Días de miedo en cámara lenta. 

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Entrada ya la cuarta o quinta semana de la locura mundial, de la pandemia del pánico por la que atravesamos, mi mente ha pasado por todos y cada uno de los sentimientos asociados al miedo. Ya en estas, ya untado el brazo, untado el hombro. Lo días que en un principio fueron de angustias, ansiedades y búsqueda de soluciones, con el tiempo se han ido palideciendo hasta la procrastinación y de alguna manera, la derrota. Los escenarios actuales me parecen casi más amables que los que están por venir. Me aterroriza la nueva normalidad porque vendrá llena de bagajes, de esos que atormentan con la responsabilidad y el perrenque que no sé si tendré entonces para empezar nuevamente. 

 

Y es que mientras nuestras vidas parecen estar en cámara lenta y a ratos hasta en pausa, la realidad es que todo lo que nos rodea sigue moviéndose lento pero seguro, con presiones y obligaciones que aun cuando con las mejores intensiones quiero pilotear no se si voy a lograr. La parálisis estructural y porque no mental, me impiden sentir esa tranquilidad que debería traer consigo este escenario de fuerza mayor, que siento le ganará a mi fuerza menor, de individuo, de ciudadano, de humano mortal e insignificante de cara a todo esto que no tiene nombre, ni tiene precedentes y sobretodo que no tiene fácil solución. 

 

Sé que preocuparse por un problema que tiene solución es inútil, pero por uno que no tiene solución es aun más ridículo, desgastante e inservible. Las deudas que se acumulan porque somos un país pobre, con un estado no podrá con paternalismo y buenas intensiones, tender una mano sufrientemente amplia o tranquilizadora, porque sin caja es imposible que nos saque de debajo de agua mientras navegamos la marea. La realidad es que estamos solos, en manada, pero con los abandonos de aislamientos y preocupaciones colectivas, sin una verdad tangible ni piloteable. 

 

Por ahora mi miedo sobre todas las cosas es saber que, aunque se pospongan las responsabilidades y las obligaciones, se estarán acumulando como en días académicos, cuando el examen llegaba con o sin estudio. Entonces a la hora de salir con o sin ideas estarán ahí, ahogándome mientras la tempestad continua. La nueva realidad de retomar se prolongará con incertidumbre y sin control de lo externo mientras intentamos salvar lo interno. Tengo miedo de lo que traerán mis capacidades, suficientes o quien sabe, talvez insuficientes.

 

Veo a otros tomando “medidas” más serenos, más entregados a un destino que no se ha adueñado de sus inteligencias ni sus habilidades. Esos, creo que sobrevivirán a esta adversidad de peso plomo, por sus años de experiencia o por su coraje o por sus estrategias y saldrán debajo de la presión que a mi tanto me paraliza y me espanta.

 

Por ahora desde mi rincón del universo, con la tranquilidad del campo, del verde, de la naturaleza, respiro oxigeno y recargo mi naturaleza humana, dentro de esta falsa realidad. Duermo y sueño con días pasados que fueron mejores cosa que es reparadora no miento. Pero me despierto a pensar en los días futuros, que no tengo duda alguna serán sombríos. El reloj está en cuenta regresiva a ese momento en donde el candado dejará de estar ahí y tendré que cumplir así sea con el pellejo con los riesgos que tome y que se cayeron de su peso un día cualquiera, con un pánico que como no pude controlar ni evadir, tuve entonces que aceptarlo y unirme al barco de lo colectivo y a nuestra nueva realidad. La verdad es que cada uno aún con la intensión de solidaridad velará por lo suyo, porque ninguno podrá comprender o empatizar del todo, con las prioridades, los miedos o las necesidades de otro. Y no hablo de la necesidad de hambre o techo, esas siempre tendrán mi empatía más profunda y mi solidaridad más entregada. Hablo de esas que conocen de estilos de vida o tranquilidades. Las que piensas en círculos cercanos. Será para muchos difícil, a ratos imposible, ver el “big picture” porque el largo plazo parecerá escondido en el infinito, mientras el corto martillará la cotidianidad sin treguas generosas ni justas, pero si muy desafiantes. 

 

No quiero que lleguen esos días en donde mis decisiones definirán destinos de varios mientras moldean el mío. Ya no tengo más energía de seguir manteniendo esperanzas, ni ajenas, ni propias porque mi miedo es uno de incertidumbres en tiempo real, mientras mis respuestas se acogen a una cámara lenta para no afrontar la verdad que me espera. Cada día que pasa siento que será más difícil afrontar. La nueva realidad, el nuevo futuro, me asusta sin duda muchísimo más que mi paralizado presente. 

 

Es ineludible saber que nuestro destino ahora más que nunca empezará a forjarse con las uñas y que el tiempo tarde o temprano se acelerará. Ojalá alcance a montarme en ese reloj por rápido y ruidoso que sea, para salvarme, reinventarme o simplemente adueñarme de uno que otro triunfo y padecer los inevitables fracasos.

Lo que está por venir para mi serán días de admiración y envidia de la buena para quienes logren resistir mientras respiran sin morir. Mientras tanto yo, acá en mi burbuja de la parálisis he conseguido una nueva área de confort, que, aunque añoro romper, me tiene y lo confieso aislada de ese miedo que apabulle las ilusiones.