Siempre me he considerado, en el mundo de lo material, bastante desprendida en cuanto a las “cosas”. Aunque soy una mujer de gustos muy puntuales, de estéticas en todo y de significados ocultos, para mí, “lo que se puede quemar siempre se puede reemplazar”. Así, que por mas gusto que les tenga no me trasnochan los afectos materiales. En lo transcendental en cambio, si tengo unos apegos distintos, la amistad, la solidaridad, la lealtad, la fidelidad y aparentemente todo lo termina en “dad”. Para mí no son sólo vínculos, son felices cicatrices que no puedo, quiero ni debo borrar. Estoy agarrada, aferrada con uñas de pies y manos a los míos. Tal vez por eso lo últimos años no he querido “perder mi juventud” porque con ella se transforman las viejas maneras de vínculos, de lazos y de mis palabras con “dad”. Los cambios de vida y la evolución de las historias me han puesto en jaque mis formas conocidas de apego y de seguridad y aunque nunca lo había conectado, los últimos días esas cosas que di por jurado que no me importaba perder; esas que se podían reemplazar porque se pueden quemar, el universo me volteo el espejo para darme cuenta lo vulnerables que son mis apegos con “dad”. No creo que sea ninguna considera que en temas de apego la palabra dad aparezca por ahi.
Hace algunos días me enfrenté a una oportunidad inesperada, a una dualidad inexplicable y a una decisión sorprendentemente difícil de tomar. Pero es que así es la vida, cuando uno menos se lo espera los vientos cambian, los años pasan, la gente evoluciona y a las cosas que han estado suspendidas, congeladas en el camino de uno, de repente se les derriten esquinas y como si nada, aparecen la ocasión para la toma de una decisión. Pues bien, aunque es difícil poner en contexto, empiezo por la raíz de este nuevo cambio que se va a dar en mi vida para bien o para mal. Convenientemente esta realización se da justo empezando el año.
Les hablo entonces de mi mamá, y su especial filosofía sobre las herencias. Para ella siempre ha sido muy chévere repartir en vida, porque eso le ha significado compartir en vida las cosas y las felicidades de sus hijos y la mejor recompensa que tiene ese repartir y ese compartir es ser parte de lo que cada uno construye. Hago la salvedad que mi mamá es una mujer prudente por excelencia, ecuánime pero además soñadora. Yo creo que más que “repartir” su punto va a que ella quiere hacer parte de nuestros proyectos y eso es lo que la mantenido tan vital, tan enérgica, tan conectada e involucrada. Aun cuando sabe que los hijos son prestados y que todos vamos cogiendo un rumbo, siento que es justamente eso lo que la hace sentirse parte de algo que ella construyó en pareja y que tuvo que disfrutar en familia. En fin, una filosofía interesante porque, además, siempre ha sido con mesura, con generosidad, con responsabilidades transferidas, pero sin otra condición distinta a que disfrutemos y construyamos, con nuestro propio sello. Y como a nosotros nos gusta disfrutar con ella, al final todo sigue estando en sus manos. Sobretodo sus recuerdos, sus historias y sus anécdotas con sus hijos y sus nietos.
Igual que a muchos, la pandemia le replanteó un poco la vida, no porque ella la tuviera coja, ni mal encaminada, sino porque los intereses cambiaron y también porque con la edad va llegando como dice ella: ganas de tener menos y hacer más. En este ultimo año tomó la decisión de evitarnos en todo sentido cualquier conflicto futuro dado que ya cada uno a cogido su camino, casi todos han hecho su familia y lo que nos unía, hoy nos da fortaleza para hacer lo que nos soñemos. Entonces esas “cosas” por las que pudiéramos algún día llegar a “pelear” esas cosas que tuvieran algún “valor sentimental” las que parecen divisibles fácilmente, pero llegado el momento son todo lo contrario, esas cosas las quiso poner sobre la mesa para una vez más poner su voluntad al servicio nuestro. Incluso nos incluyó en su voluntad futura de forma anticipada para que sus decisiones fueran las responsables de su vida de principio a fin.
