Luto de una familia viva

Justo cuando madurar parecía estar fuera del panorama; porque a esta edad madurar debería ser más bien envejecer, vuelvo a encontrarme con un reto de madurez de otra dimensión. Talvez debo darme por bien servida de que, si sigo madurando, pues todavía no estoy envejeciendo, pero es que no es sino sentirse un loco acomodado, para que las buenas formas se vean salpicadas por nuevos matices que ya no puedo descifrar, ni disfrazar con mis habilidades emocionales que antes dominaba.

 

Las etapas que en la vida de otros se ven tan claras y llevaderas, en la propia paralizan y sacuden al mismo tiempo, tanto que, por la buenas o por las malas, el cambio toma posesión y pone su sello; empiezo de nuevo en la mitad de la vida con estos nuevos sentimientos propios de la edad. En este presente donde hay tanto masterizado y con el bagaje de haberse sobre analizado, de haberse superado en las debilidades que la lotería de vida me dio, de pronto, mi mente, a la que le conozco bien sus laberintos, me juega una pasada inesperada, inocentemente se retuerce entre sus destrezas y sus mañas queriendo encajar entre lo conocido esto que no tiene nombre, que no tiene forma, que está fuera de foco. Hasta la piel me arde del desespero y estoy confundida entre lo que son trastornos o existencialismos. Pero justo cuando la vida lo pone a uno a dudar por los cambios, aparecen caminos invisibles que de repente me recorren a mí y no al contrario.

 

De esto hace un par de años que empezó a cocinarse un final lejos de ser feliz, que me ha dejado haciendo un inevitable luto por mi familia que, aunque muy viva la siento en inevitable proceso de extinción. Después de meses de intentar traducir el ruido en palabras esto es lo mejor que pude hacer.

 

Mi familia se ha caracterizado siempre tanto de puertas para afuera, como de puertas para adentro por ser una familia “ejemplo” de unión, de solidaridad, de fortaleza; todopoderosa. Tal vez el piropo más recurrente que recibe mi mamá es sobre el maravilloso formato de familia que logró, además con más veras y más mérito después de la muerte de mi papá.  Mi mamá ha estado siempre al centro de todo, mis hermanos han sido compañeros de viaje, pero no solo eso, también de silla, de boleta incluso. Mis sobrinos la razón de todo y mis cuñados absorbidos entre tanta intensidad, tanto entrelace, como parte de ese todo-poderoso. Las dificultades las hemos piloteado siempre en gallada, las alegrías siempre en manada, de hecho, quien nos conocen puede incluso sentirse fuera de la rosca, ajenos, y eso aun estando presentes.  

 

No por nada, jamás me he sentido sola. Somos tantos y con tantos colores, que la familia siempre me ha llenado mis rincones y mis espacios, cada hora, de cada día, de cada semana, de cada mes, de los últimos 40 años. Claro y por qué no, me sentía tan afortunada y agradecida, que me jactaba de tenerlo todo; lo gritaba a los cuatro vientos. No es en vano que exista Casa Legado. Pero es cierto eso de que no hay que creerse tanto porque la vida se burla y aplasta a los pretenciosos.

 

Un día como una premonición, pase de ser agradecida a sentir que inevitablemente lo estaba perdiendo todo, y no precisamente por descuido ni por desgarros, simplemente por la evolución del tiempo, por el pasar de las cosas felices y por la maldita madurez. Y como por un precipicio, me fui cayendo de la realidad más conocida de estar dentro de la burbuja de vidrio, a de repente solo poder ver a través del vidrio. Las sutilezas de lo que era importante para mí y que alguna vez era igual de importante para ellos, de repente pasaba a un segundo plano. A gritos, pero sin posibilidades de hacer nada me sentí diferente y al entrever la realidad preferí meter un patadón y romperlo todo.

