Naufragando con Wilson

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Hace un año empezó una locura que hoy todavía sigue vigente, latente y sobretodo descontrolada. La vida y el mundo tal y como lo conocíamos se transformó; ya ni hace falta describir el caos que causó. Se nos estrelló el avión contra el suelo, en una isla desierta, dejándonos vivos, pero perdidos en terreno desconocido, lleno de incertidumbres, un lugar sin horizontes y sobretodo sin balsas de rescate. Fue un descalabro tan inesperado y tan radical, que desde tierra firme sólo se veía un mar de turbulencia. Cada cosa ha tenido su tiempo, su sentimiento, su esfuerzo; pero este presente, está, en particular, anulándolo todo de manera diferente y tangencial; al menos para mí. 

 

Para el comienzo de la pandemia; en ese momento en el que se chocó todo, sentí mil angustias, desesperos y frustraciones, pero dentro de toda esa estrellada tan abrumadora, la situación me tenía efervescente, así fuera por rabia o por inseguridad. Al fin y al cabo, ese era sólo el principio y entre tanta vaina, seguía invadida de ganas de sobrevivir, no me quería dejar ganar así me costara las uñas. Pasaba para entonces, de la rabia a la acción y del desespero al movimiento, porque recién caído ese avión, el desasosiego y la dificultad apelaron a mi lado pasional, al perrenque indomable y todo ese miedo que me mantenía despierta, pensante y activa, me daba el impulso para construir como fuera, cualquier balsa que lograra zarpar para sacarme de allí. Eso sí, no sin antes maldecir y quejarme con lo mejor de mi mal vocabulario y mis gestos más exagerados, dirigiendo toda mi ira contra lo que estuviera ese día “de moda” en las noticias absurdas. 

 

En un principio, entre lo medio sola que me sentía y lo súper rodeada que estaba, planeaba, coordinaba y hasta gerenciaba. Definía aún con dudas; sin mapa ni brújula, el camino, confiando más en las estrellas, que en los decretos. Tomaba decisiones con la única intensión de que todos y cada uno de los que me acompañaban en el naufragio, pudiésemos tener espacio, tener oficio y sobretodo para que no nos hundiéramos mientras navegábamos de salida. Nunca contemplé la posibilidad de que alguien se quedara a la deriva. Construimos no una, sino varias balsas, algunas de vela, otras de motor, otras de madera y otras con pedazos de avión. Varias resultaron, y en medio del comienzo del naufragio, lográbamos pequeñas recompensas y nos manteníamos flotando, sin que el agua nos llegara hasta el cuello y con suficiente agua dulce para mantenernos vivos. Pero en ese momento, que duró varios meses, todavía había lo más importante, ganas de vivir, presión para superarnos y movimiento para delante o para atrás, hacia un lado o hacia el otro, pero todo con alguna dinámica agitada y desesperada para resistir. 

 

Conforme pasaban los meses empezó a aparecer en medio del naufragio un horizonte que constantemente acortaba y alejaba su distancia a merced de lo absurdo, y de repente, después de tanta espera por tocar tierra, con la ilusión de pronto llegar a casa al final de la distancia, el horizonte se volvió a desdibujar y con él, toda esperanza de escapar de la marea. Estaba nuevamente naufragando sin rumbo ni destino y dentro de mi misma; sola, atrapada. Además, el calor humano no lo congelaron, la vida social no la censuraron y el miedo todavía mantiene a los más nerviosos lejos del equipo de búsqueda y rescate. Entonces con el sol en la nuca, deshidratada de motivación, hambrienta de estabilidad, con ganas de compañía, me rendí sin mucho escandalo. Después de tanto remar en balsa firme, los brazos perdieron su fuerza y la mente pasó a ver espejismos con tal de sentirme llena, y entré en estado de reposo, a velocidad de crucero e irónicamente con la vida en modo avión.

 

En medio de la espera y del agotamiento emocional se me apareció Wilson y con él llevó naufragando los últimos meses. Un poco paralizada y enfocada en lo que no me da dificultad, en lo que es más fácil, más conocido y más natural, ordenando la casa, paseando entre jardines, yendo a mis rincones conocidos, y compartiendo sólo lo banal y lo superficial, patinando en lo mismo; lo que está de moda por estos días, mi “corazón derretido”, pero de trabajo, de pasiones, de emociones nada de nada, un corazón sin ningún latido. La desmotivación me tiene amarrada y últimamente es absoluta. Pasé de amar mi trabajo, a trabajar para cumplir, y eso con el menor esfuerzo. Quiero salir volando a cualquier tierra lejana a que algo me estimule, pero todo está cerrado, todo es complicado, así que huir es muy improbable.

 

Quejarme, sin embargo, sería el colmo, en lo profesional de una forma u otra hemos coronado un nuevo archipiélago de islas. Sin saber a que hora, ni cómo. Pero haberme dado cuenta de que las consecuencias que antes me aterraban, al final de cuentas no fueron tan devastadoras, me dejó la sensación de que nada es de vida o muerte, y que, si es de muerte, al final se le dará sagrada sepultura sin mirar un minuto para atrás, sin tanto duelo, ni tanto corazón. Una actitud poca-lucha que no busca echar ni pa’ delante ni pa’ atrás. Entonces hoy, me domina la pereza mientras este “hueso” de escenario sigue su cause. Pero la verdad, si me mortifica que quienes remaron y siguen remando para “coronar” me sientan así.  Es que, además, a la desdicha le encanta la compañía y es más contagiosa que el virus endemoniado este. Me aterrara que mi parálisis y mi desazón, consiga que me renuncien y me abandonen, y quede ahí si, a la deriva, con problemas de los que hasta ahora sólo han amenazado con aparecer. Necesito que los astros o el destino me ayude a volver a encontrar mi propósito y la pasión que creería está al final del camino, y no estaría de más que por sorpresa, un día no muy lejano, una bengala de emergencia me trajera a la guardia costera o una barca de rescate con alguna compañía que me revuelva la marea para volver a sentir algo diferente a esta apatía y a esta pereza mental. 

 

Este estado de vida tan desapacible, incita, aunque no logra, querer abandonar a Wilson, y botarme a un remolino de los que se lo llevan a uno con ancla y vela mientras no provoca luchar contra la corriente. Yo he amado y odiado la vida, pero siempre he tenido algún sentimiento poderoso frente a todo, hoy el sentimiento es el resultado de un naufragio estático e interminable que puede volverse perpetuo o esquivable. Sueño con encaramarme en un barquito de amor, de emoción, de novedad o incluso poder despedirme de Wilson de una vez por todas.