Cada día me sorprende más lo posible y lo imposible. Esas trampas y esas vueltas que da la vida, que en días pueden entregármelo todo y en segundos también, Nparrebatármelo todo. Momenticos que por una u otra razón me hacen voltear la mirada, cambiar el rumbo, tragarme mis palabras y sin darme cuenta, pararme en territorios desconocidos con una nueva perspectiva. Esos días cuando los sueños pueden cambiar sin aviso ni permiso, esos instantes cuando lo que jamás nunca, se convierten en un sin duda siempre.
Pues bien, este año que pasó, si algo trajo para mí, fue ese cambio tan absurdo del jamás, al siempre, de lo imposible a lo posible, de lo prohibido a lo permitido. Obviando lo profesional, que sin duda se modificó en todo y me dejó una nueva normalidad, que hoy más que frustrar, agota. Una realidad donde la adaptación y la resiliencia se sienten como una regla y no una excepción, donde no hay planes de largo plazo sino ilusiones de corto alcance. A eso, a todo lo profesional ya me acostumbré, me adapté, me sometí. Pero haciendo a un lado esa nueva “estabilidad” cotidiana, y pensando sólo en lo personal, hoy más que nunca, me veo en medio de una curva cerrada y peligrosa que me puso la vida en el camino y que me obligó a desacelerar, para ver la vista, pero que me motivó a apretar el acelerador para no perder un impulso tan diferente.
Además de haber cambiado la ciudad por un tiempo de campo, de redefinir los amigos y sus cercanías, de retomar el cuidado personal en vez del afán de todos los días, de admirar a quienes antes pasaba por alto, de mantener el aguante contra todas las normas, de comprometerme con plantas y su habilidad para crecer, reproducirse y fascinarme, de cambiar las libertades por un polo a tierra peludo y maravilloso, de aceptar la críticas como motivos reales de cambio. Llené mis unidades de tiempo sin afán, ni ansiedad, las cambien por momentos sólo míos, llenos de calma y serenidad. Aún con todos esos cambios que parecían no tan significativos, de repente cambié la tranquilidad por la emoción, la seguridad por la incertidumbre, la zona de confort por la posibilidad del amor y lo superado por lo “repetido”; mejor dicho, decidí cambiar la “mogolla por el croissant”.
Terminé el año cediendo en casi todo lo que, durante días, meses y hasta años había rechazado tajantemente. Esa fotografía de mi futuro que en definitiva ya había escogido. Esos planes que cuanto más definidos, más se me burlaban con la vida y sus trampas. De repente como en paracaídas, de sorpresa, después de más de 5 años de espera, del cielo me cayó el amor. Sus nuevas posibilidades desafiaron mi terquedad y mi orgullo y caí victima de mi misma en ese espacio a donde juré por miedo jamás volver. Ese espacio de enamoramiento a todo riesgo, esos lapsos de tiempos cortoplacistas que están secretamente hambrientos del milagro de ser una excepción. Esta vez, más valía el vaivén y el dolor que volver a meterle una patadita de taquito al amor para hacerle el quite.
Con la curiosidad, el magnetismo, la comodidad de un amor del pasado, de un viejo conocido, los días fueron pasando con esa falsa ilusión de control, hasta que me tragué mis palabras y mis reparos y me dejé llevar por la felicidad de un amor perdido y recuperado. Un amor en segunda vuelta que me hizo despertar, ver en rosa por unos días y vivir los dramas pequeños de las incertidumbres grandes. Pero bueno, como de eso tan bueno jamás dan tanto, eso que vino en paracaídas, por agua se fue, dejándome atragantada de palabras y radicalismos que sin darme cuenta me comí y hasta con gusto. Todo por la dicha de una oportunidad, de una vida llena de cariños, de ilusiones en pareja, de sueños de familia y de cambios de rumbo. Ahora, a razón de tanta vulnerabilidad entregada, me quedé esperando lo romántico de un giro definitivo que me traiga de tierras lejanas de vuelta los para siempre y los finales felices, que no acostumbran a tocarme a mí, por eso de ser de buenas en el juego y de malas en el amor.
Ahora, a sabiendas de que estaba advertida como buen soldado, sé que valió la pena haber mandado al carajo mis viejas creencias, y correr el riesgo de recoger algo más humano, más imperfecto y más emocional que racional. No cambiaría un día de esa historia por la inmensa tranquilidad de lo que acostumbraba a tener entre manos. Cambiaría más bien esta prueba maldita de paciencia por una tranquilidad de futuro, por la normalidad de un reto de amor menos complicado y más razonable.
Pero bueno, es que enamorarse por segunda vez, del mismo corazón y con mayor razón, algo tiene de mágico, de cómico, de irónico, de afortunado, pero esperar respuestas tiene algo de injusto, de cruel, de fantasioso y de desesperanzador, que me recuerda que soñar es gratis, pero que también es un simple espejismo.