estrés de una mudanz,a pasito a pasito, suave suavecito con ensayos, errores, alegrías y lágrimas poco a poco fueron apareciendo sueños chiquitos e ilusiones y fui perfeccionando con el paso del tiempo mi coctel de medicación. A puro pulso, armé esta vida tan funcional y feliz que tengo hoy.

De esto hace ya 5 años. Seamos realistas, no ha sido perfecto y he tenido una que otra crisis en respuesta a una que otra bola curva. He querido mandarlo todo al demonio más de una vez, incluso he intentado desaprender cosas que se metieron tan al fondo que se pasan de estrictas a ratos. Los matices grises que tanto me cuestan y las esquinas rectas que definen muchas cosas en mi vida, han ido flexibilizándose y reinventándose.  Quisiera decir que nunca estoy en conteo regresivo y que de esto tan bueno SI dan tanto, pero la experiencia siempre me ha probado que la tranquilidad no es permanente. Toda esta experiencia de vida me ha dejado una cualidad que logré definir por estos días y es: que con cada tropiezo siempre he logrado sublimarme en lo inimaginable.

Siempre he hablado abiertamente de TODO en mi vida; esto nunca ha sido la excepción. Con un toque de humor y aceptando lo que me hace única e irrepetible tengo una vida más ligera y también un poco más interesante y sobretodo le doy contexto a los que me quieren y que sé que de vez en cuando necesito que me cuiden.