Hace un par de meses cumplí 37 años. Debo decir que aun cuando sé que han pasado muchos años de vida no puedo creer que hoy sea una mujer como las que de chiquita veía a su 37, de esas con más de 2 hijos, maridos, carteras de marca y autoridades respetuosas. Aunque para muchos amigos de mis sobrinos sea una “señora” (porque los muy educados siempre me contestan: “si señora”), la realidad es que todavía me es inevitable corregirlos diciendo que soy es una “señorita”. Me siento lejos de ser señora en cualquier connotación.
Pues bien, aunque no soy señora sí que soy una mujer de 37 a la que ya el metabolismo le cambió, que ya tiene unas pocas arrugas de las que salen con la risa, las lagrimas, la emoción y la rabia, una mujer que el viernes más veces que no está cansada y prefiere las cobijas a la multitud, que tiene mañas de esas que sólo surgen con el tiempo, la experiencia y sobretodo con la independencia. Hoy, también ya me toca ser la que paga la cuenta cuando sale a comer con los más jóvenes, y aunque me sorprenda decirlo, tengo mi primera cana; muy en singular, y eso que últimamente no me echo ni media al aire.
Pero desde mis veintes con todo el peso de las expectativas sociales, de mis propios sueños infantiles y del mundo que me rodeaba, me puse sin saber a que hora, una edad limite para “ser” una adulta; una señora. Me metí en la cabeza que, si a los 38 no estaba “organizada” y más específicamente “casada”, habría, supongo, fracasado. No es que pensara constantemente contra el reloj, de hecho, en mis 30 perdí cualquier afán, pero secretamente creo, que en mi subconsciente veía que los 38 estaban lejísimos y que para ese momento seguro ya no estaría sola.
Oh sorpresa cuando veo que la vida con los años se acelera y el tiempo únicamente se vuelve eterno mientras se supera un dolor de corazón, lo demás va tan rápido que a ratos hasta siento que si me deja el tren. Pues bien, ya llegué a los 37 a menos un año de mi “scary age” y no me asusta tanto como pensé. Los que me conocen saben que no me afana en lo absoluto y así me compare con mi hermana que a sus 37 ya tenia tres hijos y llevaba más de una década siendo señora, a mi me encanta en gran parte mi vida así tal cual. Sin embargo, mi “scary age” más que un limite, hoy es una coma y su proximidad me ha puesto a replantarme y pensar sobre la vida que a mis 20 soñé vs la que me construí. Mi “scary age” más que nada era en su momento “scary” por el aspecto de pareja y de familia. Hoy me surgen nuevos miedos y ese, aunque latente, se ha trasformado.
Así que la reflexión es la siguiente: con los años me he dedicado más y más a mi vida profesional, no por dinero ni por expectativas de éxitos, sino más bien porque me he convertido en una yunkie de los súper-poderes de ser útil, de ser creativa y de hacer, hasta volver realidad tangibles e intangibles que hoy me arman los lunes y los martes, pero también los sábados y domingos. Logré por merito o por suerte que mi trabajo y sus retos me encanten. Como dicen por ahí cuando a uno le gusta su trabajo no trabaja ni un solo día de la vida, ese es mi caso. Aun cuando me canso, me frustro, me desespero y quiero a ratos huir y apagar por un minuto la mente, la verdad es que casi todos los días estoy “feliz”, no todo el día todos los días, pero si casi todos los días y eso me hace querer llenarlos a cada minuto con trabajo, ideas y nuevos retos.
Pero claro, todo tiene su precio y dedicarme tanto a mi trabajo, a ese mundo donde tengo súper-poderes, me ha hecho olvidarme por completo de mi vida personal, de mi cuerpo, de mis amigos, de mis distracciones, y lo más grave de mi corazón. Siempre estoy cansada para priorizarlo, siempre estoy llena para necesitarlo.
Hoy, estoy en una zona de confort donde parece no caber nada más. Desatendí mi vida personal porque mis amigos cada uno construyó sus islas y todo es más difícil, menos relacionable y cada minuto más lejano para mi. Ellos también han construido sus familias y sus zonas de confort y en este preciso momento histórico nuestros intereses y prioridades rara vez se cruzan. En el corazón si están gravados siempre y nos reconectaremos tarde o temprano nuevamente, pero por ahora así quiera negarlo la verdad es que nuestros caminos son paralelos.
Pero no es que me atormente mi vida hoy, lo que pasa en que a mis 37, pienso a ratos que sería chévere tener nuevos amigos con quien compartir intereses, anécdotas, viajes, comidas y sueños. Pero los años traen la mala maña de tener miles de prejuicios y además los espacios y las oportunidades sociales ahora se han hecho menos frecuentes. El cuerpo se ha convertido desde hace unos años en un vehículo para poder hacer y cumplir con las responsabilidades y he dejado que pierda su importancia independiente, su cuidado y disfrute, ya sólo hace parte de una rutina, pero no me rompe mis rutinas. El corazón en cambio, lo desatendí por dolor, por miedo y hoy en día por pereza. Pereza de buscar, pereza de compartir, pereza de arriesgar y pereza hasta de encontrar.
La verdad, es que lo que si es “scary” es que no sé por donde empezar y yo soy una persona de respuestas, de objetivos y de acción. Sé por donde ceder y el tiempo lo sacaría de cualquier manga, pero la motivación, el interés y el impulso a mi no me nacen de una preocupación y lo que sea que escoja hacer solo es sostenible si me engancha. Lo que no sé es a donde ir, con quién o cómo compartir, no se buscar y por primera vez en mi espontanea vida no quiero hacer nada radical, no quiero empezar vidas nuevas, ni obsesionarme con hobbies nuevos, quiero simplemente compartir esta vida de hoy y transformarla con un poquito de aparente equilibrio, de amor y de alegrías plurales. Además, creo que sería muy bueno para mi corazón que me lo ablanden y me aligeraren las responsabilidades. Entonces no estaría nada mal que apareciera un cómplice, un compañero, una familia. Además, por más “scared” que esté, creo que ya es hora de que alguien por fin cuide de mí.