¿Qué tan cierto es eso de que dónde manda capitán no manda marinero? Hombre, pues si bien el capitán dirige y coordina y al final de cuentas es responsable de cada uno de sus marineros, la verdad verdadera es que sin marineros no se zarpa, ni se navega.
Yo desde que comencé mi carrera profesional he estado del lado del capitán y he sido afortunada de encontrarme con marineros que siempre encuentran oro al final de arcoíris. Sí, no solo he tenido la suerte de dar con buenos trabajadores sino mejor aun, con buenas personas. Toca tener en cuenta que más de la mitad de mi tiempo la comparto con quienes trabajo y lidero y soy consiente de que casi todo se lo debo a quienes sudan conmigo cada una de mis ideas y de mis proyectos.
Sé que no soy una persona fácil, que tengo mi genio, que soy exigente; muy exigente, impaciente y a ratos hago cosas de arrebato, a veces injusta pero siempre con la intensión de ser el mejor capitán que pueda. ¿Pero eso que significa? Pues entre otras cosas a aprender a enseñar, saber delegar, organizar y coordinar, saberlo todo sin saber nada, oír, incluir y trasmitir inquietudes, opiniones, sugerencias y quejas. Comunicarlo todo sin campo para la duda, mantener un ojo clínico con el detalle, inspirar e impregnar la visión y mis ideas a quienes escogieron montarse en mi catamarán y al final del mes pagar; qué, aunque no parece que fuera una función es sin duda mi primera y mayor preocupación.
La gente suele pensar que ser su propio jefe y tener su propio negocio es la mejor posición, incluso la más fácil. De hecho, siempre que he entrevistado a alguien para algún cargo le pregunto que cual es su sueño y el 95% de las personas me contestan que tener su propio negocio, cualquiera que sea. Bueno pues, aunque entiendo el sueño porque yo siempre lo tuve y lo he tenido, lo que estas personas jóvenes y recién empezando probablemente no saben, es que ser el dueño, el jefe y el doliente tiene muchas más aristas que mandar, decidir y manejar su tiempo. De fácil poco por no decir nada. Para mandar toca aprender a hacerlo todo, tener el “big picture”, tener tacto y relacionarse de forma distinta con cada una de las personas que trabajan para uno. Para decidir hay que arriesgarlo todo y por mínima que sea la decisión hay que buscar razones, hay que analizar en cuestión de segundos cosas que pueden afectar a todos y cada uno de lo que están en el barco. Para manejar el tiempo toca saber que el tiempo al principio y mientras todo coge camino es prestado y solo el dueño puede, tiene y debe estar disponible sin horario restringido, ni horas extras, ni recargos nocturnos, ni horas domicales. Todo es por el bien de la empresa, el bien común; aunque a algunos se les olvide a ratos. Y todo esto con un bolsillo propio y con la inmensa responsabilidad de la remuneración de quienes con empeño se la juegan por las ideas de uno. No menciono a los clientes porque una empresa que no funciona bien hacia adentro, mucho menos lo hará hacia fuera. Primero lo primero.
Por eso intentare trasmitirles los secretos de mis inseguridades en lo laboral, mis frustraciones como jefe, mis errores como líder y mi miedo como marinero. Pero más que nada mi sueño de hoy, después de haber sido y seguir siendo jefe: Yo, quisiera ser un GRAN jefe, un buen líder, un ejemplo y también una amiga, pero más que nada, sueño con siempre ser justa. Pero la verdad, por ahora soy humana, de las que se equivoca y se vulnera con más de un anzuelo.
Para mí el mundo del emprendimiento se me ha dado natural pero no fácil. Lo que he aprendió en 12 años de vida profesional nunca ni me lo hubiera imaginado. Tengo los mejores recuerdos las más espectaculares historias y mil satisfacciones que me hacen sentir orgullosa y realizada. Pero estar de este lado siempre ha sido solitario, un tanto excluyente, a ratos doloroso y desmoralizante y les explico porqué: Pues, fracasar se vive en solitario, equivocarse se juzga en grupo y una cultura laboral tan vertical, me pone aun cuando trato de ajustar la brecha, en la cabina de mando, pero nunca en los camerinos de la camaradería.
Confieso que, así como que nunca he sufrido por el qué dirán en mi vida social ni familiar, en mi vida laboral y profesional la cosa siempre ha sido distinta. Me duele hasta el tuétano pensar que alguna de las personas con las que he trabajado diga que soy injusta, desalmada, cruel o cualquier calificativo que conlleve una connotación negativa a nivel humano. Es que a ratos me parece que ser humano y jefe nunca caben en la misma frase. Para mí, equivocarme pareciera que no está permitido y se me arruga el corazón cuando el juicio va atado a mi rol; pero es inevitable.
En el trabajo soy terriblemente maternalista y se que eso a ratos sirve y a ratos decepciona. Es bueno cuando puedo ayudar, cuando me puedo involucrar en la vida de alguien, cuando puedo repartir y compartir. Pero cuando me toca corregir, maldecir, o despedir a alguien, creo que solo un jefe sabe que nunca queda un buen sabor y siempre está la duda de que hice bien o que hice mal. Mi humanidad me trasnocha porque a ratos soy más dura de lo que debería, peco por mi forma y a ratos me apresuro. Lo curioso es que hasta hoy, cuando pasa el tiempo, siempre el futuro termina dándome la razón de que la decisión fue la acertada, pero siempre me la sufro. Tener una parte del destino de otro en las manos de uno, es una responsabilidad satisfactoria en las buenas y angustiante en las malas.
Entonces, cada vez que mi equipo se renueva o alguno cambia de destino por voluntad propia o por decisión mía, les confieso que muero de miedo, porque sin importar el rol que cada cual tenga, mi vida laboral y mi proyecto de vida depende de todos y cada uno de ellos. A ratos hasta siento que la única que no es imprescindible soy yo. Debo decir que hoy me siento un mejor capitán, pero no un gran marinero porque a medida que han pasado los días y el tiempo, el delegar y soltar me ha hecho olvidar, cada cual ha cogido su labor, la perfeccionó y se apropió y yo cogí la mía y me aleje; que es el deber ser, pero igual aculilla.
Ahora bien, cuando mi equipo la saca del estadio, (que es muy a menudo), cuando todo funciona como un reloj suizo, cuando mi sueño se convierte en el de todos, en ese momento todo vale la pena, y me provoca celebrar hasta el triunfo más pequeño y agradecer de la forma más grande. El esfuerzo, el sacrificio, la angustia y la frustración en ese momento únicamente tiene cara de emoción y satisfacción.
Entonces si bien soy y he sido siempre capitán, sé lo mucho que vale ser marinero. Nadie es jefe por principio, nadie se gana el respeto sin ensuciarse las manos y nadie dirige sin encontrar alguna manera de inspirar. Y para todo eso hay que haber pasado por cada cabina de marinero para poder entregar y delegar. Un capitán jamás será capitán sin marineros, porque no hay manera de que yo logre soltar amarras, subir las velas, seguir la brújula o bajar el ancla sola.
Así que vuelvo y les pregunto: ¿será que manda capitán o manda marinero?