Realidades que también son un final feliz

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Y bien, acá voy rumbo a descubrir si la piel tiene memoria, si las feromonas no se han marchitado y si la mente está dispuesta a ceder. Sin agenda, sin presión, con incertidumbre y algo expectante me encamino a dejar ser, dejar pasar lo que en meses no se ha atravesado ni siquiera por la acera de enfrente. Oportunidades y vueltas que da la vida me ponen rumbo a un lugar donde existe un hombre, un amigo que me trae últimamente con pulguitas en el esternón.  

Han pasado un par de años ya, desde la primera vez que se vieron unos visos nuevos y distintos en esa amistad. En su momento le pusimos riendas por desilusiones, promesas y sobretodo en mi caso, por miedo. Mi “esposo de eventos” se volvía sin darme cuenta en un pretendiente un poco platónico y un poquito real. Sin saber a qué hora este hombre tan hombre se volvía “candidato” para cruzar el umbral de la amistad, al final de cuentas qué mejor que terminar con un amigo; con alguien que ya me tiene paciencia, que me hace reír hasta el llanto, que me conoce y sobretodo que me quiere.  

Me monto en el avión, me olvido de mi realidad cotidiana que me ha tenido atrapada en mi mente durante meses, y me dispongo a ilusionarme con unos cuantos días de despeluque y ocurrencias. Desde luego que lo veo y aunque el corazón no se me acelera, las pocas conversaciones subidas de tono de tiempo atrás me ponen alerta, nerviosa y un poco a la defensiva y escojo ser algo evasiva porque sé que en algún momento eso podría salvarme. Pero bueno, la familiaridad de un viejo conocido, un cariño colorido del pasado y una confianza latente, me neutraliza, me tranquiliza y aunque poco; me dejo emocionar. 

Hay complicidad, hay incertidumbre, hay química, hay preguntas y hay tensión. Pero cada uno a su manera se muestra relajado, en control; sabiendo que estamos a portas de unos días de cercanía donde todo o nada puede pasar. Hemos sido amigos durante varios años y aunque hemos compartido tiempo intenso, siempre ha sido corto. 

Sé que me enfrento a un hombre amable, generoso, siempre con disposición para ayudar y para dar gusto, es inevitable no pensar que soy afortunada de habérmelo topado. Su figura grande y muy masculina que emana una aparente seguridad, se suaviza con ese sentido del humor oportuno acompañado de una sonrisa que encandelilla. Respira con un aire reservado, interesante. Me encanta eso de que siempre me ha hecho reír y en especial que desde mi lado femenino me ha hecho sentir segura. Tiene un alma jóven, vital, llena de buena vibra y ha sido de los pocos hombres que me ha enseñado “cosas” y cuando digo cosas, me refiero a cosas nuevas, no he tenido que sabérmelas todas, de hecho, a ratos me ha hecho sentir que tengo mucho por conocer y más por aprender. Me ha tenido paciencia, me ha acompañado para hacerme barra en triunfos de fin de semana y cada vez que ha podido muy a su estilo me ha consentido. En otras palabras y siendo honesta creo que me fascina, pero nuestro tiempo siempre ha sido finito y tal vez por eso poco a poco fue apareciendo la curiosidad de posibilidades escondidas en segundos adicionales.

Con el paso de los días, los roces, las nuevas luces, las dudas y preguntas, fueron armando un enredo que yo no lograba descifrar y todo empezaba conmigo. ¿Qué siento? ¿Qué quiero? ¿Estoy leyendo todo bien? ¿Me arriesgo o me contengo? ¿Doy un paso o lo da él? ¿Cedo o aprieto?  Me esperaban varios días de periplo, ilusiones de planes que prometían fotos de esas que siempre recordaría. El riesgo de los pasos en falso podían romperlo todo en trisas y convertir lo que parecían unos días de verso en un obituario de cariños extraviados. Sé que a veces no hay que pensar tanto y vivir, pero sería mentira creer que todo era responsabilidad del destino o de esas “magias” romántica en las que poco confío, al fin y al cabo, un flirteo siempre será intencional.  

Pero ahí estaba yo, showing up,sin mucha claridad, pero como siempre con la mente a máxima potencia y el corazón escondidito mientras fuera humanamente posible. Ahora bien, tampoco es que yo fuera la única con enredos o con miedos, durante días recibí mensajes contradictorios, de hecho, a ratos, “batazos” de indiferencia que se traducían en antipatía. Por eso es que, entrados en un par de días, bastante desconcertada y con miedo a rasguñar una chévere amistad, tomé la iniciativa de preguntar, de resolver con palabras lo que no pude con neuronas. Tuve poco éxito, de pronto sería que estábamos ambos cansados o ambos confundidos y comunicarnos se hacía imposible. Renuncié a entender, me tragué un sapo y aproveché que no había habido nada más que un par de momentos incomodos pero que todo estaba intacto; igual que siempre. 

La paradoja era que cuando por fín lograba definir mis intenciones y ponerle nombre a las cosas, justo cuando tomaba una “decisión” de rumbo y la descubría, aparecía un gesto inesperado, amoroso, interesado, muy especial y tocaba replanteármelo todo y ceder. Una vez más un hombre me ponía a dudar de mis “juicios” y mis reflexiones y me frustraba no saber por dónde entrar o por dónde salir. Así que mientras me debatía entre grises, disfrutaba de la buena compañía, de que un hombre se hiciera cargo, me cuidara y me acompañara. 

Más temprano que tarde mis grises pidieron a gritos unas gotas de coraje líquido y así, sin avisar, pero con intensión, le metimos tono e intensidad a la cosa. Todas las barreras se nos derritieron naturalmente con calma, pero con prisa, y aunque un poco entrecortado, la piel cedía a lo animal y el corazón cedía ante la posibilidad de derribar un par de puertas fuertemente cerradas. 

Ante nuestra imposibilidad para decodificarnos y para entendernos, pero ante lo inevitable que era querernos, toco llamar las cosas por su nombre y sin tanto recelo decir con huevos lo que no debe decirse con manzanas. Había mucho cariño, mucha curiosidad, mucha risa, mucha inseguridad, muchas reservas, pero yo sin diccionario y él sin manual de instrucciones, hacía imposible saborear la química natural que fluye cuando no hace falta cuestionar.

Con todo y que fue un gran acertijo, fue también vigorizante sumergirme un poco en territorios abandonados, abrirle la puerta a posibilidades que aún si se desvanecieron por ahora, igual me dejaron el corazón con las ventanas abiertas, las espinas limadas y el alma perpleja con un feliz continuará…