Talvez de todo mi viaje, el pedazo que más me interesaba era la parte de Escandinavia. Yo ya conocía una buena parte de la Europa “romántica”, la Europa colonizadora de la Américas, así que mi entendimiento de su historia y sus culturas, de su estética, de su “desorden”, de su belleza, y de sus sabores era bastante más amplia y por consiguiente mis expectativas eran bastante más reales. Escandinavia en cambio era territorio desconocido para mí, era y de hecho es, un mundo aparte. Me intrigaba su diseño, su desarrollo, sus vikingos y su naturaleza, pero realmente jamás pensé en su cultura que al final fue lo que más fascinación me causó.
Desde el momento en el que compré mis pasajes todo fue fácil, auto explicativo, sus aerolíneas fueron las únicas que permitían a través de sus portales reservar el cupo de Eugenio sin mayor misterio, simplemente meter sus datos pagar y listo. No como en todas la demás que debía hacerlo a través de un call center, de los que hoy toman horas para contestar, de correos con confirmaciones, de permisos y burocracias absolutamente innecesarias, para al final lograr lo mismo. Eso porque los escandinavos sobre todas las cosas son prácticos, claros, pragmáticos, confiados y sobre todo las cosas no pretenden hacer el trabajo que cada persona debe hacer para defenderse en sus procesos, cada hombre por sí mismo. Para ellos es obvio que la gente seguirá instrucciones, que leerá y será dueña de la información. Cada hombre es libre y responsable por sus decisiones sus procesos y en especial su comportamiento. La sociedad simplemente pone los lineamientos, que no digo mentiras son estrictos e inamovibles, pero todos pensados en el bien común. Allá como es tan clara la información, hay menos decepción, estos lugares no se acomodan a uno se acomoda a ellos.
El verdadero desarrollo, el real primer mundo, fascinante, utópico, ideal y porque no, también, desconcertante. Estuvimos en Finlandia, en Suecia, en Dinamarca, y por último en Noruega. Debo incluir, aunque no escandinavo, a Suiza, por donde también pasamos y de la que encuentro muchísimas semejanzas culturales, y por eso la metería en ese mismo paquete de podios de primer mundo.
Allá me sentí más latina que nunca, más ruidosa que nunca, más estampada y colorida que nunca. Allá no hay ruido, uno distingue los sonidos porque cada uno tiene nombre, tiempo y descripción. Oía mis pasos y los de Eugenio, reconocía con creces cuando un cubierto se me caía al piso o me mortificaba cuando mi celular por cosas de la vida disparaba sonidos de canciones por que el bluetooth se desconectaba. No es que haya silencio, es que simplemente no hay bulla. Que impacto más grande.
Entonces, como “a donde fueres haz lo que vieres”, allá seguí instrucciones, no interrumpí, ande con calma, aunque inevitablemente con una secreta y muy típica prisa, me vestí con colores sólidos, sobrios, y escogí la practicidad sobre la moda casi siempre. Eugenio, aunque es raro que ladre, poco o ningún ruido hizo, será por eso que cayó tan bien por esas tierras. Leí todo no una sino dos veces para no equivocarme, cosa increíble, porque ¿cuándo se ha visto que un latino ¨lea”? no nos digamos mentiras, confiamos más en la intuición que en la instrucción, de eso no me cabe duda.
Llegué a la conclusión que Escandinavia y Latinoamérica están en extremos absolutamente opuestos del espectro, y no solo por lo obvio. Debe ser por eso que cuando esas culturas se cruzan por el camino la una de la otra hay un encanto, y una “frustración” magnética, que complementa y que impacta de forma positiva a ambas partes.
Nuestros países están llenos de colores, de estampados, de recovecos, de remiendos, de matices, de improvisación, de recursividad y creatividad. También de absurdos, de intereses individuales, de ambiciones egoístas, de alegrías y ruidos que las acompañan, de rabias, de injusticias, de resentimientos, pero además de generosidades y sentimientos de humanidades imperfectas, somos empáticos de corazón, llenos de calor humano, de cariños, de desbordada melosería. Estamos repletos de dichos, de chistes, de agüeros, de vitalidad.
En Escandinavia en cambio no hay remiendos, hay arreglos en curso con tiempos precisos de entrega, allá, el mundo está concebido para que el individuo sea autosuficiente, sin importar su edad, su género, su actividad, no se improvisa porque pocas veces las incertidumbres sorprenden, entonces no tienen experiencia de almas recursivas; son sociedades transparentes y previsivas.
Allá el diseño es especial, porque la practicidad, la calidad y la estética siempre están presentes, no se sacrifica ninguno de eso tres conceptos, debe ser por eso que es un diseño tan apetecido, tan admirado y tan fácil de que sea universal. En mi opinión los escandinavos son la antítesis de la mediocridad. En definitiva, allá las cosas funcionan, fluyen, la gente respeta, cumple, participa y la confianza permea a todos y a todo. Hay poca disrupción de la paz y la tranquilidad, se vive es estabilidad y tranquilidad y los lujos están en categorías muy diferentes porque lo básico está mucho más que cubierto. Los sistemas de salud, de educación y de estado funcionan en su gran mayoría y las doctrinas de la gente son unánimes. Siendo países tan ricos y sociedades tan atendidas y con la riqueza mucho mejor repartida, no se sienten las pretensiones igual, la gente es sobria prudente y discreta en sus haceres en sus teneres.
