Ese bendito ascensor

Hace 26 años me gané un cariño verdadero, inesperado y que me cambió parte de mis inseguridades. Me subí a un ascensor con mis trapos húmedos, mi pelo despeinado, mis pies llenos de arena y mis accesorios de piscina. Como tantas veces junto a mi papá, nos aceleramos para no perder el ascensor que casi cerraba sus puertas. Cuando por “suerte” alcanzamos a encaramarnos, nos encontramos con dos mujeres no del todo desconocidas. En el espejo vi el reflejo de una niña acompañada por su abuelita; una niña más chiquita que yo, más tierna que yo, más querida que yo y aunque ella no lo crea, menos asustada que yo.

 

En pleno verano de angustia, con culpa por haber decepcionado a mis papás, mis vacaciones tenían un sabor a castigo. Terminado un año de niñez cruel, llena de miedo y consiente de que las ausencias involuntarias, la “irresponsabilidad” y la “vagancia”, me estaban pasando la cuenta. Hacía no más de unas semanas que me enteraba que perdía el año, sexto; el primer año de bachillerato, un año que marcaría mi salud para siempre y mi madurez para bien. 

 

En el espejismo del veraneo por ratos me olvidaba de las consecuencias que vendrían con repetir el año y sobrevivir en un nuevo “ecosistema”, un curso de otros; esos con los que yo no había sido precisamente amable. Es que Dios no castiga ni con palo ni con rejo y sentí que se me venía el mundo encima y se me golpeaba la arrogancia infantil. Una muy buena lección de vida de hecho.

 

Pues bien, en ese encuentro fortuito de ascensor no hubo de otra que enfrentarnos la una a la otra. Con unas miradas que escondían el malestar de lado y lado, depronto nuestros acudientes; papá y abuela, ignorantes de nuestro pasado, consideraron conveniente, buena idea, juntarnos en algún plan para que como niñas aprovecháramos y tuviéramos una compañera nueva de juego para las vacaciones. La invitación que surgió, en los 7 pisos (eternos) que duró la travesía del ascensor, fue a un plan de ski acuático con nuestra familia. “La Marialuli” ni pudo contestar, yo ni protestar, y sin darnos cuenta el acuerdo y el horario quedaron sellados con una sonrisa por parte ellos de los “inconscientes” adultos que nos estaban sirviendo de escudo. 

 

No fue sino entrar a mi casa para decirle a mi papá: Pá, ¡cómo se te ocurre, esa niña me odia! Además, es una boba. ¡Que pereza! A lo que me acuerdo que él contestó algo parecido a: ¿Pero ella no es de tu nuevo curso? su familia es queridísima, ella se ve querida ¡no seas antipática! Ya la invitamos y no la vamos a des-invitar, ¡Punto! No me cabe la menor duda de que mientras eso pasaba en el 707, ella estaba en la mismas en su casa; tratando de salirse del plan como fuera. Pero bueno el plan siguió en firme. Nos encontramos en la portería, nos subimos al carro y arrancamos camino a lo que sería la mejor excusa para dejar de ser “enemigas”. Desde que cerraron la puerta del carro todas nuestras inseguridades, miedos y reparos infantiles desaparecieron y desde ese día nos volvimos amigas entrañables, que, al día de hoy, todavía nos queremos de la manera más auténtica y desinteresada. Luisa siempre ha podido bajarme la guarda y una verdad mía, es que cuando la bajo, saco lo mejor de mi, soy generosa y siempre me interesa hacer una nueva amiga. De pronto también es que mi inconsciente me decía que si no podía contra el enemigo lo mejor era unírmele. Lo sorprendente es que fue a punta de risas y de cuentos no de sacrificios. Como quien hace amigos en una isla. 

 

La adolescencia no tardó en llegar y mi vida a volver a cambiar, nos separaron los colegios, los países, los novios (los de ella, por que lo míos eran inexistentes) y como a todas las mujeres, los pequeños dramas de amigas de verdad, también tuvieron su lugar. Pero sin importar nada de eso, es mi amiga “recurso” para las cosas importantes y fundamentales de la vida, y si en mi vida existiera la casa de los amigos, Luisa tendría su cuarto en primera planta y sin ninguna duda. 

 

Persiguió el amor como yo nunca lo he sabido hacer, sin rendirse, sin excusas, sin susto, hasta que su vida fuera con Camilo. Y aunque confieso que yo dudaba de sus sacrificios, por todos esos prejuicios sobre el deber ser de esos tiempos más godos, la apoyé y al final no me sorprendido que ambos “coronaran” porque son de esas parejas que parecen hermanos, hasta en lo físico son idénticos. Camilo además con el tiempo me “adoptó” como su amiga también y es particularmente especial conmigo, cosas que obviamente me mantendrá cerca de Luisa siempre.  

 

Como su destino lo marcaba desde jóvenes, fue señora y mamá de las primeras, pero además de eso fue lo increíblemente valiente de tener familia al 100% mientras su carrera profesional escalaba como la espuma también al 100%. Ella ha logrado tenerlo todo, cosa que pocas mujeres logramos hacer porque ¡juemadre! si es difícil. Hay que tener templanza y talento del admirable. María Luisa, con su racionalidad y su orden casi neurótico, planeó su vida profesional y la familiar con antelación y con estrategia para poder tenerlo todo. Es tremenda mamá, tremenda profesional, gran amiga, buena hija, buena hermana, buena esposa, en otras palabras, es lo más cercano a la Súper Woman. Al menos desde fuera pero desde cerca, se siente así. Sería una de las pocas personas con la que en lo profesional podría tener una sociedad de esas que funcionarían, de hecho, sé que algún día haremos algo juntas de una forma u otra. 

 

Gracias a ese ascensor, ese verano fue de los mejores veranos de mi infancia. Fue gracias a ella, una niña a la que había atormentado durante su niñez, que mi nuevo comienzo fue feliz. Me recibió en mi nuevo curso con brazos abiertos, abogó por mi, me integró a una nueva realidad de la que conservo unos de los mejores amigos de mi vida. Fue una muestra de nobleza, humildad y buena educación y por siempre estará grabado en mi memoria eso de que los papá siempre tienen la razón y … ¡punto!

 

Luisa ha sido una de mis mejores amigas de toda la vida. Con la que comparto uno de los recuerdos más especiales que tengo con mi papá, una de las personas que me acompañó en el momento más difícil de mi vida cuando sin aviso lo perdí y que estuvo firme en los retos de mi joven adultez cuando luché contra mi misma. Siempre al pie del cañón, siempre con su brutal sinceridad, sin rodeos, siempre con el cariño verdadero, con sus consejos llenos de inteligencia, de practicidad y sacándome una sonrisa cuando solo quería “morder”. Para el universo es Lula, para mi, Luisa, y para mi familia la Marialuli de siempre y creería que sus múltiples facetas todas son igual de chéveres. 

 

Ahora, su camino volvió a ponerla de aventurera por el mundo, aventura que sin duda llevará con gracia, con ilusión y muy seguramente con éxito. Acá me hará falta, aunque yo sé que ella nunca me falta, pronto le llegaré a gozármele su nueva aventura para ver si tenemos otro verano que le haga honor a ese del pasado. Toca decirlo: hoy toda mi historia sería diferente sin 

ese bendito ascensor y sus 7 pisos eternos que hicieron magia y nueva ley agradezco haber alcanzado a montarme con mis chiros playeros y con un papá tan entrador, a toparme con la más inesperada compañera. 

 

La quiere, 

Dávila