Todo esto ha sido en el lapso de 1 año, que al final de cuentas lo que más me recuerda es lo rápido que pasa la vida, lo mortal que es Súper Lina y lo que significa la vida sola con lo ultimo que me queda de nuestra familia. No sé a mis hermanos, pero para mi, hace pocos meses me empezó a pesar eso de una forma particular. Puede que tener a mi mamá como una compañera muy cercana de vida me puso en una sensibilidad especial, pero cuando el status quo que estaba ahí en pausa, suspendido, de repente coge otro color, la vida se me interrumpe con sentimientos desconocidos, miedos reprimidos y mientras tanto siento que la estructura se me escurre inevitablemente entre los dedos cuando hablo de familia.
Todo este preámbulo trascendental es el trasfondo y la explicación de una indecisión que me invadió las ultimas semanas respecto a un bien que nos repartieron y que decidiríamos no conservar, sino liquidar, para que cada uno tuviera sus diferentes formas de continuar hacia su futuro. Todo el listado de positivos era evidente, clarísimo, conveniente, un “no-brainer”. Para mi hermano, talvez más oportuno, más útil, más obvio y más necesario porque se volvería un medio para una ilusión de familia, de futuro conjunto y un paso más de independencia, sin perderlo del todo. Para mi en cambio, las ultimas semanas se convertirían en una pequeña cortada de papel, una grieta y un baldado de realidad que como me gusta, al final vino con el agua fría que me dejó nuevamente refrescarme y respirar.
Vender. Esa era la palabra en discusión, pero para mi la realidad es que la palabra sería Soltar. Soltarme de mi familia, soltarlos a ellos, a las pocas cosas que todavía nos unen porque no nos digamos mentiras ya a esta edad lo que nos une es cariño, solidaridad e historia, pero poco a poco la cotidianidad se separa más y más porque cada uno tiene su familia. Lo que me distancia de mis hermanos no es solo la edad o los gustos, lo más diferente, es que para mí, mi familia sigue siendo la nuestra, mientras que para ellos la nuestra dejó de ser la propia.
Mis hermanos todos me decían que no dudara, que era lo mejor para mi también, que podría hacer con eso un mar de cosas nuevas, vivir “mejor”; todo completamente cierto, pero es que en mi vida ahora ese repartir que estaba tácitamente pensado en compartir, no tengo con quien compartirlo, entonces sentir ilusión y soñar con otras “cosas” cuando ya en lo individual estoy más que cubierta, era algo un poquito desgarrador y al final del día una reflejada de espejo que me hizo sentirme sola, o coja.
Entonces, aunque ese bien es especial por todo lo que lo disfrutamos ahí, como bien me importaba un carajo, lo que me atormentaba sin darme cuenta era pensar que si mi mamá no hubiera repartido yo tendría todavía momentos de cotidianidad con todos, todavía tendría lo nuestro. Lo curioso es que yo, la más independiente de sus hijos, la más precoz para destetarse, ahora era la que quería aferrarse y todo porque además de que los quiero, quiero pertenecer a algo y con los años estoy perteneciendo menos a ellos y más a mi y aunque yo amo mi vida, me encanta lo que soy, ser solo y no pertenecer espanta a cualquiera.
Al final, todo es un very “Happy Problem” el 707 me abrió una nueva ventana. Por un lado, ahora tengo claro que desprenderme de lo material no tiene misterio y que más bien mis apegos es hora de que se transformen, incluso que se redirijan. Encontré en medio de esto la respuesta a mi verdadero propósito de año nuevo. Encontrar mi familia. Porque la nuestra existirá para todos, pero para mí no quiero que siga siendo la única. Tengo el sueño de compartir y ojalá algún día igual que mi mamá, poder tener alguna versión de legado para repartir. Por ahora no hay que mirar más atrás y ya que lidié con el “problem” ahora lo “happy” estará seguro más proximo de llegar.