Votos de fidelidad

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Hace unos días leí en una carta muy bonita entre mis hermanos donde uno le decía al otro, a modo de consejo, unas palabras sobre la fidelidad a propósito de la celebración de su boda. Para no parafrasear mejor les dejo las palabras exactas del autor. 

“Desafortunadamente la fidelidad no es lo más común, pero en la medida que se practica se alcanza una tranquilidad invaluable. Las tentaciones están a la orden del día, pero sin embargo en mi experiencia, un buen matrimonio ofrece todo lo que un verdadero hombre necesita.” 

Me pareció cierto y bastante romántico, un buen consejo que tenía un poco de realidad y un poco de fantasía, y aunque en la teoría me pareció lo ideal, en la practica desafortunadamente no me deja de parecer lo “inconseguible”. 

Es que mi experiencia con la fidelidad ha sido por falta de otra palabra, pésima. Puedo contar con los dedos de una mano; y aun esos son muchos, los pocos hombres que a mi parecer (porque nunca se sabe) me han sido fieles. Aunque nunca he tenido relaciones realmente largas, sí han sido intensas. Me he sentido enamorada casi todas las veces que el corazón me ha palpitado; y aunque unas más que otras, siempre me he sentido genuinamente atraída y comprometida. Es por eso que siempre he sentido que a todos y cada uno de ellos en su momento, les debía al menos un pellizco de verdad durante el tiempo que tuvimos el privilegio de acompañarnos. Al final de cuentas el amor es un sentimiento, pero las relaciones una decisión y la fidelidad una elección.

Traiciones hay de tantas; las de hombres o mujeres, de casados o solteros, de padres o madres y de jefes y sus asistentes.  Pero hay que ser muy infame para premeditar una infidelidad incluso antes de haber pasado por las cuerdas. Una “infidelidad” de tiempo completo, no sólo para probar, sino para aparentar y aprovechar lo que el otro puede ofrecer. Empezar a estas alturas de la vida una relación con guardados en vez de bagaje, es una absoluta vergüenza. 

 En mi vida he sido la titular, he sido la traicionada y he sido sin saber también, la amante. Pero la peor de todas ha sido cuando fui la de mostrar mientras la auténtica titular miraba desde la barrera. Eso sí, ella con conocimiento, seguramente con ira y en el fondo también con una cierta satisfacción de ser lade verdad, mientras yo vivía, tan entregada, tan enamorada y sobretodo tan ingenua. Lo que más bien nunca he sido es la que ha traicionado, o la que ha planeado, o premeditado el cuándo, el dónde, el quién o lo que es peor, el cómo. 

Todo parece indicar que me estoy perdiendo de algo muy interesante, porque ésta parece ser una práctica universal, o al menos tendría que decir que más usual que lo contrario. Lo que pasa es que yo genuinamente no sé fingir, por más fácil y regalado que sea, el repelús se me nota hasta en la planta de los pies. Mucho menos soy capaz de aguantar en un noviazgo ni a un sujeto que ya no me interesa mientras otro me hace cosquillas y me pone a temblar mi presente. Al fin y al cabo, para eso es el noviazgo, para probar, para coexistir, para conocer y luego para escoger. Yo puedo entender eso de que se pierde el amor, o que se atraviesa algo o alguien más interesante, lo que no puedo aceptar es que las dudas y los titubeos deban necesariamente traducirse en una cata de opciones mientras el otro lo vive todo a oscuras. Es que no puede tenerse todo y no puede pretenderse ensayar con uno o varios, para escoger entre dos, tres, o cuatro sin pagar algún precio. Bueno en realidad uno puede pretender lo que se le antoje, lo que sí es que en mi opinión no debería. No hace falta comprometerse, de hecho, no hace falta engañarse cuando  se ofrece eso de ser leal y fiel, porque pasar de sábana en sábana aunque pinta divertido, es un muy mal proceder. 

Aunque no me he casado nunca, puedo imaginarme que la rutina, la monotonía y la falta de novedad enfrían hasta al más convencido y enamorado. Pero si sé que para ese momento ya la razón es más poderosa que el corazón y escoger hace parte de esa voluntad, de esos votos de fidelidad . Las pasiones se destiñen, pero afortunadamente también se reinventan. Igual que en los negocios a veces el matrimonio es de “vacas flacas” o de “vacas gordas” y el que se pone a comer pollo o polla en tiempos de hambruna no hay duda que arriesga muchos huevos. No sé si eso que dice mi hermano de que la tranquilidad y un buen matrimonio es lo único que un verdadero hombre necesita sea cierto, pero de lo poco que veo en mi familia, esos matrimonios se los gozan, pero también se los sudan y cuando se aburren, no se cómo, pero si por qué, logran reflorecer de nuevo en otro color.  Es por eso que creo que para mí vale la pena más ese esfuerzo que la rascada de la roncha. 

Aún cuando toca reconocer que escoger es “perder”, creo que es justo descartar para disfrutar.  Pero en este mundo en donde el discurso de: “Usted se lo merece TODO,entonces es su derecho tenerlo TODO”, el compromiso jamás dejará de verse como una opción cuando debería más bien ser una decisión. Mientras llega el día en que yo haga votos de fidelidad lo único que me tocará escoger es no volver a caer en engaños de poca monta, ni relaciones de mermelada, más bien me dedico a comprar sábanas de algodón egipcio mientras escojo lo que algún día se convertirá, ojalá, en la más ambiciosa de mis pretensiones.