Reconozco que allá me caí mejor, fui más amable, más paciente, más receptiva, menos desesperada. Anécdota curiosa: me bajaron de un avión por un error mío al reservar y checkearme para mi vuelo, no había, no sé bien porque, por distraída o por afanada, pagado el cupo de Eugenio; cosa que para los otros 18 vuelos si había hecho. Hice todo el proceso sola con las máquinas y siguiendo las huellas obvias del piso, todo “fácil”. Ya cuando estaba sentada, acomodada con mis maletas entre el avión y mi perro en las piernas, me llamaron y me pidieron mi reserva, evidencia del pago; cosa que sin problema busqué en mi teléfono porque tenía que ser un malentendido, ¡y no! No había reservado el cupo. Así que vino el “oso” del retraso, que allá es más evidente, recuerden que no hay bulla, toda disrupción se siente más. Pero aun y con la aparatosa salida no sentí un juicio, nadie me quiso chiflar. Inconcebible eso para un latino. Ni discutí, fue claro, contundente pero no antipático. Me sacaron del avión con asertividad. En otra ocasión y en otra situación habría entrado en colera, intentado salirme por la tangente, rogando por una excepción, pero no tuve como, ni con que, hasta el regaño me lo metieron sin entonación, no hubo de otra que perder el tiquete, que comprar otro y gestionar el cambio. Me “desarmaron” con contundencia y serenidad, pero nunca haciéndome bajar la cabeza sino poniéndome a resolver, devolviéndome el poder con los procesos y las responsabilidades, con la maldita lectura; esa vaina me aterró y me encantó todo en un mismo instante.
Pero de su lado más amargo debo decir que es muy fácil reconocer y cortar con una línea invisible pero definida al local del inmigrante. Al final hay una “separación” invisible que existe y aunque se respeta con distancias y expectativas, también se resalta entre líneas. Acá la gente toda se revuelve, pero en mi opinión, no se mezcla. Todo es aceptado y respetado, de hecho, acá sí que la diversidad está normalizada, están años luz por delante del resto de occidente. Pero en el fondo si hay una discriminación en el subtexto y una pequeña desconexión con la realidad del resto del mundo. Sin duda, parte de la base, de lo mucho que difieren en cuanto al orden y normas. El mundo “real” se fundamente en excepciones, en desordenes encantadores, aunque a ratos tóxicos, pero en realidad son órdenes un poco más naturales, más humanos y más imperfectos y condiciones más aleatorias. Creo que al final en la tolerancia de folclor, con algo de arrogancia y supremacía se divide el mundo realmente desarrollado de los demás.
Tenemos sencilleces diferentes, mientras los latinos vivimos y disfrutamos con menos de lo básico, de lo ideal, nos fascinamos más con los títulos, las riquezas y los lujos porque para nosotros esos lujos no son como para ellos, pan de cada día. Esa gente dudo que entienda el concepto de haber hervido el agua para que fuera consumible alguna vez en la vida; lujos de los países desarrollados, agua potable. En cambio, para ellos la sencillez está en que nadie es más que nadie, en que no hay que alardear, en que la discreción es respetuosa y que la ambición, aunque estoy segura está ahí, no está basada en tener más que el vecino, sino que es una competencia individual. Ahora bien confieso que nuestra idiosincrasia me encanta aun cuando nuestra “estructura” me enloquece.
Debo decir que viajar a Escandinavia en verano es un “falsa realidad” o mejor debería decir una corta realidad. Entonces sin duda me quedé debiéndome el invierno, la oscuridad, el frio y su tiempo aparentemente infinito. Me quedé sin ver la aurora, con lo cual probablemente mis reflexiones están muy incompletas. Pero de todos los paises Noruega es un universo en sí mismo y debo decir que me encantó sobre todo lo demás, desde Oslo que me pareció mi ciudad ideal, hasta la naturaleza majestuosa, sus sabores deliciosos y una cantidad suficiente de humanos, es un país con pocos habitantes, hay espacio, hay oxígeno, control y tranquilidad. Pero lo que más me impactó de Noruega, aunque parezca chistoso, es que no hay cercas, las fronteras y los limites son transparentes, invisibles, lo que significa que hay confianza casi que ciega, no conozco otro lugar en el mundo en donde el vecino jamás es un “enemigo”.
Así que no me queda tan claro si Dinamarca o Cundinamarca. Porque no se si me aburriría con tanta perfección aun cuando me desespera tanta improvisación en casa. Si creo que de pronto un Vikingo de esposo podría ser la mezcla perfecta, no porque crea que los opuestos se atraen, sino porque son dos mundos que se complementarían muy bien y por otro lado, para poder pagar Escandinavia pienso que un vikingo vendría bien, porque que países más caros, los bolsillos pareciera es estuvieran llenos de rotos, además ya no existen ni monedas ni billetes pura plata invisible. No sobra decir que los vikingos están guapísimos y contrario a su pasado también son adorados.
Hasta otro invierno mi querida Escandinavia, ¡volveré!