 

Fui de casa de pap´ y mamá y aunque mi papá se fue pronto, el formato del bien y del mal, de solidaridad del priorizar de familia era claro y tradicional. Una versión de vida que en mis hermanos se ha repetido de alguna manera entre matices diferentes, pero que en su esencia es muy similar. Papá, mamá, profesionales, con hijos con vacaciones académicas, con ataduras al futuro por responsabilidades de descendencia, viviendo en el lugar donde nacieron y con tranquilidades económicas y estabilidades conocidas.

 

Yo en cambio, aunque criada y crecida en esa idiosincrasia, la vida me dio siempre una inquietud por salirme de las líneas. Pasé de la desobediencia y la “rebeldía”, a brillar cuando empujaba confines tradicionales y limitantes. No es que sea una persona diferentísima o con un camino totalmente paralelo, pero no me engaño, sé que, si curvo lo conocido, tuerzo lo que está predefinido y encuentro caminos nuevos que luego pueden incluso hacer parte de la normalidad de los míos, pero que no dejan de inquietar a quienes los ven desde fuera.

 

Mi rol de comodín y mi disponibilidad de 24/7 para la familia que me caracterizaba, de centro, de “problema”, de vínculo, de repente me cobraba la cuenta. Lo que crecí pensando era la importancia jerárquica, simplemente me había acostumbrado a que lo mío por ser individual siempre debía ir segundo, a menos de que lo justificara con mil cosas. Me acostumbré a ser independiente pero siempre dentro de un orden familiar. Me enseñe a protegerme de no volver a perder. Construí como pocos, vínculos y cariños para garantizar que desde mi lado nadie más me querría dejar como lo hizo mi papá. Resarcí cada error, pagué cada deuda, para siempre estar en números negros para nunca tener que cargar con la culpa tentativa de un abandono injustificado.

 

Aun así, inevitablemente y sin mucho enredo siempre lo que yo necesito parece frugal, superficial, insuficiente en comparación con las importancias de familias de problemas más grandes y de vidas más asentadas, como lo de mir hermanos. Incompetible. Lo mío siempre parece poco y nunca para mí, ceder conlleva un verdadero sacrificio, es simplemente una modificación de una vida si tantas raíces. Pero realmente esos importantes a los que siempre les he restado importancia por ser míos, pues la verdad son lo único que tengo y solo por eso deberían ser verdaderamente IMPORTANTES.

 

Mi mamá por naturaleza y por instinto siempre ha sido previsiva, anticipadora; últimamente más de desgracias que de otra cosa. Claro como siempre con las mejores intenciones. Ella se prepara siempre, lo prevé todo y con fundamentos prácticos nos ha enseñado a ser dueños de nuestro presente y nuestro futuro. Sin embargo, últimamente me doy cuenta que la practicidad es antipática, que le quita el encanto a todo. Desnuda el romanticismo y contradice a la naturaleza que nunca está de afán. Se pre-ocupa del futuro y aunque mi tranquilidad en lo esencial tiene la practicidad como base y el control como esencia, vivir en el futuro en este caso, ha logrado por primera vez, rasguñar y paralizar mi presente. Me he visto obligada a hacer de hace unos años para acá “catarsises” anticipadas de finales predefinidos. Incluso ese error de cálculo que son las herencias me ha traído más dolores que colores. Cosas como estar listos para la muerte de mi mamá, o asumir la perdida de mis hermanos a sus familias. Dividir lo material para evitar cualquier conflicto que aparentemente llegaría de no anticiparnos con cabeza fría. Ese día cuando ya mi economía no venga acompañada de los conocimientos suficientes de Alejandro para sobrevivir. De ese momento cuando los negocios cojan otro rumbo, y la posibilidad inamovible de que Eugenio me deje en unos años. Toda esta preparación anticipada de supuestos, para darme cuenta que todo lo que me espera en ese futuro es una soledad con el peso aplastante de depender solo de mí.

