Mi primero y mi único durante 2 años. Al que le debo haberme vuelto tía. Al que le debo, aunque él no lo sepa, haberme encarrilado en la vida en mis tiempos difíciles. Al que le debo las mieles de la admiración por la dicha de ser su tía. Mi sobrino mayor, mi primer amor, mi compañero de diversión, mi parejo, mi socio y lo mejor de todo mi “heredero”; mi Luciano.
A mis 15 me convertí en tía, fui muy feliz claro, pero lejos estaba de saber que sería el rol más importante y gratificante de mi vida. Lucho con su llegada me cambió la vida. Modestia aparte y “objetivamente” hablando, Lucho fue el bebe más lindo que he visto en mi vida. Como ningún otro, el MÁS divino. Me acuerdo corriendo al hospital recién llegada del colegio porque no veía la hora de conocerlo. Casi o más emocionada que cuando nació Tito, solo pensaba como puede ser posible algo TAN divino.
Con Lucho lo aprendimos TODO. Desde como cargarlo, vestirlo, cuidarlo, protegerlo, perseguirlo, hasta como disfrazarlo con sus mil disfraces. De chiquito se pasaba los días con su disfraz de Montoya, o con balones de futbol o canchitas de básquet. Su afición por los deportes siempre fue latente, aunque más desde la barrera que desde las canchas, siempre ha hecho y seguirá siendo parte de muchas fanaticadas, de barras y calendarios imperdibles cuando se trata de deportes, TODOS los deportes. Algún día no sólo será quien los padezca sino también quién los describa y los escriba.
Crecía y nuevamente con absoluta y total “objetividad” debo decir que se volvía aun más divino. Solo provocaba espicharlo, adorarlo y gozarlo. En este momento debe estar haciendo su “flojo” chiste de que sigue siendo el más divino. Sin saber que sí, que ya no por ternuras de ojitos de yo no fui, pero si por sus prosas llenas de inspiración y sus pedazos de corazón que reparte a donde vaya. Así es nuestro Lucho lleno de humor, con algunas seguridades temblorosas y con su justo apunte en momentos oportunos, mientras va afinando sus deidades.
Fue un niño precavido, cauteloso, hasta miedoso y hoy de grande todavía se cuida, se asusta, pero ahora con la mayor tranquilidad, y será siempre un hombre de casa, de amores, de cariños, de generosidad desmedida con sus hermanos, de nobleza infinita, de corazón como el mío; amoroso pero frágil, pero con un temperamento más ecuánime y mucho más sereno que yo. Siempre será autentico, único, “hilario”, fantástico y más culto que ninguno en la casa, apegado a Má no por otra razón que por un amor mas bien correspondido que nada y porque madre no hay sino una y quién dijo que no tocaba necesitarla.
Con mi Louis creé tantas tradiciones, desde los bailoteos en el apartamento de la 72 y sus quedadas a dormir para jugar yo a la mamá y el a mi mejor amigo, hasta sus clases de futbol como el primer alumno de mi adorado Juan Manuel o la primera y casi única vez que fui al estadio. Fui tía de sus amigos, pasábamos bomba. La edad jamás nos separó, de hecho, siempre no unió. Nunca nos vimos el uno al otro con distancia sino con un magnetismo que nos volvió parejos en cuestión de años y para muchos años. Desde el día sin reglas hasta nuestro himno nacional y nuestros videos navideños, debo decir que entre los dos hemos sido siempre el centro y eje en la casa. (nuevamente, modestia aparte) un par de “incomprendidos” que comprenden el valor de divertir y divertirse.
Lo he visto crecer hoy hasta sus 23, lo vi enamorarse, desmoronarse de amor mientras compartimos una tusa juntos en un paseo de antología, lo vi transformarse en escritor, conquistar con rasguños la mente, el miedo y la voluntad, conmover a todos y cada uno de los que lo queremos, con sus contrastes, manejar la madurez con garrote y bastón hasta salir airoso de tanta incertidumbre que trae consigo crecer. Lo he oído hablar de tantas cosas que sabe por ser el lector que es y me da envidia lo rápido y lo mucho que aprende; a ratos para tener material de ese que se reserva para usar en el chispazo preciso y otras veces simplemente por saborear esos saberes del saber.
Ha sido el primero en todo, el primer bautizo, el primer lonche, la primera primera comunión; valga la redundancia, el primer grado, el primero en hacerme pasar al otro lado de la moneda de la vida, el primer y talvez único hombre que me ha celado y que no me ha querido compartir con enamorados flojos de esos que solía escoger yo. Ha sido el primero en enseñarme que si hay amor del de verdad y que todo lo mío se lo debo a ellos.
Lucho ha sido, es y siempre será como mi hijo. Debe ser por eso que desde que tengo memoria ante cualquier riesgo y para cualquier cosa mi frase siempre ha sido “todo se lo dejo a Lucho” Aunque mis otros 5 preferidos saltan ante la idea y sin saber que yo lo que les dejo siempre será en vida, en cada segundo que respiro, vivo y desvivo por ellos, la verdad es que si ha de quedar algo, se lo dejo a Lucho porque de todos no me queda ni la más mínima duda sería el perfecto albacea el que repartiría no solo exactamente como yo lo hubiera hecho, sino que lo haría con absoluta generosidad y desprendimiento. Porque para Lucho lo que le dejo jamás podrá contarse, tocarse ni gastarse. Lo que le dejo es la historia más bonita de amor que tengo, para que pueda algún día contarla en uno de sus cuentos de cuaderno, con pluma y resaltador.