Uno de los comentarios más recurrentes que he recibido desde que emprendí mi viaje, aparte de que “Eugenio es lo máximo”, es alguna versión de lo “valiente que soy”. Comentario que honestamente no entendía muy bien porque no me sentía con miedo, ni realmente saliéndome de mi zona de confort. Y como para mí la valentía siempre ha venido atada a superar miedos, no le había encontrado bien el lugar a ese comentario que cada día era más recurrente. Reconozco, que si quería y buscaba que la vida me sorprendiera, que me cambiara la suerte, que me diera un revolcón, y poco me importaba si era de forma abrupta. Pero la verdad es que, para mí, eso de cambiar por voluntad propia nunca ha conllevado una connotación negativa. Por fortuna, viajar, ha hecho parte de mi vida, pero sobre todo esa costumbre de encontrar formas para disfrutar mi vida cuando se torna estática o estable, ha sido mi mecanismo de defensa por excelencia y una forma de sobrevivir a la confusión, a la adversidad y más veces que no, ha sido la perfecta forma de huirle a la quietud y a la inquietud. Debe ser por eso que esto, una travesía, larga y tan variada no me es “difícil” de hacer. Nunca percibí el tiempo como largo, de hecho, pensaba: ¿qué tal que me quiera quedar de más? ¿cómo se vería esa vida? Hoy creo que será suficiente el tiempo y que querré volver a lo mío.
Con toda la tranquilidad del mundo le he dado permiso al universo de pasearme por lugares diferentes y desconocidos, mostrarme nuevas personas, nuevos mundos, nuevos sabores y colores, pero eso, siempre y cuando alguien me ayudara con el plan de logística, yo jamás habría podido cuadrar y coordinar los detalles de este paseo. Ha sido algo así como, huir con itinerario; cosa que hace toda la diferencia.
Ha habido quienes cuando les conté el plan me decían: ¿pero porqué todo está tan planeado, tan inamovible? ¿Por qué no dejó campo para improvisar? ¿si va a poder hacer cosas con Eugenio, no será una encartada? La gente dice tanta pendejada, como si eso le restara encanto al viaje. Este es un viaje que desde el día uno tuvo un compañero que se llama Eugenio, y es por eso que jamás será un encarte, porque el viaje fue planeado con él en mente. Pero bueno, los entretengo con la respuesta que es sencilla. Yo poco soy de improvisar. Eso sí que habría sido salirme de mi zona de confort, pero a la brava, y la realidad es que este es un viaje de mí, para mí y ¿para qué darme tan duro? Además, hacer esto “sola” con el itinerario en mano, me hace sentirme segura y acompañada y eso es un fresquito y un gran lujo.
Pero en algo si he improvisado. Me he permitido hacer algunos cambios aun cuando eso ha significado sacar del bolsillo más monedas. He pensado si no lo hago ahora ¿Cuándo? Estoy aquí, nunca se sabe que después no haya el cómo. Además, este paseo no se va a repetir. Es lo que es y será lo que será. No buscaré encontrarle lo huecos o los faltantes. Desacertado y descarado sería. He hecho de todo y con eso dejaré de hacer también otra manotada de “todo”. El latino está acostumbrado a enfocarse en lo que uno se perdió y no en lo que se gozó. Tratar de romper ese pensamiento, ha sido una de las cosas más conscientes que he hecho, y ha sido con dificultad.
Entonces, cuando me cuestiono si he sido o no realmente valiente; y lo hago porque de alguna manera me quiero sentir digna de lo que creo es un piropo, me toca reconocer que en algunas cosas si lo he sido, en definitiva, si ha habido cosas que me han dado miedo y que he afrontado como han venido, pero no como se las imaginan.
Mi principal ansiedad producto del desconocimiento, era el factor Eugenio, y todo lo que conllevaba llevarlo, en especial en lo operativo, a sabiendas de que muchas veces la burocracia y las normas cambian o no son del todo claras. Me angustiaba pensar que no había leído todas y cada una de las políticas, que podría faltarme un papel, un examen, cualquier cosa por la que nos pudieran detener en cualquier parte del mundo y se nos dañara el viaje. Básicamente no sentirme en control absoluto de la situación y dudar de mí, me mantenía super alerta, de hecho, todavía me mantengo un paso adelante en cada destino, en cada desplazamiento para controlar lo controlable, y aun así ya nos bajaron de un avión por un error de mi “papeleo” y salimos invictos y resolvimos con calma y rápidamente. Es que acá “charlarse” a la gente para alguna excepción no sé qué tan fácil sea, así que como diría mi amigo Juan Manuel hay que ser dueño de la información, esa es la mejor arma. De alguna manera el miedo a sido a que me “regañen”, cosa muy irónica. Pero con el paso del tiempo me he relajado y sé que lo que toque resolverse se resolverá, me ha ensañado a confiar en que yo no me voy quedar varada, siempre habrá solución.