 

Aunque me convenzo diariamente de que es el deber ser, me cuestiono si no será mejor romper con todos los vínculos y acostumbrarme desde ya a defenderme en todo sola y no depender de ninguno que pueda no estar en el futuro, porque seguir atada a quienes poco a poco se demarcan y se enmarcan en nuevas vidas me pone en arenas movedizas, me duela me asusta y me quita la paz, y porque no, me recuerda a ese día cuando sin misericordia me abandonó mi fuente de estabilidad. Mi papá.

 

Talvez por eso es que hace unos meses sin previo aviso la rabia de repente me invadió. Todo ha sido más que realismo, ha sido un tiempo de hacer duelos de esos que cuando llegan de forma inesperada no le atormentan a uno el camino de forma tan pausada, como cuando se viven de improviso y sin estar tan preparados. Además, no creo que hacer el duelo de que mi mamá se muera de forma anticipada, me vaya a quitar ningún dolor el día que realmente suceda. Simplemente me hace consiente en el diario vivir, de que mis decisiones y mi vida ahora están acompañadas de ese temor tan absurdo, eso de tener que padecerla en vida y además en la muerte también, me parece innecesario pero si practico. Ahora ya ni las luchas propias de los finales se van a dar en el final sino antes de tiempo y eso me ha sumido en una profunda tristeza.

 

Que rabia que tengo con mi mamá por asustarme con dejarme seguramente al menos una década antes de que lo previsto. Que ira que tengo con mis hermanos por hacer sus vidas y olvidarse de incluirme desde dentro. Que furia que me genera que mis cuñadas me hagan sentir por primera vez una intrusa en sus casas.  Que rabia me da que la vida me obligue a sentirme sola por estar sola. Que desilusión sentirme invisible ante los ojos de mis amigos que se han ido a sus islas y yo solo estoy cuando me necesitan o cuando coincidimos por azar, eso no fue lo que construí. Que rabia pensar que la única criatura que es mía; Eugenio, jamás quedaría en manos de alguno de los mis hermanos si yo llegara a faltar porque no es tan importante como lo de ellos. Que duro pensar que la ayuda que yo pueda pedir o los deseos vulnerables que me puedan invadir sean entendidos como frugales, insignificantes o caprichosos y estén más abajo en la cadena alimenticia. Que rabia saber que nadie tiene la culpa de lo que por naturaleza sucede con la evolución de una familia mientras crece y se separa. Y sobre todo que rabia que no pueda quitarme la rabia cuando nadie tiene la culpa, ni siquiera yo, porque la mente y el alma es más poderosa y sacudirse lo que es autentico tiene mucha complejidad.

 

Y aunque sin darme cuenta, eso me pasa por evaluarme o comparar mis importante con los de mis hermanos a sabiendas que tenemos vidas diametralmente diferentes y por regirme por el camino que vivieron mis papás, el que viven mis hermanos y casi el 90 porciento de quienes me rodean, cuando mi vida tomó y cada día toma un rumbo más distante, menos atado a paradigmas. Me siento sola en mi estilo de vida, me siento afortunada y desdichada a la vez por no pertenecer a lo que es más fácil.

 

La estructura que ha sido mi fiel aliada y el fundamento de mi salud mental, incluso en esos días cuando salirme de la línea hace parte de mi vivir me ha acostumbrado a que nada pueda sorprenderme, que estar, simplemente estar, o ponerme en manos de otro me es una absoluta tortura. Entre el aprendizaje de una familia con inteligencia para anticiparse y mi necesidad de controlarme para no perder el rumbo, perdí la espontaneidad descerebrada que alguna vez me caracterizaba. Esos impulsos muy propios de mis momentos de descontrol, hoy no son ni la sombra de ese peligroso pero delicioso joie de vivre. Tanta planeación, tanto control, le ha quitado a la vida misma el poder de escoger algunas cosas por mí y con esos le he atado las manos al destino.  

 

Al final lo único cierto en lo que a mi familia respecta, es que de lo que yo necesito más, ellos necesitan menos. Entonces he necesitado tiempo y espacio para entender cómo es eso de volver a querer a un mundo que me puede, pero que sobre todo, me quiere perder.