Por otro lado, me invadía una molestia en el alma respecto a mis dificultades recientes con mi familia y el pensamiento de que nada de esto las hiciera evolucionar o mejorar y que de hecho abriera una brecha peor. Me iba de Bogotá sin saber de qué manera quería manejar esa comunicación, sin perderme en la distancia que tanto necesitaba a razón de las dinámicas arraigadas de nuestra historia. Eso, también, porque no, me daba miedo y me acompañaba una vocecita que recurrentemente me planteaba una versión del no saber lo que uno tiene hasta que lo pierde. Todavía no tengo muy claro cómo será eso y estoy sacando agallas para llevarlo a cuestas sin haberlo resuelto del todo, porque me estoy obligando a confiar en que las cosas caerán donde deben caer, cosa que para mí es muy poco común.
Para rematar, me pre-impuse varias tareas durante el paseo, eso porque, si no tengo un plan me cuesta respirar. Pero esas “metas” caen con la presión del cumplir. Me cuesta pensar que estoy “hablando mierda” y que no voy a hacer lo que me propongo. Me puse en la ambiciosa tarea de escribir un libro y eso ha sido una tarea difícil. A ratos me siento perezosa de hacerlo y a ratos pienso que me va a coger el tiempo y no tendré mucho que mostrar y sobre todo pongo mi vida en perspectiva y me abruma tanto todo lo que he hecho y lo poquito que podré transmitir, que sentí en un principio, que sería insuficiente y que no daría la talla; otro miedo. Pero poco a poco he empezado, he escrito y he ido muy en pedacitos ordenando mis historias y he aceptado que de pronto no serán para otros lectores, porque acá si se mide la calidad de un escrito y lo mío es empírico, improvisado, y puede que no aguante. Ahora el abrume es que me falta mucho y que el reloj empieza a correr. Pero escribiré lo que pueda, como pueda y para mí, si logro empastarlo algún día, genial, si no, no pasa nada realmente, nadie me va a multar.
Así que mi valentía no ha sido en lo “grande”, en el viaje, ha sido más en la travesía, en la soledad o la independencia, en los momentos incomodos y en los miedos de hacer el ridículo o de quedar desprotegida. La valentía ha sido en permitirme ir al paso que vayan mis deseos y no tanto mi cabeza. En aceptar que el plan de desconectarme del todo y dejar la casa lejos no ha sido del todo como lo imaginé y que eso también está bien. Que puedo estar y no estar, cuando y como quiera, siempre y cuando me permita confiar y reconocer cuando es importante apoyar. Ha estado en no mirar mi itinerario incansablemente, ni planear de antemano, sino lugar a lugar y dejar que mi nivel de curiosidad, la oportunidad o las suertes definan como voy a vivir ese hoy. En darle tiempo al tiempo y esperar a las segundas y terceras impresiones porque los lugares crecen dentro de uno y los últimos días son los que más disfruto. En no juzgarme tanto lo que hago o dejo de hacer. Lo que veo o dejo de ver y lo que absorbo o dejo de absorber. En pedir o si es necesario exigir lo que quiero sin agüero, porque viajando solo es fácil tener que resignarse a cumplir lo de otros imponen por un tema matemático; varios contra uno le sacan el desayuno. Ha estado en sentarme en la barra y dejarme hablar del vecino, y armarle conversa, o en desperdiciar el día ordenando el cuarto del hotel en vez de aprovechar cada segundo en cualquier ciudad porque eso me devuelve a mis lugares conocidos, o en comer venado porque me lo sirvieron y no poder decir que no, o en cambiar de hotel y joder porque no estaba del todo feliz, o en perder la plata de unas noches por improvisar con planes que se atravesaron en el camino, o cuando me obligo a hacer lo que no quiero hacer y me sorprendo con que no era tan difícil, ni tan lejos, ni tan aparatoso, y simplemente agradezco que no me lo perdí por pereza o por “cobarde” o por ambas, o en pedir ayuda para subir o alzar la maleta, o en pedirle a cualquier transeúnte una foto porque las selfis no pueden ser lo único, o en poner videos de Eugenio en Instagram para que nadie se pierda de mi compartir, aunque me aburren las redes, o en saber que todo lo que quiero llevarme no lo puedo cargar y se tiene que quedar, o en montar en canoa solo después de mucho pensarlo y superar el miedo de la corriente en contra para regresar. Pero toca decirlo, mi valentía ha sido en compañía de un perrito terapéutico que sin darse cuenta me ha quitado mucho de los miedos y se ha convertido para bien o para mal en una zona de confort en sí misma.
Entonces al cesar lo que es del cesar. Si he sido valiente pero no como me tildan, ni en lo que creían. Ha sido como ven en lo chiquito, en las arruguitas, y me he dado cuenta que cuando conquisto esos miedos me siento más y mejor. Por ahora vamos en la mitad del paseo vamos a ver qué tanta valentía me sale más adelante porque igual que disciplina, si se practica supongo que se fortalece.